Una fiesta patronal. Un juicio público. Un funeral. Y en medio de ello, tres personajes que regresan a su pueblo natal después de varios años, tratando de resolver asuntos que dejaron pendientes. Una joven desterrada de su comunidad debido a su homosexualidad busca reencontrarse con la persona que ama y con quien mantuvo un romance furtivo. Un músico que ha permanecido ausente intenta recuperar a su pareja, la cual ha decidido reconstruir su vida con otro hombre. Una mujer quiere romper el círculo de abuso que se ha ido reproduciendo al interior del que fue su hogar desde que era niña. Se trata de Nudo mixteco, primer largometraje de la actriz, guionista y directora Ángeles Cruz.
A propósito de su reciente estreno en salas comerciales tras su exitoso y extenso recorrido por festivales (entre ellos los de Miami, Melbourne, Trieste, Morelia y FICUNAM), la realizadora habló de cómo observar la cotidianidad de su propio lugar de origen le sirvió para poder escribir acerca de inquietudes tales como la dificultad que tienen las mujeres pertenecientes a zonas rurales de ejercer su sexualidad y el silencio que se acostumbra guardar ante los patrones de violencia que se van repitiendo generacionalmente.
En Nudo mixteco se puede identificar temas que ya estaban presentes en tus tres cortometrajes previos. Por ejemplo, el inaplazable retorno al terruño, las cuentas pendientes con el pasado y la sexualidad femenina todavía en forma de tabú, tal como ocurría en La carta (2016). ¿De dónde surge tu interés por abordarlos?
Nudo mixteco nació de tres pequeños monólogos que escribí para los tres personajes femeninos, aunque en ese momento no sabía si iban a ser para un largometraje, para una obra de teatro o para qué formato. Después de eso entré a un taller de argumento en Oaxaca con la escritora y guionista Laura Santullo, de donde surgió el primer tratamiento de la película. En, ella, uno de los personajes es la propia comunidad, que hace que se entrecrucen estas tres historias por medio de sus eventos públicos y permite que vayas entendiendo cada una de ellas.
En ese proceso de escritura quise seguir explorando el tema relacionado con la intimidad de las mujeres al interior de las comunidades indígenas. Siempre he pensado que como mujer vivir en una gran ciudad te permite el anonimato, y yo deseaba jugar justamente con lo contrario, en un pueblo donde tu vida privada se ve expuesta y cualquier decisión que tomes en torno a tu cuerpo y tu sexualidad está a la vista de todos.
Creo que retomo temas que ya había tratado en mis tres cortometrajes anteriores porque estos me siguen rondando en la cabeza, todavía me generan preguntas y el cine para mí se ha convertido en ese espacio donde trato de buscar respuestas, ese lugar donde puedo hablar de aquello que incomoda. Eso lo descubrí con mi primer cortometraje La tiricia o cómo curar la tristeza, que escribí junto con María Renée Prudencio. el cual habla acerca del abuso infantil. Cuando lo presenté en mi comunidad fue muy duro, porque hubo un silencio absoluto y después de la función el tema se debatió y ahí entendí por qué hacía cine y que entre todos podemos construir una respuesta que nos sirva.
Una secuenciade Nudo mixteco engloba lo que comentas. Es aquella del juicio público, dentro de la segunda historia. En ella la decisión de Chabela (Aída López) de volver a comenzar su vida con otro hombre está bajo el escrutinio público, e incluso algunos de los argumentos más conservadores y machistas vertidos ahí provienen de otras mujeres. ¿Cuál es la inspiración para construir dicha secuencia?
Como directora y guionista me he inspirado en la realidad. Yo soy originaria de Villa Guadalupe Victoria, Oaxaca, una comunidad indígena con muchas carencias, que se rige por usos y costumbres complicados y con el machismo totalmente arraigado. En esta hay una asamblea que conforman las personas adultas y ahí se dirimen los problemas del pueblo; tú eres libre de llegar y de decir “Tengo un asunto y no solo quiero denunciarlo con la autoridad, sino también quiero consultarlo con la asamblea”, digamos que la autoridad obedece a la asamblea.
Y en efecto, alguna vez hace muchos años ahí se tocó justamente ese caso, entonces quise rescatar esa historia para hablar acerca de las decisiones que se han atribuido otras personas sobre nosotras. Creo que es algo muy complejo, porque las opiniones dichas ahí demuestran que existe una violencia estructural a partir de cómo la educación nos atraviesa, en donde el comportamiento del hombre se justifica y el comportamiento de la mujer se juzga. En Nudo mixteco abro la pequeña posibilidad de que los personajes femeninos puedan tomar el destino en sus manos, rompan sus círculos viciosos y cambien sus vidas, estés de acuerdo con ellas o no.
