La crisis fiscal de Estados Unidos: camellos y ornitorrincos (ultima parte)

 Última parte del análisis acerca de la crisis de la deuda en Estados Unidos. 
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Para los republicanos, todo el problema proviene de un gasto público desenfrenado porque los demócratas quieren llevar a Estados Unidos al socialismo y, por ello, buscan hacer una redistribución quitándole su riqueza a quienes han emprendido y han tomado riesgos, para dársela a la creciente población que simplemente estira la mano para recibir la beneficencia del estado. Para los demócratas, el problema proviene de la baja recaudación fiscal porque “la gente más afortunada” (palabras textuales de Obama) se reúsa a contribuir lo que es socialmente justo, particularmente dado que ha habido una real polarización en el ingreso, donde el 1% que más tiene recibe 20% del ingreso, cuando en 1960 recibía 8%.

Ambos partidos recurren a decir medias verdades en un ejercicio que es el epítome de la irresponsabilidad. Aquí van algunas de las cosas que no dicen:

Los republicanos no dicen que:

  1. La recaudación ha caído por la crisis económica. Pensar que debe congelarse en los niveles actuales (14.4%) sería suicida. Aún en momentos normales, la recaudación federal es alrededor de 18% del PIB y, si incluimos recaudación a nivel estatal y local, es alrededor de 26%. Países como Francia o Alemania recaudan, normalmente, alrededor de 20 puntos porcentuales más.
  2. Los republicanos confunden aumentar tasas de impuesto con aumentar recaudación. Hay que hacer la última sin la primera. Urge reformar el código fiscal. Éste es obsoleto, complejo y absurdo. Al gobierno le cuesta miles de millones de dólares recaudar impuestos. La solución real está en quitar exenciones y deducciones, y bajar significativamente la tasa de impuestos. Pero esta medida afectaría, por ejemplo, a miles de organizaciones “religiosas” (que son todo menos eso) que donan a manos llenas al partido republicano. También afectaría a manejadores de “hedge funds” cuyo ingreso se califica como ganancia de capital y no como ingreso (pagando así menos de la mitad del impuesto), y a multimillonarios que aprovechan hasta la última deducción en el código fiscal para hacer planeación patrimonial agresiva, reduciendo fuertemente la tasa efectiva que pagan. Alguien como Warren Buffet paga poco más de la mitad de la tasa federal efectiva que un ejecutivo típico de ingreso medio (que gana quizá menos de la milésima parte de lo que el primero recibe en un año) debido a que el primero gasta una fortuna en equipos de planeación fiscal para utilizar hasta la última deducción que permite el código fiscal, además de que se puede dar el lujo de ser más agresivo y enfrentarse con el servicio de recaudación interna (IRS) en caso de litigio.
  3. El enorme déficit no es atribuible a los planes de estímulo, pues éstos ascendieron a alrededor de 6% del PIB. La economía estadounidense tendrá su tercer año consecutivo con déficit alrededor de 10% del PIB (sin considerar cualquier otro efecto por no haber tratado de apoyar a la economía en el peor momento, el déficit hubiera seguido siendo más o menos 8% por año).
  4. Para reformar el gasto público en forma sensata hay que reformar las tres rebanadas del gasto total que ascienden a más de 80% del gasto total: el gasto militar, el costo financiero de la deuda pública ya contraída, y los “entitlements” (Medicare, Medicaid, pensiones del Seguro Social, pensiones de veteranos de guerra, etcétera). Los republicanos se reúsan a tocar el gasto militar.
  5. Las últimas propuestas de Obama eran claramente ventajosas para republicanos que buscaban cerrar el déficit predominantemente con reducción de gasto. En proporción de tres a uno (reducción de gasto versus aumento en recaudación) Obama hizo la oferta, y los republicanos la rechazaron envueltos en una bandera absurda de dogmatismo e intolerancia, en la que neciamente se oponían a incremento alguno en la recaudación. ¿Hizo Obama esta oferta como un Padrino (Don Corleone,  quien hacía propuestas “imposibles de rechazar”) a la inversa, sabiendo que ésta sería una propuesta “imposible de aceptar” para los nuevos legisladores del “partido del té”? Es probable. Sin duda, ante el público logró hacer ver a los republicanos como intransigentes. Pero es un hecho que ahora difícilmente tendrán una oferta mejor. David Brooks, el respetado columnista conservador del New York Times dijo en uno de sus artículos que era tan evidente que deberían haberla tomado que al rechazarla demostraron que no cuentan con las facultades para merecer nuevamente ser el partido en el poder.

