Foto: Wikimedia Commons

Una celebración de la pluralidad

Más que ningún torneo anterior, esta Copa Mundial se distinguió por la diversidad étnica y racial de los jugadores en los equipos europeos.
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Al ver el eufórico despliegue de nacionalismo en la Copa del Mundo en Rusia, mi usual reticencia al patriotismo excesivo se debilitó. Me repugna el populismo nacionalista de Donald Trump o Marine Le Pen, pero la Copa me ha hecho pensar que el nacionalismo, al igual que el colesterol, puede ser bueno o malo.

El nacionalismo de Trump o de Le Pen, que añora la uniformidad cultural en términos de lengua, historia, cultura o religión excluye, por definición, a los inmigrantes que arriban al país con la ilusión de ensanchar el bagaje cultural de la tierra de adopción.

Pero hay otro nacionalismo que como atinadamente describió el historiador Benedict Anderson celebra las “comunidades imaginadas”. Comunidades de ciudadanos que sienten la necesidad de establecer conexiones humanas con todos sus compatriotas, incluso con aquellos a quienes no conocen. Es un nacionalismo inclusivo que defiende los derechos cívicos y políticos de las minorías, y fortalece a la democracia.

Lo que yo vi en esta Copa del Mundo fue una convivencia humana a lo largo y ancho de la vasta geografía rusa en la que neo vikingos islandeses coronados con cascos de cuernos alternaban con tunecinos enfundados en impecables jebbas blancos. También oí a improvisados charros mexicanos con sombrero y zarape cantando el Cielito Lindo a grupos de bávaras en lederhosen que parecían recién escapadas de una opera de Wagner.

Quienes tuvimos la suerte de ver esta Copa Mundial pudimos reafirmar la buena voluntad de los participantes sin distingos de clase social, raza, ideología o diferencias religiosas. Una reconfortante realidad que en los hechos contradecía la perspectiva del gran ensayista inglés George Orwell quien reaccionando desproporcionadamente a la propaganda Nazi en 1941 escribió que las competencias deportivas internacionales eran “una causa infalible de mala voluntad”.

  No solo no hubo enfrentamientos entre aficionados de distintos países sino que el temor de que hubiera peleas entre los fanáticos ingleses y los hooligans rusos, que muchos pronosticaban dada la percepción de hostilidad anti-británica después del envenenamiento de un espía ruso en Gran Bretaña, resultó ser infundado. Los fanáticos de Inglaterra, informó el diario The Independent, “se peleaban entre ellos pero no contra los rusos”. Y el parte general de la policía rusa reflejó el “buen ambiente” que se vivió durante todo el torneo.

Para mi, sin embargo, lo verdaderamente importante es que más que ningún torneo anterior esta Copa se distinguió por la diversidad étnica y racial en los jugadores de los equipos europeos. Diecisiete de los 23 jugadores del equipo de Francia que ganaron la Copa son hijos de inmigrantes, y la mitad de ellos, y de los jugadores belgas, son de ascendencia africana. Si al equipo titular inglés le restáramos los jugadores que son inmigrantes de primera y segunda generación tendría que jugar con cinco en vez de 11 jugadores. Casi el 50% son hijos de inmigrantes.

Dado el sorpresivo e inesperado desempeño de la selección de futbol rusa y la tentación de los políticos para utilizar cualquier evento a su favor, muchos se preguntan si el éxito de la Copa beneficiará a Vladimir Putin. Yo no lo creo. Pienso que la experiencia total tendrá un efecto benéfico en la psique del país pero también que la apertura al mundo que significó la Copa hará que los jóvenes rusos exijan mayor libertad política y mejores expectativas económicas.

Por otro lado, sería ingenuo suponer que la diversidad étnica, racial y religiosa que han evidenciado los participantes en esta Copa Mundial es reflejo fiel de la armonía y tolerancia a la diversidad en sus respectivos países. Viendo una fotografía del actual equipo francés, Marine Le Pen, al igual que su padre Jean-Marie Le Pen en 1998, dijo que no reconocía a Francia ni a sí misma. Y no olvidemos que en la pasada elección presidencial la derecha anti-inmigrante francesa de Le Pen ganó el 17% del voto.

Y si bien es evidente que las hazañas de Mbappe, Lukaku, Walker o Rakitic no van a resolver las discrepancias sociales que hoy afectan a Europa, no tengo duda alguna de que van a tener una influencia positiva en el debate migratorio actual.

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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