“Me emociono antes de llegar, cuando aparecen las primeras canciones, los primeros bombos. Después voy entrando en clima, pero nunca deja de tener, el 24 de marzo, algo que es un poco descolocante. El otro día pensaba que todos los que de alguna manera somos víctimas de lo que pasó con la dictadura formamos parte de familias bastante hechas pedazos. Estar ese día ahí, pensando en todo esto, es reencontrarse con esos pedacitos y saber que nunca vas a poder juntarlos. Para mí todas las familias que van a la marcha son un poco así.”
El que habla es Félix Bruzzone, uno de los escritores argentinos más reconocidos de la última década que, como cada año, asistió a la última y masiva marcha del 24 de marzo en Argentina para conmemorar del Día de la Memoria por la Verdad y Justicia, a 48 años del golpe militar. Ese día, como Bruzzone, cientos de miles de personas se reunieron en Plaza de Mayo en un momento social y político bastante complejo para eso que, hasta hace poco, se había vuelto incuestionable: la necesidad de resguardar una memoria colectiva; el consenso construido en democracia sobre el terrorismo de Estado y los delitos de lesa humanidad de la dictadura.
Bruzzone lo sabe bien. Sus padres eran militantes y desaparecieron cuando él tenía un año, así que fue criado por su abuela. Pero aunque siempre estuvo al tanto de lo que había pasado, nunca incorporó aquel relato desde un sesgo político-militante. Lo que le contaban, todo lo que le iba llegando, se ligaba más bien a la transmisión de un desgarro interno, bastante ajeno a las agrupaciones como Hijos, nacida en plena década del 90 y precursora de los llamados escraches a represores y genocidas que gozaban de libertad. “Yo nunca fui a la organización Hijos, tampoco tuve relación con ellos –dice Bruzzone–. Mi familia no se acercó a ningún organismo en general, salvo para hacer las denuncias cuando fueron las desapariciones de mis viejos. Institucionalmente me acerqué a otras cosas, pero siempre desde mi costado artístico, nunca como un militante más ortodoxo. La mía es una militancia artística”, asegura.
El pasado 13 de abril, hizo nuevamente efectivo ese compromiso subiéndose a un escenario para la última función de Cuarto intermedio, la obra de teatro que protagoniza junto a Mónica Zwaig (su mujer, que es escritora, actriz e hija de exiliados argentinos en Francia) y que dirige Juan Schnitman.
Celebrada por la crítica desde su estreno, la obra recrea en clave trágico-humorística las audiencias de los juicios por delitos de lesa humanidad ocurridos en Argentina, con ayuda del público incluida. Cabe recordar que, si bien en 1985 se juzgó a los máximos responsables de estos delitos a través del Juicio a las Juntas, el gobierno de Carlos Saúl Menem, durante 1989 y 1990, emitió dos decretos que indultaron a los militares condenados por los crímenes cometidos en el marco del terrorismo de Estado. Apenas en 2001 y 2003, primero en la justicia y luego en el congreso, se anularon las leyes de impunidad. A partir de ese momento, se inició el proceso de reapertura de los juicios contra los responsables (militares, policías, gendarmes, civiles), que se mantienen hasta hoy. La sede judicial de Comodoro Py es donde se desarrollan las audiencias y Bruzzone y Zwaig ofrecen, también, consejos útiles para transitar ese espacio, casi a modo de guías turísticos: dónde conviene comer, cómo hacer para no perderse, cuál es el mejor baño, cómo reaccionar ante el llanto ajeno.. “Siempre me acerqué a todo, incluso a mi propia experiencia, desde el lugar de un relato de ficción, o de algo parecido a la literatura. Mi aporte fue desde ese plano”, dice Bruzzone. No sorprende que el autor de libros de cuentos como 76 o novelas como Los topos, en los que aborda el tema de la dictadura desde los márgenes y poniendo en jaque los pliegues del realismo, protagonice un espectáculo que sacude el avispero del campo cultural.
La mayoría de los espectadores se desconcierta ante lo inesperado de la puesta. “Cuarto intermedio tiene cosas de comedia o stand up. Genera una risa incómoda, como la que se suscita cuando reproducimos una audiencia en vivo haciendo subir a gente del público. Es un pedazo de una audiencia real del juicio Esma, donde primero hay un testimoniante cuyo relato, pese a no decir nada demasiado dramático o duro, se vuelve insoportable, quizás porque todo queda librado a la imaginación de los que escuchan. Inmediatamente después, los abogados de la defensa empiezan a preguntar sobre el aspecto de los represores con un nivel de detalle un poco ridículo, como si fuera una charla de peluquería. Ese contraste de registros genera en la gente una risa difícil de manejar”, comenta Bruzzone.
