Obama y las políticas políticas (2)

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La reforma prevista por Volcker intenta retomar algunas de las restricciones que se perdieron cuando la ley Gramm-Leach-Bliley sustituyó en 1999 a la ley Glass Steagall de 1933 que separaba las funciones de los bancos comerciales de las de los bancos de inversión.

En resumen, lo que Glass Steagall hizo fue crear el FDIC, entidad encargada de garantizar los depósitos bancarios y proveer de financiamiento a los bancos mediante el descuento de créditos otorgados por éstos, para darles liquidez. Esto implicaba, entonces, que se hacía una distinción entre bancos comerciales –aquellos que reciben depósitos del público– y bancos de inversión (casas de bolsa o corredores de valores) –aquellos que hacen función de intermediario de títulos y valores públicos, pero que no toman depósitos[1].

Cuando se deroga Glass Steagall, se mezclan ambas actividades, la de banca comercial y la de corretaje, en los grandes grupos financieros. El Plan Volcker busca, ahora, volver a segregar cada tipo de actividad. Además, busca reducir el riesgo que se toma en el sistema. La forma de hacerlo, según el ex-presidente de la Reserva Federal, es evitando que los bancos hagan operaciones por cuenta propia.

Hoy en día, un banco hace operaciones por cuenta de terceros o por cuenta propia. Pongamos un ejemplo: en el primer caso, Merrill Lynch recibe la instrucción de un cliente que quiere comprar mil acciones de Apple. Merrill acude a la bolsa de valores, realiza la compra, deposita las acciones en la cuenta del cliente, y debita el cash en la cuenta para pagar por la operación y por la comisión devengada (que constituye el ingreso para Merrill). En el segundo, Merrill acude al mercado y compra acciones de Apple con su propio dinero, ya sea para especular o para hacerse de un inventario de acciones de Apple que le venderá a alguien más tarde (con la esperanza de que lo hará a un precio más alto).

Parte del problema de evitar que los bancos puedan “especular” es que no es fácil saber para qué salió éste a comprar por cuenta propia. Es un hecho que una de las principales razones para hacerse de inventarios es para facilitar la operación de los grandes inversionistas institucionales (fondos de pensiones, hedge funds, etcétera). Éstos están usualmente interesados en comprar de golpe todo lo que necesitan, y prefieren no esperar a ver a qué precio van haciéndose de todas las acciones, por ejemplo, que necesitan. Siendo clientes muy importantes, los bancos están incluso dispuestos a venderles el paquete completo, aun tomando el riesgo de tener que salir a comprarlo después a un precio incierto.

Sin duda, puede haber casos en los que salen a hacerse de un inventario –sin tener comprador previo– simplemente con la esperanza de que éste se aprecie. Toman el riesgo con su propio dinero. ¿No deberían poder hacer esta especulación con sus recursos?

Donde, sin duda, estuvo parte importante del problema fue en el caso de los inventarios de deuda “subprime” (de baja calidad crediticia). Como todo oferente de un producto, estoy convencido de que los bancos de inversión que empezaron a estar muy activos en ese segmento del mercado de deuda estaban reaccionando a un incremento en la demanda. Conforme hubo poca volatilidad en los mercados y el Sr. Greenspan decidió que la forma de luchar contra la secuela del estallido de la burbuja de Internet era con tasas de interés al uno por ciento, todo aquel inversionista rentista institucional o privado necesitado de rendimiento, fue tomando niveles de riesgo crediticio cada vez mayores. Conforme el mercado de deuda AAA o AA se saturaba (haciendo que los precios subieran y los rendimientos bajaran), se movían a A o BBB, después a BB, B, y finalmente hasta a CCC, donde el riesgo de impago era inminente.

El problema de los bancos provino de que el estallido del mercado de bienes raíces provocó que quienes contrajeron hipotecas dejaran de pagarlas, llevando al desplome de los precios de bonos respaldados por éstas, y eso agarró a los bancos de inversión con los dedos en la puerta, saturados de deuda de baja calidad –en caída libre– en sus inventarios, sin la posibilidad de vendérsela a sus clientes.

Uno podría argumentar que la mayoría de esos inventarios fueron construidos para “facilitar” la operación de los grandes clientes institucionales que tenían un insaciable apetito por papel de baja calidad crediticia, el único que estaba dando rendimientos atractivos. En estricto sentido, el Plan Volcker no impediría esta actividad.

Nada de lo que presentó el Sr. Volcker al congreso el día 2 de febrero impediría que la quiebra de Lehman se repitiera exactamente. En mi opinión, el problema provino del hecho de que el FDIC no puede tomar las riendas de la quiebra de un banco de inversión, como lo hace en el caso de bancos comerciales. Lehman quebró y provocó la caída de las piezas de dominó, mientras que 130 bancos comerciales quebraron en 2009 y no afectaron a nadie. Eso tampoco se resuelve con el Plan Volcker.

Pero más allá de la compleja implementación del plan, si los reguladores estadounidenses recurrieran a forzar la separación de los bancos de inversión y los bancos comerciales, sería extremadamente fácil que los mismos bancos estadounidenses recurrieran a operar “por cuenta propia” desde sus filiales europeas. El sistema europeo no sólo permite sino que propicia la formación de grandes conglomerados que incluyen ambos tipos de actividad.

