Foto: Agencia EL UNIVERSAL/AFBV

Entre divas te veas: entrevista a Camila Sosa Villada

La autora de Las malas y Soy una tonta por quererte habla sobre rutinas de escritura, autoficción, divas y el debate en torno a lo trans.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Camila Sosa Villada viene arrasando desde que Las malas (Tusquets, 2019), una novela sobre un grupo de travestis que se prostituye en un parque, se convirtió en un éxito literario. Por ese mismo libro la escritora argentina travesti ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2020. Su historia personal, un punto de partida para explorar su obra, llama la atención de lectores y medios de comunicación. Su libro Soy una tonta por quererte (2022), de reciente publicación, lleva a la autora por sendas estimulantes, algunas de ellas nuevas, que imaginan vidas y milagros encapsulados en gotas de ámbar, minúsculas piedrecillas que forman un mosaico revelador de su estilo y forma.

Mientras Camila prepara el mate, me confiesa que pronto hará una nueva película. Actuará, junto con el actor mexicano Alfonso Herrera, en la adaptación de Tesis sobre una domesticación, otra novela suya, que producirá, entre otros, Gael García a través de La Corriente del Golfo. La charla, por supuesto, navegó por aguas más hondas.         

La de Manuel Puig era Greta Garbo y si no mal recuerdo la de Guillermo Cabrera Infante era María Félix. Me gustaría comenzar la charla preguntándote por tus divas favoritas. En el cuento titulado “Soy una tonta por quererte”, que da nombre a tu nuevo libro, aparece Lady Day, es decir, Billie Holiday.

Tengo muchas: Anna Magnani, Billie Holiday, Jessica Lange. También me gustan mucho Annie Girardot y Gena Rowlands; de acá de Argentina, Tita Merello. Las ficheras también pueden ser, por ejemplo Madonna. Incluso te podría decir que Fran Drescher, la de La niñera. La figura de estas mujeres, en medio de un apocalipsis hostil como el que comenzamos a vivir más o menos desde la mitad del siglo XX hasta ahora, brillaba en la pantalla del televisor, en un equipo de música o en una pantalla de cine aun en la pobreza absoluta; son tan poderosas que llegaban hasta un chico de diez o doce años perdido en el medio de un pueblo, iluminaban y brillaban. Son muy inspiradoras.

Leyendo el cuento “Cotita de la encarnación” pensé que había un guiño a la cantante y actriz mexicana Thalía, que es una figura importante para gays y travestis.  

Más o menos, porque conocí a muchas Thalías. Había muchas travestis que se ponían Thalía cuando ella comenzó a hacerse conocida acá en Argentina por la telenovela Marimar. Muchas travas comenzaron a llamarse así. Me parecía maravilloso. No sé si Thalía sabe que hay muchas que se llaman así por ella.

Ha pasado poco tiempo desde que ganaste el Premio Sor Juana. Después vino esta antología de cuentos que es tu libro más reciente. Cuéntame, ¿cuál es tu rutina para escribir?

No tengo rutina, eso es verdad. No es que tenga un método para sentarme a escribir y haga determinada cosa o tal otra. La escritura es un afecto tan innegable, insoslayable, que me parece que no admite ni siquiera el hecho de tratar de sistematizarlo. Pero sí lo intenté durante mucho tiempo, no con Las malas, no con Soy una tonta por quererte, no con Tesis, porque además esos libros fueron siempre libros que me pidieron escribir, que me pidieron publicar de la editorial. Traté de hacerlo en algún momento porque leí que había gente que lo hacía y le iba muy bien. No es mi caso. Escribo cuando se me pega la regalada gana. Esa es la verdad. Soy una escritora muy diletante. A pesar de que escriba todos los días, a pesar de que mi cabeza siempre esté conectada con la escritura y que lo lea todo en términos de literatura, es decir, que yo esté constantemente leyendo el mundo y sus fenómenos como si estuviera leyendo un libro. En verdad no tengo un método. Pasa o no pasa. A veces me siento, escribo un párrafo, abandono, me canso, me llegan visitas, me tengo que conectar a una entrevista, tengo que ir a algún lado. Puedo decirte que la necesidad de escribir se vuelve más imperiosa en momentos en los que siento que hay algo que está obturando mi palabra. El ejemplo más claro es cómo escribo cuando estoy en casa de mis padres, que fue durante mucho tiempo como un voto de silencio, bueno, ahora cada vez que voy tengo la necesidad de escribir. Cada vez que está sucediendo algo que siento que hace como un taponeo, que debería fluir en cuanto a la palabra, ahí me pongo.

Voy a cambiar la pregunta que siempre te hacen (¿influye tu trabajo como actriz al escribir?) por esta: ¿Qué aspectos de tu trabajo como actriz se cuelan en tu faceta de escritora?