Los demócratas no dicen que:

  1. Para reformar el gasto público, es urgente revisar los programas de “entitlements”. Estos están quebrados y hay que incorporar factores demográficos y cambios en la provisión de salud que hacen imposible costearlos. (Perdón por el comercial, pero explico extensamente este tema en mi libro La próxima gran caída de la economía mundial, editado por Debate, Random House Mondadori).
  2. Una parte desproporcionada del estímulo fiscal que articuló Obama fue a parar al bolsillo de la clientela demócrata, y se desperdició una oportunidad de oro para invertir en infraestructura o atacar otros cuellos de botella que habrían motivado un incremento en la inversión privada y en la competitividad internacional de Estados Unidos. A pesar de que se han perdido millones de empleos en el sector privado por la crisis, los trabajadores sindicalizados estatales mantuvieron sus puestos hasta hace muy poco, cuando las finanzas de algunos estados y ciudades empezaron a reventar. No se ha reformado un ápice un grotesco sistema de sueldos y prestaciones a burócratas en el que un maquinista de tren o el guardia de una prisión pueden retirarse teniendo menos de 55 años, y recibiendo retiros que les dan hasta 200 mil dólares anuales de ingreso. El mayor donante a campañas de demócratas o republicanos en las últimas elecciones fue el sindicato de trabajadores estatales (donando exclusivamente a los primeros, obviamente).
  3. No se puede hablar de cerrar el déficit SOLO incrementando impuestos para el 2% de la población que más tiene, los “millonarios y billonarios” como les dice Obama (calificativo que me resulta confuso pues quien esto escribe y todos mis amigos entran en esta categoría, y me hubiera imaginado que ser parte de ella hubiera sido más glamoroso y no tendría uno que preocuparse de trabajar largas jornadas para poder cubrir costos básicos de vivienda y educación). Más aún, al decirle al 98% que “menos tiene” que sus problemas provienen de los “ricos”, está motivando una guerra de clases cuyo desenlace puede ser peligroso. Más de la mitad de la población no paga impuesto alguno sobre su ingreso, pero sí recibe ayuda del estado. No hay mejor forma de garantizar la ineficiencia del gobierno que hacer saber a la gente que el dinero que éste gasta no proviene de lo que ellos pagan. Para aumentar la recaudación, hay que incrementar la base. Todos deben pagar.
  4. Además, hay renglones del gasto que evidentemente se tienen que recortar. No hace sentido subsidiar a quienes producen etanol con maíz, por mucho que parezca que lo sí tiene sentido ambientalmente. No solo no lo hace, sino que ha provocado distorsiones en la asignación de recursos a la producción agrícola e inflación en el precio de cierto alimentos.
  5. La reforma de salud, de la que tanto se enorgullece la administración de Obama, incrementará fuertemente el costo de la provisión de este servicio. A un sistema ineficiente que gastaba ya más de 18% del PIB proveyendo salud a mucha, pero no toda, la población, ahora le agregaron decenas de millones de usuarios. Las aseguradoras, abogados litigantes que imponen demandas frívolas a médicos, y las empresas farmacéuticas que venden los medicamentos más caros del mundo en Estados Unidos, ni siquiera fueron tocados. ¿Tendrá que ver con el copioso financiamiento que proviene de estas entidades a campañas demócratas?
  6. El problema no proviene de que los republicanos “digan que no a todo” (acusación de Obama) El presidente ha jugado un papel altamente ideologizado y sumamente cuestionable; entender sus propuestas concretas puede implicar un ejercicio comparable a tratar de engrapar una gelatina a la pared. Es cierto que incrementar el techo de deuda cuando la cámara de representantes está en manos de los republicanos (y del “partido del té”) es un reto complicado. Pero, uno tiene que preguntarse por qué los demócratas no presentaron un presupuesto ni intentaron hacer reformas fiscales de fondo cuando tenían control sobre la Casa Blanca y ambas cámaras del legislativo. Más aún, en una iniciativa que intentaba hacer una reforma profunda, Obama formó la comisión bipartidista Simpson-Bowles, para después estar totalmente en desacuerdo con las conclusiones de ésta, y ni siquiera presentar al congreso alguna iniciativa que reflejara alguna de las múltiples e inteligentes propuestas que resultaron de ésta y que probablemente hubieran logrado apoyo en ambas cámaras. Hoy, la llamada “Pandilla de los seis” (que de hecho son siete senadores, de ambos partidos) trata de concretar algunas de las propuestas más lógicas, y ha tenido buena respuesta en el senado.

