Luego de 18 ediciones en un año y cerca de 200 mil copias vendidas, La península de las casas vacías es un éxito arrollador y su autor, David Uclés (Úbeda, 1990), está en la mira del público y de los editores.
La península de las casas vacías afirma una historia aún difícil de digerir. En poco más de una década se cumplirá un siglo del estallido de la Guerra Civil española, y todavía falta un luto compartido por los muertos, los heridos, los perseguidos, todos los que padecieron el trauma profundo de una guerra fratricida.
La novela de David Uclés no solo se propone contar historias, sino hacer del relato un encuentro e invitar al lector a que haga el viaje del autor. En parte, lo consigue mediante un demiurgo itinerante que rompe la acción para dialogar con el lector. Valle-Inclán y, destacadamente, Unamuno asoman la cabeza, moldeando un tapiz de la época complejo pero abierto, de un nivel léxico sorprendente y que reanima el idioma. Este andamiaje se apoya sobre el realismo mágico que suaviza la brutalidad de los acontecimientos.
Conversé con Uclés en la residencia del embajador de España en Dublín, a donde viajó para presentar su libro en el Instituto Cervantes. Desde la pared en el salón nos observaba, velazqueño, el infante Baltasar Carlos.
La península de las casas vacías vale por obra completa: casi 700 páginas en una época que menoscaba la concentración y favorece el chisporroteo. ¿Qué fue primero? ¿La historia o los personajes?
El relato de mi abuelo que me contaba su experiencia y la de los que lo habían precedido. Todo comienza con él. En la raíz de la novela está un árbol familiar. Y las imágenes. Las fotografías de la época. Luego el mapa. Tracé los desplazamientos de los personajes y seguí sus pasos a través de toda la península para estar donde habían estado.
¿Qué significó escribir esta novela?
Recorrer una herida.
Has hablado acerca de tu gusto por el realismo mágico. ¿Cuál es su función en tu novela?
Es una forma de deconstruir para reconstruir. En el realismo una mujer embarazada cae y es aplastada por los que la siguen. En mi relato, en la “Desbandá”, el cuerpo de la madre se funde con el pavimento ardiente pero el bebé queda. Es una escritura imaginativa en el sentido de que está hecha con imágenes. Creo que las imágenes se graban más que las palabras. Las imágenes forman parábolas que se quedan con el lector más que las palabras. Mi escritura es lírica, simbólica. Es una escritura de imágenes, no de personajes. Persigo la acción sobre el agente de la acción.
¿Cómo concilias la seducción onírica con las rupturas brechtianas?
Mi narrador es caprichoso. Quiero abarcar toda la guerra en la que suceden muchas cosas y por eso necesito un narrador que aclare la historia. Es un narrador que, interrumpiendo el hilo, ayuda al lector a no confundirse con las transiciones entre la realidad y esa otra realidad que la ordena dándole sentido. Las rupturas ordenan la historia.
¿Cómo interesar al lector en una historia cuyo desenlace conoce?
Nunca se había contado toda la guerra civil española en una sola ficción. No hay una novela que capte todo lo ocurrido en un libro. Hay testimonios de lo que sucedió en los distintos lugares, pero no una visión global en la que el lector viva toda la guerra. Además, en España apenas hay literatura en realismo mágico: el realismo sigue siendo imperante. Y en la escuela no se enseña la guerra. Al final del temario, entre mayo y junio, se daba un poco sobre la guerra. Sabemos más del Cid que de la Guerra Civil.
Tu novela tiene una cualidad teatral.
Cuatro actos. 30 episodios. Mismo número de páginas. Son retablos barrocos. O andamios gigantes.
Las acelgas de pronto cunden. ¿Por qué acelgas y no espárragos o cualquier otra cosa?
No hay ninguna razón, pero las acelgas me gustan. Tardé 15 años en escribir esta novela que está hecha de capas y capas. Allí hay tres “yos”, y el menor habrá pensado en las acelgas. Otro “yo” pensó en un volcán puesto en el centro de la península.
¿Sigue latente?