Otro tópico que conecta tu obra anterior con Nudo mixteco es la manera en que la violencia se hereda de generación en generación. En nuestro contexto no es necesario indagar demasiado los motivos para escribir sobre ello, pero como guionista, ¿cómo decidiste la forma de representarlo?
Surge totalmente de una cuestión visceral al momento de escribir. El tema lo tenemos muy en el discurso, pensamos que no reproducimos la violencia y el machismo insertado en esta sociedad; sin embargo, en la cotidianidad seguimos repitiendo estos esquemas. Sigo rodeada de muchas mujeres, no solo de mi comunidad, sino pertenecientes al medio aquí en la ciudad, que han pasado por ese proceso y que no lo pueden hablar. Para mí sigue siendo una preocupación el silencio, hasta qué punto nos han violentado que ni siquiera lo podemos articular. De ahí, que haya decidido, por ejemplo, que la tercera historia de Nudo mixteco fuera protagonizada por tres mujeres de generaciones diferentes dentro de una misma familia, porque quería hablar de visiones y reacciones distintas ante el abuso por parte de un mismo hombre: la resignación, el miedo o el actuar, sin nunca juzgar a mis personajes.
Es notorio que a la película le interesa presentar cómo esos abusos, aquellas conductas violentas, esos detalles se van incubando al interior de las familias.
Siempre digo que aún no puedo salir a contar historias de la calle, todavía sigo pensando adentro de nuestras casas, en la intimidad, me sigue moviendo mucho el poder entender estos procesos de violencia o de rechazo dentro del núcleo familiar. Somos un resultado de nuestras familias. A veces salimos corriendo de ahí preguntándonos “¿Qué estoy haciendo acá?”, y te das cuenta de que repites patrones y sigues arrastrando un montón de cosas. Cuando escribo mis guiones hago una investigación. En este caso leí sobre violencia intrafamiliar, y aunque no es algo del todo desconocido, me seguía sorprendiendo muchísimo que en el círculo más cercano es donde se ejercen las primeras agresiones.
Por ejemplo, cuando salió el Tendedero Virtual por parte de Las Landetas (la serie de denuncias publicadas el año pasado, hechas por alumnas y egresadas del Centro de Capacitación Cinematográfica, que señalaba a compañeros y profesores de ejercer distintas manifestaciones de violencia de género), me preocupó mucho saber que un espacio de estudio y de trabajo, que debería de ser la próxima familia para muchas, es el lugar donde más de una está vulnerable. Situaciones como esta han hecho que siga metida en preguntarme ¿cómo se rompe de raíz esto? ¿Qué se hace ante el comentario fuera de lugar o la actitud misógina que se da al interior de nuestro hogar? ¿Cómo se confronta a nuestra familia? ¿En qué posición se pone uno? Es muy complicado.
Queda la impresión que al Tendedero del CCC le sucedió lo que a otras iniciativas afines: después del eco mediático que generaron las denuncias, se le dejó de dar seguimiento, se desestimó y se fue diluyendo. No hubo repercusiones y los señalados continúan impartiendo clases o dirigiendo, evidenciando la complejidad del problema.
Lo que ha venido sucediendo en el CCC es muy lamentable: la institución lo ha permitido, lo ha solapado y se ha callado. Entonces dices, ¿qué pasa ahí? ¿No hablamos del tema? ¿Solo son chavas histéricas que se están quejando? Es súper fuerte este pacto extraño que existe en el país. Una de las escuelas con mayor prestigio como formadora de cineastas, que cuenta con mayores herramientas y con apoyos públicos para sus óperas primas, normaliza estas prácticas. ¿Qué tipo de historias van a narrar esas personas señaladas o desde dónde las van a contar?
Volvamos a hablar de tu pueblo. Tu filmografía ha sido realizada justamente en Villa Guadalupe Victoria y que sus habitantes se van involucrando en los distintos procesos que comprende una película. ¿Cómo integras a tu comunidad en tus proyectos?
Precisamente en una asamblea ante la mayoría de los habitantes del pueblo hago la presentación del proyecto. Digamos que mi primer pitching es en mi comunidad para pedir permiso. Yo no puedo ir allá y filmar en la calle como si nada, tengo que explicar un poco de qué va la película, cuánto tiempo tendría que estar ahí y qué significa para la dinámica del pueblo el tener una producción de una semana en el caso de un cortometraje o de un mes en el caso de Nudo mixteco.