Fue en una de esas funciones, realizada excepcionalmente dentro del espacio de la Esma [la Escuela de Mecánica de la Armada, en la que ocurrieron gran parte de los secuestros y desapariciones, hoy reconvertida en el Museo Sitio Memoria Esma], donde Mariana Eva Pérez, escritora, investigadora e hija de desaparecidos ella también, se ofreció como voluntaria para representar al juez. Lo hizo en el mismo espacio donde su madre fue secuestrada. Ahí donde nació su hermano, a quien buscó durante años. El lugar al que por mucho tiempo no había querido volver a entrar.
Ella, cuya abuela materna es Rosa Tarlovsky de Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, descubrió en el marco de aquella obra que en la Esma también podía reírse. De pronto, era posible resignificar ese territorio inaprehensible, sinónimo del horror y cuna de inabarcables disputas de sentidos. “Yo no quería entrar de nuevo porque ya había ido y no tenía ganas de volver. Hasta que Félix y Mónica presentaron Cuarto intermedio ahí –recuerda Mariana–. Me dio mucha curiosidad; ellos me invitaron a participar de la escena y yo hice de jueza. Hacía poquito que había sido el juicio por la desaparición de mis viejos así que internamente, para mí, representé un poco a ese juez. Estar mínimamente actuando ahí adentro y pasarla bien, reírnos en un lugar que era de ellos, de los oficiales, fue del orden de lo mágico: me hizo ver que yo podía entrar a la Esma, a cualquier Esma que quisiera”, dice, reivindicando la risa como conquista.
Esa epifanía la impulsó a dar forma a su propia idea teatral: recrear imaginariamente el espacio de la Esma en otros lugares. El Centro Cultural Paco Urondo o el Centro Cultural Konex fueron algunos de los espacios donde realizó su performance, titulada Antivisita: formas de entrar y salir de la Esma, que volverá a escena el próximo 24 de abril.
Como Bruzzone, la autora de Princesa montonera, 110 % Verdad (un libro donde cuestiona los lugares establecidos de la enunciación sobre la dictadura) esquiva los lemas ya cristalizados. Contra lo que Pérez denomina “el discurso mainstream en materia de derechos humanos”, la performance que realiza junto a su prima, la coreógrafa Laura Kalauz, podría definirse como una obra espectral, en toda la literalidad del término. Es que no se trata solo de exorcizar los fantasmas, sino de convocarlos a través de una sesión espiritista. Para llevarla a cabo, de hecho, Pérez y Kalauz convocaron a Miguel Algranti, tercer integrante de Antivisita quien, desde sus estudios antropológicos, analiza diversidades religiosas y prácticas mediúmnicas en América Latina en general y Argentina en particular.
Altares paganos con objetos encontrados en el bolso de su madre. La banda de rock de su padre sonando como telón de fondo mientas ella canta y baila desenfrenada. Una evocación donde todos los asistentes se toman de la mano y participan activamente de “la dimensión fantástico espectral de la desaparición”. Todo eso aparece en una escena que es dinámica. Un recorrido que interpela constantemente a quien lo transita.
Mariana viene trabajando en esa idea desde lo conceptual en un libro académico al que tituló Fantasmas en escena. Allí, en vez de caracterizar a la desaparición forzada de personas como una forma de violencia estatal entre tantas otras y, de la mano de la teoría de Derrida y otros autores, prefirió hablar de una “biopolítica de producción de espectros”. Es decir, una biopolítica desaparecedora que operó a nivel de los cuerpos y de la población por medio de la fabricación masiva de fantasmas. ¿El objetivo? Producir terror y, a la vez, transformar la estructura socioeconómica argentina.
“En la Antivisita le damos lugar a eso de una forma explícita para ver qué pasa en esta convivencia con los fantasmas”, explica Pérez, y agrega que, de un tiempo a esta parte, cada vez más gente acude a ella con la misma angustia y el mismo interrogante: ¿qué hacer ante las provocaciones de la derecha? “Siento que no tengo respuesta para eso. En cambio, tenemos con Laura y con Miguel una obra potente, con mucho recorrido por delante, con mucho para decir y crecer con el feedback del público. Me gusta tener este producto para intervenir en el debate sobre la memoria hoy”, plantea.
La idea de estas apuestas teatrales, aporta Bruzzone, es desolemnizar la experiencia del duelo, de los hijos, de la siempre diferida búsqueda de memoria, verdad y justicia. “Creo que lo que hacemos no es habitual de ver o escuchar, y para muchos se vuelve incómodo por eso. Ese es el efecto de la obra, es palpable y se ve en cada función. También sabemos que la gente llora, pero lo que siempre me pregunto es qué efecto produce después, con el correr del tiempo”.
Como cantaba Bob Dylan: “The answer, my friend, is blowin’ in the wind”. Tanto en Cuarto intermedio como en la Antivisita cada espectador construirá su propio sentido, mucho después de dejar la sala. ~
nació en Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Letras, escribe ficción (Los años que vive un gato, Sueños a 90 centavos, Desmadres) y trabaja como periodista. Ha colaborado en diversos medios (Radar, Rolling Stone, Anfibia) y actualmente se desempeña como editora en el diario La Nación.