Contra el viento

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Una de mis actividades favoritas, cuando el clima lo permite, es salir con mi bicicleta al atardecer y recorrer el camino junto al Río Hudson hacia el puente George Washington (para aquellos que conocen mi ciudad). Es el antídoto perfecto después de muchas horas sentado frente a una computadora.

Recientemente, en uno de esos paseos, conforme pedaleaba hacia mi destino me sentí como el mismísimo Rocky cuando escalaba vigoroso los 72 escalones que llevan al Museo de Arte de Filadelfia. Cuando llegué a mi meta y emprendí el regreso me di cuenta de que, lejos de haberme encontrado con alguna receta mágica para rejuvenecer, lo que había ocurrido es que –de ida– había un fortísimo viento empujándome y el regreso fue infinitamente menos sencillo.

¿Se ha dado cuenta de lo poco que apreciamos el entorno perfecto, de cuán rápido nos acostumbramos a lo ideal? En contraste, nos asombramos cuando, por ejemplo, después de años de vivir de prestado, llega la hora de pagar las cuentas. La realidad nos muestra una y otra vez que las cosas tienden a converger hacia la media. Después de años de crecimiento extraordinario, típicamente vienen otros de crecimiento anormal.

Parece común hacerse ilusiones pensando que la situación normal es aquella en la que uno tiene el viento en la espalda, y uno tiende a creer que después de tener viento en contra o de momentos sin viento, simplemente volveremos a la situación perfecta.

En los años previos a la crisis que estalló en el otoño de 2008 la economía del mundo tuvo años con fortísimos vientos a favor. He escrito mucho sobre éstos en el pasado: años con tasas de interés ínfimas, pleno empleo en el mercado laboral, ausencia de inflación a pesar del alto crecimiento económico, incrementos extraordinarios en la productividad por el uso de nuevas tecnologías (como internet, por ejemplo), reducción en los costos de producción debido a la globalización y a la incorporación de la fuerza laboral de países muy poblados –como Brasil, Rusia, la India y China– al mercado mundial, extraordinaria abundancia de crédito barato, desmedido apetito por riesgo, una burbuja en el mercado inmobiliario que provocó un efecto riqueza que –a su vez– alimentó la portentosa demanda por bienes duraderos, etcétera. La consecuencia fueron años de crecimiento económico global que culminaron en el lustro entre 2004 y 2008, cuando la economía del mundo creció a un ritmo anual de 5%.

Quizá debimos haber disfrutado más plenamente el haber tenido el viento a nuestro favor. Si tan sólo hubiéramos hecho caso a las voces que nos decían que algún día éste iba a parar. En cierta forma, los gobiernos y los bancos centrales han hecho esfuerzos sobrehumanos por poner grandes ventiladores detrás nuestro para que sigamos sintiendo la ayuda de la brisa.

La Reserva Federal estadounidense ha comprado bonos emitidos por el tesoro por más de 1.5 billones (millones de millones de dólares) para inyectarle liquidez al mercado y mantener las tasas de interés bajísimas. Fannie Mae y Freddie Mac siguen acumulando propiedades en sus inventarios en un intento desesperado por evitar que, al tener que venderlas, esa oferta tenga un efecto no deseado sobre los precios de los inmuebles en el mercado (y para evitar también tener que relejar la colosal pérdida en sus libros). Los bancos han decidido simplemente dejar de embargar casas, a pesar de que se estima que entre cinco y siete millones de propiedades serán elegibles a ser embargadas para ser puestas a la venta. Los bancos ya no saben que hacer con éstas y temen que el deterioro de las mismas se acelere al dejarlas mucho tiempo vacantes.

Las quiebras de los estados se harán evidentes a fines de este año, forzándolos a acelerar los despidos de empleados públicos y a aumentar impuestos locales y estatales en el desesperado esfuerzo por balancear sus presupuestos, que mostrarán déficit de 113 mil millones de dólares este año y de 142 mil millones en 2011. ¿Cuál será el efecto de aumentar impuestos prediales (property taxes) en los precios de los inmuebles? Sheila Bair, cabeza del FDIC (la entidad que provee seguros federales para proteger a los depositantes bancarios) previene que, a fines de este año, 3,000 bancos locales y estatales mostrarán los estragos del muy deteriorado mercado de inmuebles comerciales que figura como colateral en 3.5 billones (millones de millones) de dólares de emisiones de deuda. Parece razonable pensar que vienen años de crédito escaso.

El efecto del enorme ventilador se irá apagando. Programas como el de “efectivo por chatarra” (cash for clunkers) o los estímulos fiscales para quienes compran casa por primera vez anticiparon la demanda que naturalmente se iba a dar en los próximos meses. El fortísimo impacto de la reconstrucción de inventarios que provocó un crecimiento de 5.9% en el último trimestre de 2009, ahora dejará sin ese estímulo a la economía en 2010. Y, por último, el millón de trabajadores temporales que están siendo contratados en la primera mitad del año para trabajar en el censo poblacional (y que arrojarán un mejor panorama laboral en el primer semestre) harán que las cosas se vean peor en el segundo. Roubini Global Economics estima que el crecimiento en Estados Unidos será de 2.7% en la primera mitad del año, pero de sólo 1.5% en la segunda.

Nos seguimos rehusando a reconocer cuán estructural es el alto desempleo que aqueja a la economía estadounidense (es alarmante notar que, a pesar del vigoroso crecimiento en el cuarto trimestre de 2009, el desempleo sigue cerca de dos dígitos), y su impacto se reflejará no sólo en el deterioro de las carteras crediticias de los bancos, sino también en el entorno político. Las posturas antiinmigrantes y proteccionistas encontrarán un peligroso eco.

Es interesante ver que 75% de quienes han dejado de pagar su hipoteca por más de tres meses son deudores de alta calidad crediticia. La moratoria ha sido ocasionada o por falta de empleo, en la mayoría de los casos, o porque en algunos otros la gente se da cuenta de que los bancos simplemente no tienen ni los recursos ni el ánimo para seguir embargando propiedades. Hay casos, incluso, donde las autoridades locales se niegan a darles el apoyo del sheriff local a los bancos en el proceso para notificarle a las familias del embargo de su vivienda, o en el proceso para evacuarlas. Recordemos que hay once millones de casos en los que los propietarios de la vivienda deben más de lo que vale el inmueble en el mercado.

Gradualmente, los bancos centrales tienen que empezar a retirar liquidez de los mercados. Si no por presiones inflacionarias, hay que empezar a revertir el estímulo simplemente para contar con un arsenal del cual poder echar mano si comienza, por cualquier motivo, la segunda fase de la crisis.

¿Es mi imaginación o tendremos que bregar con un fuerte viento en contra durante los próximos años? ¿Es esta una posición necesariamente derrotista?

Le recuerdo lo que el escritor William Arthur Ward decía: “los pesimistas se quejan del viento, los optimistas tratan de cambiarlo, y los realistas ajustan sus velas”, mientras que Sir Winston Churchill decía que “los cometas alcanzan su máxima altura contra el viento, no con él”. En uno u otro caso, el primer paso será, simplemente, reconocer que es ése el ambiente al que habrá que adaptarse.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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