 

Los políticos de ambos partidos son igualmente irresponsables, obtusos e ignorantes. Pero siempre lo han sido, y la pregunta clave es por qué ahora pueden hacer tanto más daño. Fareed Zakaria, editor de Time, propone algunas posibles razones. Él dice que uno de los problemas de fondo proviene del reciente proceso que se denomina de “Gerrymandering”, o de redelimitación de distritos electorales. Ésta ha llevado a que se definan distritos que son claramente republicanos o claramente demócratas. Antes, los congresistas tenían que competir en distritos que eran mixtos y donde la adopción de agendas radicales hubiera asustado a electores independientes y moderados que optarían por votar por el otro partido. Hoy, el ejercicio electoral relevante se hace en las elecciones primarias, y en éstas es el elector más dogmático quien participa y define su curso. En la elección reciente, los congresistas demócratas provenientes de distritos conservadores (los llamados “blue dogs”) que apoyaron la reforma de salud de Obama fueron derrotados. La lección se ha aprendido. Aquellos republicanos que apoyen cualquier incremento de impuestos así como los demócratas que accedan a revisar programas de “entitlements” pagarán con el puesto su osadía.

Han surgido numerosos ideólogos extremos, particularmente en el partido republicano, que se han dado a la tarea de formular juramentos que reflejan sus principios y que fuerzan a candidatos a firmarlos antes de darles el apoyo de las entidades que representan. Ese es el caso de la gran mayoría de los representantes republicanos nuevos que firmaron el llamado “Juramento para América” (“Pledge for America”) donde se comprometen a defender valores tradicionales de todo tipo, y también se comprometen a jamás votar a favor de cualquier incremento en los impuestos. En un país que está en medio de una crisis económica y cuyo gobierno muestra un déficit fiscal de más de 10% del PIB, pensar en cerrar la brecha exclusivamente bajando el gasto garantizaría una depresión sin precedente.

Adicionalmente, la Ley de Transparencia, conocida como “Sunshine Rules”, que fue pasada por el congreso en la década de los setenta y reformada en la administración de Clinton tuvo un impacto quizá opuesto al que se intentaba. Éstas buscaban transparentar procesos legislativos en los que se presentaban iniciativas abiertamente, pero se votaban e implementaban en privado con el objetivo de tener más margen para negociar. Ahora, tanto a nivel federal como estatal, existe claridad con respecto a la dirección de los votos de cada legislador. El nuevo entorno facilitó la tarea de los ejércitos de “K Street” (la calle en Washington, D.C. donde están las oficinas de cabildeo). Los estrategas de los despachos contratados por cada grupo de interés saben exactamente cuál brazo hay que torcer y a qué campaña hay que donar para garantizar el desenlace legislativo deseado. Hoy, por ello, aquellos congresistas tanto republicanos como demócratas que decidan alejarse de la línea del partido serán identificados y castigados con enorme eficiencia.