Un elemento que para mí ha sido fundamental y que ha hecho que quiera seguir filmando ahí es el trabajo colaborativo: Villa Guadalupe Victoria es un pueblo muy pequeño de solo doscientos habitantes y todos están inmersos desde que inicia la preproducción. Además, conforme ha pasado el tiempo han ido aprendiendo cómo funciona el oficio del cine. Por ejemplo, José Antonio Fabián Arreola, quien interpreta al tío en la tercera historia de Nudo mixteco y que había empezado como extra tanto en La tiricia como en La carta, me decía que le parecía que era un trabajo en el que había avanzado muchísimo, porque ahora ya tenía un personaje completo y un crédito más grande.
Yo debo de agradecer que me siento muy segura ahí, pienso que puedo cerrar los ojos y caminar sabiendo que siempre habrá alguien con quién contar, con quién apoyarse. Una parte de ese trabajo lo vemos a cuadro con los actores pertenecientes a la comunidad y con las locaciones, pero existe una parte invisible que consiste en una contención simbólica por medio de sus creencias y costumbres. Por ejemplo, cuando íbamos a filmar en el panteón para la primera historia, no podíamos empezar hasta que llegara la persona que iba a hacer la limpia, para que no fuéramos a agarrar malas vibras. O cuando estábamos filmando y empezó a llover, mandaron a traer a la persona encargada de hacer el ritual para alejar a la lluvia y nos dejara trabajar. Yo misma inicio mis rodajes pidiendo permiso a la tierra, porque así acostumbramos cuando se siembra, hacer una ofrenda y depende de esa ofrenda el permiso que se te da. Creo que mientras escribía el guion estuve pensando mucho en cómo los pueblos se mueven a su propio ritmo. Para mí, filmar en mi pueblo es hacer partícipes a todos sus habitantes de las historias que estoy contando.
En tu elenco combinas actores con los que ya has colaborado, otros con los que trabajas por primera vez y personas del pueblo.
Myriam Bravo, Sonia Couoh y Noé Hernández han estado inmiscuidos delante y detrás de cámaras en mis tres cortometrajes previos. Primero, porque admiro mucho su trabajo y me gusta cómo construyen a sus personajes, y segundo, porque se han vuelto muy cercanos a mi comunidad y con esta han entrado en procesos fuera del cine, a mí me encanta ese compromiso que ellos han asumido. Por ejemplo, para Arcángel, mi tercer cortometraje, Noé se fue un mes antes a Oaxaca para convivir con Patrocinia Sánchez, una mujer mayor de la comunidad que había sufrido un abandono terrible y que protagonizó el corto, el cual habla precisamente de su historia. Él me decía: “A ti te mira de una manera particular porque has visto por ella durante mucho tiempo, y yo quiero conocerla más, estar cerca de ella y conseguir que su mirada tenga esa carga emocional”. A mí se me hizo algo muy bonito. Ahora, para Nudo mixteco, Myriam Bravo mantuvo una relación muy estrecha con los actores y las actrices que interpretarían a su familia en la tercera historia.
Por otra parte, para esta ocasión sumé al equipo actoral a Aída López, Eileen Yañez y Jorge Doal, quienes llegaron por medio de un casting, aunque yo nunca considero un casting como una prueba de talento, sino como una oportunidad para saber cómo leen y habitan el personaje que uno creó en su cabeza. En el caso de la gente de Villa Guadalupe Victoria, como en las ocasiones anteriores, la producción puso letreros en las calles con las características de los personajes. Las personas que querían actuar se acercaron e hicieron su prueba, y a partir de la energía que una persona transmitía cuando entraba en el personaje o la forma que decía una frase o la manera en que hacía un gesto, detecté que ahí estaba esa persona con la que quería contar la historia.
Con la gente acostumbro trabajar en sus espacios y hacer un largo periodo de ensayos, platicar mucho, porque como actriz sé bien que uno llega con mucha fragilidad y que cualquier comentario, detalle o indicación te puede hacer que te pierdas. En ese sentido, creo que la parte que más disfruto es la dirección de actores, porque ese trabajo está lleno de sutilezas y matices: el poder entender cómo se dice una palabra o cómo se hace un gesto o cómo se genera un silencio o cómo se consigue un movimiento y lograr llevarlos a ese lugar es una de las mejores cosas de esta profesión.
No solo repito parte del cast, sino también parte de los creativos: Rubén Luengas, Rodrigo Filomarino y Mariana Miranda han hecho la música, el sonido y el vestuario de mis cortometrajes respectivamente; Felipe Gómez fue el editor de mis tres trabajos anteriores y ahora fue mi asesor, y Carlos Correa ya había hecho la fotografía de Arcángel. Creo que las alianzas se hacen con las personas en las que confías, que te entienden y que tienen una visión que te ayuda a crecer el concepto de tu película.
(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.