La función principal del Banco de México es la de proveer de dinero (billetes y monedas) a la economía mexicana. Metafóricamente, el dinero es como el lubricante de la maquinaria de la economía. Sin lubricante, una máquina se desbiela.
Al igual que todos los bancos centrales modernos del mundo, el Banco de México tiene la capacidad para producir todo el dinero que se le ocurra. Pero tanto la experiencia histórica como los principios de la economía monetaria indican que esa provisión de moneda debe hacerse en una dosificación adecuada. Una provisión insuficiente de moneda puede ponerle un freno innecesario a la actividad económica. Pero el gran peligro se concreta cuando la banca central es obligada a inyectar en la economía una cantidad excesiva de moneda, generalmente para financiar el déficit fiscal del gobierno. Para evitar que la peligrosa posibilidad de una política inflacionista se materialice es que se les concede autonomía a los bancos centrales. Esa autonomía no es soberanía: se refiere específicamente a que el banco central pueda manejar de manera libre su crédito interno, que es el canal mediante el cual se inyecta y retira dinero de la circulación.
A pesar de que el Banco de México se fundó en 1925, fue hasta 1994 cuando se le otorgó por ley la categoría legal de institución autónoma. Por desgracia, no todo el mundo parece entender y apreciar el valor de esa figura jurídica. Posiblemente, los grandes desastres monetarios y cambiarios de los sexenios de Echeverría y López Portillo se habrían podido evitar si en esos tiempos el Banco de México hubiera contado con autonomía. Y la autonomía de la banca central está perfectamente justificada en razón de que, como lo explicaba gráficamente el célebre banquero central mexicano, Rodrigo Gómez, “las fuerzas de la inflación son poderosas, múltiples y sutiles”.
((Ver el discurso que pronunció ante la Fundación Per Jacobsson, noviembre de 1964, en “Textos de Rodrigo Gómez, 1953 – 1967”, México, s.f., s.e., pp. 145 – 157.))
En particular son de temer esas fuerzas de la inflación cuando son sutiles. Por ejemplo, en México todavía existen dentro del gremio de los economistas quienes piensan que es posible acelerar el ritmo de crecimiento con tan solo inyectar dinero en la circulación. Realmente, si el desarrollo económico pudiera lograrse con esa sola inyección, no habría países pobres en el mundo. Pero también es una ilusión monetaria muy difundida pensar que el banco central puede elegir discrecionalmente entre mayor crecimiento y menor inflación o viceversa. Y en este último respecto, todavía se ha discutido en el país en tiempos recientes si al Banco de México debería asignársele el mandato dual de procurar la estabilidad además de impulsar el crecimiento. La discusión es bizantina, en razón de que la procuración de la estabilidad no es un fin en sí mismo, sino una precondición para impulsar un desarrollo económico más incluyente, además de autosostenido.
((Consultar para este tema, el discurso de Ben S. Bernanke en ocasión del aniversario 75 de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton, 24 de febrero de 2006.))
La política monetaria del Banco de México se integra de dos componentes: el monto de moneda que se inyecta a la circulación y la tasa primaria de interés a la que se hace esa emisión. Hay que considerar con todos sus méritos que, gracias a la disciplina presupuestal que ha prevalecido durante el gobierno actual, no ha habido preponderancia fiscal que haya puesto presiones sobre el monto de moneda que se emite. Sin embargo, sí ha habido presiones por parte del propio presidente López Obrador para que el Banco de México redujese artificialmente su tasa de interés primaria, lo que equivaldría a una política monetaria de corte inflacionista. Tenía razón Rodrigo Gómez en que las fuerzas de la inflación son poderosas…
En adición, recientemente se dejó sentir la presión para arrebatarle al Banco de México el tramo ampliado de su cuota de Derechos Especiales de Giro en el Fondo Monetario Internacional. La exigencia estaba tan mal planteada, ya que los proponentes ni siquiera habían caído en la cuenta de que esa cuota no es un activo tangible, sino tan solo un pasivo contingente, en la forma de una línea de crédito de la cual se puede disponer, con la promesa de repago posterior.
Con base en todas las consideraciones anteriores (que son de validez universal), la autonomía se presenta como la forma idónea de organización para los bancos centrales. Pero idónea no quiere decir perfecta o blindada: por esto, no debe extrañar que subsista el debate sobre las medidas de política monetaria que deciden los bancos centrales.