Pero no resulta evidente por qué pesan hoy más los extremistas que en la época de Barry Goldwater o de George McGovern, personajes cuyo extremismo en la derecha hizo historia. En mi opinión, la respuesta está en los medios. Es, por ello, casi karmático que esta crisis gubernamental ocurra en paralelo con la de Rupert Murdoch, el titán australiano de las comunicaciones, quien fue el padre de la pérdida de decencia en la prensa moderna; no solo ideó la estrategia de incluir fotos de mujeres con poca ropa en la página tres de un periódico familiar para incrementar sus ventas, sino que también creó los primeros medios con ideologías abiertamente sesgadas. Quedó atrás el medio local que buscaba dar opiniones equilibradas para evitar el enojo de potenciales anunciantes. Él se dio cuenta de que los medios modernos permitirían acceso a un menú mucho más amplio de opciones, y por ello le dio a los conservadores el alimento ideológico que tanto deseaban, culminando con la creación de la cadena Fox.

Hoy, los electores pueden ver y escuchar, de sol a sol, medios de comunicación que apoyen sin ambages sus más profundos sesgos. Un conservador oirá a Rush Limbaugh en la radio, verá a Glenn Beck y a Bill O’Reilly en Fox, y leerá los blogs de Ann Coulter, mientras que un liberal escuchará Air America, verá a Jon Stewart y a Bill Maher en la tele, y preferirá ver noticieros de MSNBC. Ahora, los medios competirán dentro de su extremo para ser los más radicales y los más insultantes con el rival. Por ello, CNBC acaba de llegar al extremo de contratar al reverendo Al Sharpton (activista prácticamente comunista dentro del espectro político estadounidense, quien inspiró el personaje del pastor en el gran libro La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe) como anfitrión del programa de opinión política que se transmite diariamente a las seis de la tarde en forma nacional. No hay necesidad de que conservadores o liberales se escuchen entre sí, y los canales un poco más de “centro” como CNN, están perdiendo audiencia ante los extremos.

El sistema político estadounidense no es un sistema parlamentario en el cual un partido político puede introducir su agenda al controlar simultáneamente al ejecutivo y legislativo. Es un sistema diseñado para moverse lentamente, para separación de poderes (“checks and balances”) en la que se busca negociación y equilibrio entre partidos políticos, ideologías distintas, norte y sur, ricos y pobres, y grupos étnicos diferentes. Pero el sistema se rompe en el momento que negociar se equipara a claudicar, cuando la concesión se confunde con aquiescencia. 

Estoy convencido de que se introdujo el término “default” en forma prematura y más que irresponsable, como vehículo para presionar a los legisladores. El problema es que hacerlo despierta también la preocupación de inversionistas y empresas calificadoras de crédito que ahora están alerta a la posibilidad de dogmatismo político suicida. Esa estrategia probará haber sido extremadamente arriesgada.

Y creo que ése es un buen desenlace. Como decía Churchill: “siempre puedes contar con que los estadounidenses hagan lo correcto, después de agotar todas las alternativas”. Una a una, las están agotando. Viendo con detenimiento, la crisis soberana estadounidense tiene soluciones relativamente sencillas. Comparativamente, me quedo con ésta mil veces, antes de tratar de resolver la europea. Las mismas condiciones que se requieren para que impere la sensatez fiscal son las que se necesitan para articular una reforma migratoria inteligente, para enmendar el sistema educativo, o para hacer frente a los problemas estructurales del empleo. La única pregunta de fondo es qué tamaño de crisis se requerirá para que esa sensatez aflore. 

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Es columnista en el periódico Reforma.


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