Recordemos que en el caso de la aseguradora AIG, su quiebra provino de la actividad altamente especulativa de su filial inglesa, AIG Financial Products, que perdió más de 13 mil millones de dólares en los primeros meses de 2008. AIG decidió hacer esa actividad en Londres porque la regulación estadounidense lo prohibía. Ese tipo de “arbitraje de jurisdicciones” que permite que los intermediarios usen su presencia global para evitar una regulación incómoda, es y será siendo el pan nuestro de cada día.

Si el Plan Volcker fuera adoptado, seguramente se tendría que regresar a un entorno legal similar al de Glass-Steagall. Esto revertiría fusiones que se acaban de hacer, como la de Bank of America con Merrill Lynch, y la conversión de Goldman Sachs y Morgan Stanley a ser simplemente bancos de inversión, cuando fueron forzados a ser bancos comerciales para tener acceso a financiamiento federal. Una vez más, quizá sería más limpio, simplemente, definir procesos de quiebra ordenados para este tipo de instituciones.

Pero difícilmente será esa la discusión. Como en el caso de la reforma al sistema de salud, Obama decidió anunciar que ahí viene el lobo aún antes de que éste salga de su casa. Para cuando llegue a su destino, los afectados estarán pertrechados, habrá tanques, barricadas, bazucas y todo tipo de armas esperándolo.

Por último, lo que sigue sin discutirse es un cambio real y sensato a la regulación. En mi opinión, no hace falta más regulación sino menos. Pero antes de que se enoje por mi idea, lea con atención: la regulación en Estados Unidos es, hoy en día, una interminable serie de reglas engorrosas que se aplican de forma idéntica a un banco de inversión enorme y muy activo al especular y hacerse de inventarios –como Goldman Sachs–, que a un pequeño intermediario que sea más bien una boutique que ofrece análisis sofisticado para sus clientes a cambio de ejecutar compras y ventas para ellos cobrando una comisión. Los reguladores son burocráticos, poco sofisticados y mal pagados, y su mayor anhelo en la vida es acabar trabajando para las entidades a las que regulan, donde pueden vender su experiencia a cambio de un buen sueldo. Esto les lleva a ser más sumisos con los bancos poderosos, potenciales empleadores, a pesar de que son éstos los que corren más riesgos.

La solución está en hacerse de un cuerpo regulador ágil, donde los examinadores sean tan sofisticado como los ejecutivos de los bancos a los que regulan y, por ende, reciban el mismo nivel de sueldo millonario (no es broma); y que estén impedidos por ley a trabajar –de por vida– en bancos privados. Éstos tienen que ser capaces de entender exactamente el espíritu y propósito de las operaciones que están analizando, y el nivel de riesgo implícito.

¿Recuerda usted el fraude de Madoff? Harry Markopolos, un empleado de un competidor de Madoff, le avisó a la SEC que el primero estaba defraudando a los clientes años antes de que fuese descubierto. En sus propias palabras, “los reguladores no se daban cuenta porque no entienden matemáticas”. Hubiera sido infinitamente más barato pagarle un millón de dólares al año a un Markopolos que pagarles cien mil dólares al año a decenas de reguladores burocráticos e ineptos por ver, por ejemplo, qué había en los archiveros de Madoff y checar si el total de los regalos a los clientes de la firma cada año había sido siempre menor a cien dólares y si estaba bien documentada la relación por cliente (regla real).

Evidentemente, los primeros en estar encantados con la tediosa regulación actual son los grandes bancos de inversión, pues esta regulación se vuelve una barrera de entrada ideal para evitar que crezcan los intermediarios pequeños, pues necesitan de ejércitos de abogados para hacer expedientes y llenar formas, por inútiles que resulten.

¿Haría sentido separar los bancos comerciales de los bancos de inversión? Probablemente. ¿Se debe evitar tener bancos cuyo tamaño los blinde del posible fracaso porque ponen el riesgo al sistema? Sin lugar a duda. Estoy convencido de que el capitalismo sólo funciona si la posibilidad de quebrar y perderlo todo es la forma eficiente de evitar que se tomen riesgos extremos. Sin embargo, la estrategia legislativa acogida por Obama parece más preocupada por cuidar las apariencias que por lograr cambios fundamentales.

¿Es peor no hacer nada que hacer algo inútil? Lo que el político busca es fingir que está ocupado, y lo fútil de su solución se hace evidente sólo hasta que hay una crisis. Para entonces, ya nadie recordará que él decidió irse por el camino más fácil, aunque éste no lo llevara a ningún sitio.

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[1] Otra forma de verlo es que cuando uno deposita dinero en un banco comercial, ese depósito acaba volviéndose un activo del banco, quien procede a prestarlo. Si uno tiene una cuenta en una casa de bolsa, el dinero siempre es de uno y nunca forma parte del activo de ésta. La casa de bolsa sólo puede “darle mercado” a esos activos, haciendo una función de corretaje. Es decir, que pone en contacto a quien tiene dinero con quien necesita dinero, cobrando una comisión por hacerlo. Por eso, cuando quebró Lehman Brothers, por ejemplo, no hubo “depositantes” afectados.

Paul Volcker

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Es columnista en el periódico Reforma.


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