En esa organización también es necesario que los cargos de operación de mayor jerarquía –y sobre todo, la Junta de Gobierno de la institución– estén integrados por personas muy competentes, con gran honorabilidad intelectual e independencia, y muy bien capacitados. Este asunto viene a colación cuando ya ha iniciado el proceso de reemplazo del actual gobernador saliente, Alejandro Díaz de León.
Al descartado Arturo Herrera y a la reciente designada candidata, Victoria Rodríguez, nunca llegué a conocerlos de manera personal. Sin embargo, tengo de muy buenas fuentes una opinión favorable sobre su inteligencia y su capacidad como funcionarios públicos. Para ambos casos cuento además con la recomendación institucional de que son egresados de la misma alma mater que yo: el Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México. Así que de seguro son inteligentes, esforzados y capaces para resistir las presiones. Por ese lado, por lo menos de entrada, no vamos perdiendo. Asimismo, y en este punto quisiera ser muy enfático, como hijo de una de las primeras feministas que hubo en México, me alegro de que cada vez más mujeres ocupen los cargos más altos en el sector público o privado.
Sin embargo, tanto en el caso de Herrera como en el de Victoria Rodríguez hay la muy evidente omisión de que su experiencia en materia de banca central y de política monetaria es más bien bastante exigua, por no decir nula. Y ese es un punto en contra, que de manera inexorable debe contar en este momento de la discusión pública. En materia de política monetaria, Rodríguez se encuentra atrapada en el estigma del prospecto con grandes facultades y posibilidades que, sin embargo, no ha jugado ningún partido.
La designación de personas externas para tomar el timón de la institución no es nueva para el Banco de México. Pero el balance en favor de esos ejemplos no es positivo. Con el primero de esos ungidos (Alberto Mascareñas, 1925-32) su tuvo el caso de un timonel desorientado y sospechoso de corrupción; en el segundo se trató (Agustín Rodríguez, 1932-34) de una breve gestión administrativa para llevar a cabo una reorganización, y el tercero fue el ejemplo de un actor paralizado incapaz de tomar decisión alguna (Gonzalo Robles, 1934-35). Mas adelante, en el sexenio de Manuel Ávila Camacho, encabezó la institución un inflacionista cínico (Eduardo Villaseñor, 1940-46) y en el período de Miguel Alemán estuvo al cargo una verdadera nulidad (Carlos Novoa, 1946-52). Décadas después, en el sexenio de José López Portillo, se dio el caso trágico de un actor bien intencionado (Gustavo Romero Kolbeck, 1976-82) que intentó hacer las cosas de manera correcta y terminó como víctima maltratada. Siguió el fracaso total (Carlos Tello, septiembre–noviembre de 1982) en el intento de aplicar un control integral de cambios con muy intensa desintermediación.
En un video difundido en redes sociales al ser propuesta como candidata a la gubernatura del Banco de México, Victoria Rodríguez declaró que su “compromiso será el combate a la inflación, no tocar las reservas internacionales y cumplir con la autonomía del banco”. Si los conceptos anteriores son ciertos y sinceros, ya llevamos un buen trecho del camino andado, toda vez que esos pueden ser los lineamientos básicos para guiar su desempeño.
Sin embargo, claramente no será suficiente. De ser aprobada su nominación por parte del Senado, una vez en el mando la nueva gobernadora deberá entrar en una complicada y demandante curva de aprendizaje en materia de política monetaria. Habría sido de desearse que la designada expresara su reconocimiento de una institución del Estado con una tradición de excelencia en la realización de sus encomiendas. En medida importante, la clave de su éxito dependerá de la sincronía que logre desarrollar con esa burocracia tan profesional e institucional del Banco de México.
Sería conveniente que desde ahora la economista Victoria Rodríguez Ceja empiece a tomar conciencia de que su destino como funcionaria pública esta más que nunca en sus propias manos. En la cabeza del Banco de México, ese destino puede ser de honra y de éxito si opta por el camino del profesionalismo estricto, de la defensa de la institucionalidad y del respeto a la letra de la ley. La opción de la subordinación y del flotamiento estéril sería funesta para su desempeño y para el veredicto de la posteridad.
cuenta con posgrados en economía por El Colegio de México y la McGill University, de Montreal. Trabajó por más de treinta años en el Banco de México y ha tenido a su cargo el proyecto de la historia del banco central