Sigue, aunque no es bueno pensar que la historia no cambia o es cíclica porque nos apocamos. Hay que ser positivos para no repetirnos. Hoy hay una democracia consolidada. También una minoría de extrema derecha que recupera proclamas de otra época. Y hay una masa ciudadana sin ideales políticos. El peligro es que esa minoría puede crecer muy rápido. La democracia no puede pararle los pies en sus términos, sino usando las armas que nos da, la palabra. El futuro lo veo negro. Por ejemplo el escepticismo frente a Europa y que cada país despierte sus propios fantasmas.
Hablando de fantasmas, el de Unamuno recorre tus páginas.
Admiro su existencialismo y cabalidad. Me gusta su duda. Yo creo que lo asesinaron. Unamuno era iberista, como Saramago, mi autor favorito.
¿Tu novela es una nivola épica?
O una épica nivolesca. Es una Odisea. Odisto se llama así por Odiseo. No es un héroe sino un hombre arrastrado por los acontecimientos que hace esfuerzos desesperados por sobrevivir y regresar a su familia. Así que Ovidio también está presente. A Salamanca fui para tocar la puerta de la casa de Unamuno. Estaba allí y una señora pasó y me preguntó si me sentía mal. Yo, avergonzado de decir la razón de apoyarme en esa puerta aduje un mareo. Pues venga, me dijo, vamos a tomarnos una cerveza.
¿Cómo conciliar la unificación de Iberia con las autonomías y los separatismos?
Una nueva unión que nos impulse bajo una nueva identidad. Continuar como si no pasara nada no funciona. Hay símbolos tradicionales que ya no corresponden a esta época, que alguna gente rechaza. Por eso creo que una federación peninsular funcionaría mejor. Tres capitales: Madrid, Lisboa y…
¿Úbeda? ¿Regresarás a vivir allí?
No. Me gusta vivir en sitios que no conozco. Hay una desconexión que vuelve a conectar. Vivir fuera de casa te desnuda, te quita la identidad y te da empatía, te abre. Lo conocido enmascara la realidad que es perecedera. A ver si me encuentro un irlandés y me quedo en Dublín a escribir la próxima novela.
¿Puede lo literal sorprender más que lo ficticio?
Lo literal es un cubo de agua fría. La desbandada por ejemplo primero es ficticia y luego real. A mí me gustaría escribir neorrealismo mágico.
¿Tu lector ideal?
Quien complete lo que escribo.
¿Cuál es la peor palabra en el diccionario?
Petricor. ¿Sabes lo que es?
No.
Es el olor a lluvia que está por caer, que me encanta. Pero la palabra suena como para El Corte Inglés. Inutilizable.
¿Ha cambiado el dilema de la izquierda?
Sigue igual. La izquierda está muy fragmentada, diría rota. Tres altos cargos del gobierno de Pedro Sánchez se van de cacería sexual con dinero público. Como dijo Woody Allen de la mafia, la izquierda también se mata entre sí. El idealismo es utópico. ¿Es viable?
¿Cómo defines la guerra en una palabra?
Odio.
En tu novela es “pérdida”. ¿Cuáles según tú son los gestos actuales, los signos de la época?
En mi país se mueven por lo que no quieren que tenga el otro. La falta de ideales se refleja en el voto negativo. El racismo. El nacionalismo, la idea de que lo propio es mejor. Nos falta asumir nuestra mortalidad. Vivir es intentar que los otros se pregunten qué hacemos aquí. Ser gay te hace más sensible. Quizá se debe al rechazo y a las agresiones que hacen al homosexual más empático. Hace falta una lucha existencialista.
Es un mundo precario.
Cuando no hay ley que te proteja pueden suceder multitud de cosas. Las rencillas personales afloran. En el apagón en Madrid todo fue bien, pero después de un rato pensé que cualquier cosa podía suceder.
¿Y qué de la posguerra?
La resumo en cinco palabras dichas por el guardia civil: “Caballero, vamos a dar un paseo.” Todos sabían qué significaba eso. Y no debemos olvidarlo. La memoria transforma la historia. Hay que hacer memoria. ~