El Caballo de Troya de Obama

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Durante la presidencia de Vicente Fox en México, siempre me pareció que el formidable capital político que indiscutiblemente tendría quien lograra derrotar al PRI se había dilapidado en las manos de un político sin proyecto. Ahora, el presidente de Estados Unidos podría sufrir un futuro parecido pero, en este caso, no por no saber qué hacer, sino por intentar precozmente hacer demasiado, en medio de la peor crisis económica mundial desde la Gran Depresión.

Pocos gobiernos en la historia reciente de la humanidad han tenido el apoyo que goza el flamante gobierno de Barack Obama. Éste apoyo existe en función de su elegante elocuencia, de la extrema impopularidad de su predecesor y, sin duda, de su condición como primer presidente proveniente de una minoría racial en el país más poderoso del mundo.

El proyecto político de Obama fue siempre ambicioso. Abarcó temas de política exterior y de seguridad nacional, como Irak y Afganistán, mientras ponía el dedo en la llaga al discutir el acceso universal a servicios de salud y el debilitamiento de la clase media. La pregunta clave es si esos proyectos deberían quedarse en el tintero hasta que se logre contener el daño devastador que amenaza suscitar la crisis.

Esto equivaldría a que un señor, torpemente, decidiera ignorar que su esposa está en medio de una delicada quimioterapia al notificarle que, de hecho, sale con otra mujer y que en cuanto se mejore piensa dejarla. El anuncio cancela la posibilidad de cualquier discusión práctica y constructiva alrededor de la terapia de la mujer. Se entorpece lo inmediato por una pelea que puede esperar.

En forma torpe y paradójica, el ejecutivo estadounidense ha decidido enviarle al congreso el presupuesto más abultado desde la Segunda Guerra Mundial, equivalente a 27.7% del Producto Interno Bruto, generando un déficit cercano a 13%.

Esto podría haber sido una noticia bienvenida dada la urgente necesidad de estímulos económicos ante la brutal caída del consumo e inversión privados. El problema empieza cuando, en el descomunal presupuesto anunciado para la próxima década, no se plantea la posibilidad de que el gasto se reduzca a niveles por debajo de 22% del PIB. Lo que quitará el sueño a cualquier conservador en materia fiscal, e invitará a las armas a aquellos escépticos del protagónico papel que Obama pretende darle al gobierno, es el hecho de que el déficit de 3.5% del PIB que se promete para 2012, y que sería más razonable, parte de supuestos por demás quiméricos.

Para la discusión presupuestal, la Casa Blanca asume que la economía estadounidense decrece 1.2% este año y que, gracias al exitoso plan de estímulo fiscal, vuelve a crecer más de 3.2% en 2010, 4% en 2011 y 4.6% en 2012 (aún con tan improbable recuperación, el déficit propuesto seguiría siendo considerable). Es interesante, sin embargo, que esta misma administración le ha solicitado a los 160 bancos estadounidenses con más de cien mil millones de dólares de activos que hagan el siguiente ejercicio: qué pasaría con su capital si la economía estadounidense decreciera 3.3% este año, no creciera el año próximo, los precios de la vivienda cayeran 22% más este año, y el desempleo alcanzara 8.9% este año y 10.3% el que viene. Dudo que las autoridades financieras vean ese escenario como improbable, considerando que si el resultado de éste fuese que se quedaran sin capital en esas condiciones, el gobierno les da sólo seis meses para levantar recursos frescos.

En mi opinión, la administración de Obama sabe que el colosal gasto propuesto forzará a la creación de nuevos impuestos en los próximos años (quizá a la adopción de un impuesto nacional sobre las ventas, del tipo de un Impuesto al Valor Agregado). Esto es irresponsable y peligroso.

En una coyuntura como la actual es indispensable concentrarse en buscar el apoyo legislativo para las decisiones cruciales y para el estímulo fiscal inmediato. Es importante evitar, por lo pronto, hacer promesas poco realistas de reducir el déficit fiscal. Franklin Delano Roosevelt cometió el error de enfocar la atención en el déficit –y no en el estímulo- en los años treinta cuando al escuchar el consejo de Henry Morgenthau, su Secretario del Tesoro, decidió incrementar impuestos prematuramente y abortó la frágil recuperación económica que pudo haberse beneficiado del creciente gasto fiscal. Roosevelt se asustó de la magnitud del déficit y Estados Unidos no recuperó su crecimiento industrial sino hasta la Segunda Guerra Mundial.

Obama y su gente saben que el presupuesto que han presentado no es ni remotamente realista. Saben también que la perspectiva color de rosa que pintaron para los próximos diez años es inverosímil. Están aprovechando la urgente necesidad de estímulo fiscal para meter un Caballo de Troya que amenaza con cambiar el paradigma económico estadounidense para la próxima generación. Si los Republicanos lo leen correctamente, Obama perderá también la posibilidad de tener su apoyo para aquellas urgentes medidas indispensables para contener la crisis.

El ejecutivo estadounidense está jugando con fuego pues puede provocar una larga guerra en el legislativo –y una polarización partidista- en el peor momento posible. Prematuramente, pusieron sobre la mesa todos los temas que definirán a su presidencia, y lo hicieron en un momento en el cual la atención debería estar concentrada en contener el fuego.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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