Un enemigo temible

La urgencia de definir al enemigo y, después, la estrategia para vencerlo. El riesgo de la indefinición es la derrota.
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Ha aparecido, en los últimos meses, una larga lista de textos que analizan varios ángulos de la violenta batalla contra el crimen. Ha habido de casi todo: rigurosos estudios de la estadística, elucubraciones de los vínculos corruptos que hacen posible la miasma en la que está sumergido el país, deducciones sesudas sobre los tiempos y maneras en que el gobierno decidió comenzar esta lucha. Aun así, algo crucial falta en el debate sobre la rabia mexicana en 2011. Lo que necesitamos es un David Petraeus.

Me explico. Petraeus, quien ahora coordina la operación militar en Afganistán y antes lo hizo en Irak, fue el primero en identificar la naturaleza del enemigo que enfrentaría Estados Unidos en los dos conflictos que se desataron después del 11 de septiembre de 2001. Fue Petraeus quien se dio cuenta de que la guerra en Irak era en realidad una lucha de guerrillas. Tras identificar el problema, ideó un plan de acción eficaz. En su histórico manual de contrainsurgencia, Petraeus recomendaba confiar no en el músculo sino en la construcción nacional. Ordenó a sus hombres limpiar zonas enteras de Irak y permanecer ahí hasta reformar el contexto social. Esquina a esquina, barrio a barrio. El resultado no ha sido mágico pero sí ha sido notable.

El éxito de Petraeus parte de la definición correcta del enemigo. Es difícil establecer una estrategia para triunfar en un conflicto si uno no sabe a ciencia cierta de qué tipo de problema se trata y contra quién exactamente se está peleando. Por increíble que parezca, a México le hace falta esa aclaración indispensable. Basta repasar brevemente algunas de las características de los cárteles de la droga para concluir que no estamos ante un enemigo cualquiera. Se trata de organizaciones trasnacionales pertrechadas en una red de corrupción e impunidad de alcances insospechados. Estos delincuentes son, además, grandes estrategas de comunicación, usando las redes sociales y los medios masivos para aterrorizar con eficacia. Están íntimamente ligados a la estructura de corruptelas que heredara a México una larga dictadura, experta precisamente en el manejo sutil de las influencias, las palancas, la extorsión, la opacidad. Por si fuera poco, operan en la frontera misma del principal mercado consumidor del mundo que es, además, proveedor diligente de armamento. En pocas palabras, los cárteles de la droga mexicanos son un antagonista enteramente nuevo no sólo para este país sino para el planeta entero.

Así lo explica un texto indispensable sobre la guerra mexicana escrito por el especialista Robert Bunker para el Small Wars Journal en Estados Unidos. Bunker explica cómo las organizaciones criminales mexicanas no son pandillas, ni grupos terroristas, ni un movimiento insurgente ni se adhieren a un modelo establecido de crimen organizado. Bunker insiste en que los cárteles mexicanos no son ninguna de las anteriores porque en realidad son todas las anteriores. Al compartir características con cada una de esas categorías delictivas, los cárteles plantean un reto inédito. Son, en palabras de Bunker, una “nueva entidad beligerante que controla territorios, centros de población y gobiernos soberanos”. El riesgo con este nuevo animal delictivo es que no sabemos cómo derrotarlo. Es, en cierto sentido, como un nuevo virus para el que no existe ni vacuna ni tratamiento probado. Bunker concluye que, dada la dificultad para hacerle frente a los cárteles de la droga, urge un consenso que sea, como las organizaciones mismas, transnacional y panrregional. En ese consenso no habría lugar para debates atávicos ni pacifismos ramplones. Habría, eso sí, la urgencia de definir al enemigo y, después, la estrategia para vencerlo. El riesgo de la indefinición es la derrota. En este caso, la derrota es la inviabilidad del Estado mexicano. Es así de simple.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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