Argentina ha pasado décadas de sucesivas crisis económicas desastrosamente manejadas por gobiernos sobre todo peronistas, incapaces de contener la inflación crónica que afecta al país. En 2023 los argentinos dijeron basta y eligieron como presidente al populista libertario Javier Milei, el mesías que garantizó guiarlos hacia la anhelada estabilidad económica que les sacaría definitivamente de la miseria.
Durante la campaña electoral, Milei se dedicó a animar a las masas desencantadas sentenciando que el sistema político argentino era el culpable de todos los males. Propuso dolarizar la economía, acabar con el Banco Central y reducir drásticamente el gasto público cerrando ministerios, privatizando empresas públicas y reduciendo subsidios. El objetivo de estas acciones: derrotar la inflación, el principal enemigo de los argentinos. El candidato de La Libertad Avanza prometió que sus recortes serían tan profundos que la austeridad que reclamaban los organismos internacionales se quedaría corta. Finalmente, Milei se impuso en las elecciones al candidato peronista, Alberto Fernández, con el 56% de los votos.
Los argentinos sabían que la fórmula no era milagrosa y que contenía una condición, el sacrificio del ajuste, un golpe directo al bolsillo que, tras un duro período, liberaría al pueblo del dolor. Se trata del llamado rebote en V, en la jerga de los expertos. Para la ciudadanía argentina ha sido una experiencia muy fuerte. Se trata de una situación comparable con la de un asmático que toma una gran bocanada de aire para sumergirse en las profundidades, no se sabe por cuánto tiempo, con el objetivo de recuperar la capacidad de respirar de forma natural al volver a la superficie.
Milei ha aplicado el más drástico ajuste de la historia argentina. Tomó posesión de su cargo el 10 de diciembre de 2023 y ese mismo día inició su plan, con el recorte de la mitad del número de ministerios que pasaron de 18 a 9. “Si el Estado no gasta más de lo que recauda y no recurre a la emisión, no hay inflación. No es magia”, aseguró. A la eliminación de ministerios y secretarías se sumó el despido de 30000 empleados públicos, la rebaja de subsidios a la energía y al transporte, la disminución de las transferencias a las provincias y la suspensión de la obra pública por un año. Además, Milei mantuvo el presupuesto nacional de 2023 para este año 2024, cuando el país había sufrido hasta diciembre una inflación interanual del 211%. Otra medida que ha tenido un gran impacto en los argentinos ha sido el recorte a las jubilaciones, pensiones y otras asignaciones, que en el primer trimestre cayeron en más de una tercera parte en términos reales.
El gobierno redujo el gasto primario del Estado en un 35% con respecto a 2023, y, en tres meses, restó 13 de los casi 17 puntos del Producto Interno Bruto (PIB) de déficit que heredó, si se suman el fiscal, el comercial y el del Banco Central. Es decir, en los primeros seis meses de gobierno se ha logrado un superávit fiscal, algo inédito en la historia argentina en décadas. Los bancos han vuelto a ofrecer créditos hipotecarios y para automóviles, con el consiguiente aumento de la venta de vehículos. La inflación, que en diciembre se había disparado por encima del 25% mensual, ha ido cediendo mes a mes y en julio se redujo al 4%. Organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) comparten las expectativas, y, si bien sus pronósticos para este año no son buenos, se estima que en 2025 la economía argentina crecerá un 5%.
Aunque Argentina sigue siendo el país con más inflación del mundo, algunos expertos creen que está comenzando a avanzar en la dirección correcta. El economista Iván Carrino afirma que con una convertibilidad fija de un peso argentino por dólar estadounidense, como la del gobierno de Carlos Menen, sería más fácil bajar la inflación, pero reducir el déficit fiscal “es atacar el problema de fondo”. Por su parte, el economista Salvador Di Stefano declaró que “es la primera vez en la historia de la República Argentina que se están ajustando tarifas, se tiene un superávit fiscal y se está pagando la deuda”.
Suena que todo marcha sobre ruedas, pero si bien en julio el gobierno celebró el primer aumento en la actividad económica registrado en mayo, señal de que la economía argentina había tocado fondo y comenzaba a recuperarse, el entusiasmo gubernamental se desvaneció cuando llegaron los datos de junio: el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) mostró un leve decrecimiento en comparación con el mes de mayo. Por otra parte, aunque la inflación de julio (4%) fue la más baja en los últimos 30 meses, hay quienes afirman, como el ex ministro de Economía Alfonso Prat Gay, que se alcanzó un límite en esta reducción.
En el primer trimestre del año, el nivel de actividad económica disminuyó en un 5,1%. La caída de la producción industrial ha sido peor que la registrada durante la pandemia de coronavirus, mientras que la de la construcción estuvo en el orden del 32% en el primer cuatrimestre del año. Los ingresos de los argentinos perdieron valor real a consecuencia de la decisión de Milei de no aumentar los salarios por encima de la inflación. Se suma la desregulación de muchos rubros como almacén y bebidas, combustibles, medicamentos, indumentaria, carnes, etc. En consecuencia, desde que asumió Milei, el poder adquisitivo del, salario mínimo mermó un 34,1% hasta abril.
El shock de las medidas del gobierno ha aumentado la pobreza del 41,7% al 54,9% de la población en el primer trimestre del año. Además, una de cada cinco personas es indigente al día de hoy. Las ventas de los supermercados siguen desplomándose por la caída de los ingresos, y, a pesar del crecimiento del agro, sectores fundamentales como la industria, la construcción y el comercio están sufriendo declives históricos.
Desde el inicio del periodo de gobierno, el presidente ha afirmado que la caída de la economía iba a llegar a su piso en el primer semestre del año, para luego dar el rebote en “V”. Según él y su ministro de Economía, Luis Caputo, el ajuste ha dado sus frutos y se ha iniciado el ascenso después de la caída. No obstante, la radical austeridad de Milei no parece sostenible en el tiempo a causa del enorme impacto social que están teniendo. ¿Cederá el gobierno, tarde o temprano, a la presión de la opinión pública?
Un aumento del gasto no tiene lugar en la lógica matemática del presidente, que poco interés muestra por las consecuencias sociales de sus políticas. “La gente se va a morir de hambre y va a decidir alguna manera para no morirse. No necesito que alguien intervenga”, dijo a fines de mayo en una conferencia en Estados Unidos.
Sin embargo, su ex asesor, Carlos Rodríguez, quien fue su colaborador durante la campaña electoral, critica con dureza la política de Milei porque sus efectos recesivos sobre la economía han impactado la producción y el empleo. Mientras que Carlos Alberto Melconian, economista y presidente del Banco de la Nación durante la presidencia de Mauricio Macri, cuestionó la sostenibilidad de la baja de la inflación y considera que el gobierno está desarrollando la “estrategia de un trader para contestar y pulsear en cada momento frente a cada alternativa”. El país necesita “un programa económico a resolver en etapas. No se hace en un día”. La inflación y el déficit fiscal requieren de políticas progresivas y de cambios en la estrategia.
Las señales bajo la superficie nunca suelen ser nítidas. Pero, más allá de interpretaciones, lo que sí podemos ver con claridad es que los argentinos siguen sumergidos conteniendo la respiración a la espera del milagro de Milei. Esperemos que vean la luz antes de que se les acabe el oxígeno. ~
es periodista y fundador de Latinoamérica21.