Lo primero que te puedo decir tiene que ver con los personajes. Del guion me gusta ir atando cabos hasta que tenga la mayor cantidad de respuestas posibles a preguntas posibles sobre ellos. Eso ocurrió cuando hice la obra de teatro sobre Billie Holiday. Si vos me preguntás por los personajes yo te digo sí, a ese personaje le pasa esto, le pasa lo otro. De alguna manera eso se cuela en la escritura. Lo otro, por supuesto, es la oralidad, que ya es caer de maduro, es decir, siempre he tenido consciencia de hablar para ser escuchada, eso también está en la escritura, como si fueran textos escritos para leerse en voz alta; Leila Guerriero dice que hay que leer los textos en voz alta, incluso para corregirlos.

La escritura es corrección pura; Roberto Juarrós, uno de los mejores poetas argentinos, dice que la corrección del texto es el texto. Y luego hay algo en torno a la atención y eso tiene que ver con la duración de un libro. ¿Cuánto tiempo te puede dar un lector de su vida? Los libros largos siempre son una experiencia un poco agotadora, por lo general la escritura de libros largos es una experiencia masculina, la Duras dice algo así, que cuando un libro era muy largo se notaba que estaba escrito por un hombre; aunque también hay mujeres que escriben libros largos y muy buenos como Nuestra parte de noche (2019) de la Enríquez o El corazón helado (2007) de la Almudena, que están con vos un tiempo muy largo. Algo de esa noción de la atención del lector es la misma tensión de un espectador. También la tengo muy presente, de manera que son varias cosas. Tengo presente lo que da un lector. Hay una literatura muy enroscada, muy seria, tan elevada que no resuena por ningún lado en la vida de un lector de a pie, un lector que no es académico, que no se acerca a los libros para educarse sino porque necesita una compañía. Cuando ese lector se enfrenta a libros que son realmente complejos en su lenguaje, composición o trama, los abandona.

Sobre el debate de la literatura de autoficción, en la que muchos ven vicios sobre el “yo” y las confesiones personales en la narrativa actual, ¿cuál es tu parecer?

No tengo una opinión formada sobre eso. Los grandes escritores que me han conmovido, que son mis divas, como la Duras y Joan Didion, han escrito sobre sus vidas; yo no sé si eso sea autoficcionalizarse porque, además, todos nos autoficcionalizamos constantemente. ¿Quién es auténticamente algo en una cultura como esta? Nadie. ¿Quién escribe auténticamente ficción o auténticamente autobiografía? Me pusieron ese rollo encima, de golpe, cuando no lo es. Leo en eso cierta transfobia, ¿sabés? Ahí yo leo “esta negrita, este travesti está haciendo simplemente uso del lenguaje para contar su vida”. Yo nunca dije una cosa como esa, es un rollo muy de la clase media, de los escritores que se sienten amenazados, porque, claro, las experiencias de vida están por encima de la literatura y por encima de la imaginación, la experiencia siempre es mucho más fuerte que la imaginación. Eso no quiere decir que se vayan a quedar sin trabajo los pobrecitos, nadie quiere quitárselos.

En tus cuentos hay un matiz desafiante, elementos que enturbian lo que se entiende como real, incluso de ciencia ficción…

Creo que ellos quieren responderse quién soy y eso está muy bien porque habla de mi popularidad, de lo que se gesta alrededor mío, en un momento en el que a las escritoras nos están pidiendo que seamos personajes. Nadie es valorada en la literatura por sí misma en este momento, eso se lo dejan a los escritores. Dicen sí, mira que Vargas Llosa está bien, es un personaje de derecha, pero mirá qué bien escribe, bueno, por supuesto nadie negaría el talento de Vargas Llosa para escribir, pero ellos necesitan sí o sí hacer esa separación con las escritoras. ¿A quién le quieren hacer creer que nosotras valemos solo por nuestra escritura? Es un juego con las editoriales, con los medios de comunicación, con las ferias del libro de todo el mundo, entonces van viendo quién es la más picante, quién es la más divertida; tienen a Dolores Reyes, que es maestra de un colegio secundario y, además, madre de siete hijos, o a Mariana Enríquez, que visita tumbas en los cementerios de todos los países. Todas estamos siendo personajes. Es una cosa muy injusta para las travestis, fíjate en todo el rollo que se arma en mi caso porque hay una travesti siendo editada o premiada. ¿Pueden ser más mezquinos, más avaros y miserables? No, no pueden.

Hablemos de “Seis tetas”, uno de los cuentos más interesantes de Soy una tonta por quererte, el que cierra justamente el libro, en el que planteas la fundación de una nueva comunidad o civilización en el que las travestis se salvan del exterminio.  

Lo que pasó con “Seis tetas” puede ser algo que me pasó a mí al escribirlo. Eso sí puede ser un método, una técnica, ahora me doy cuenta. Yo no sé sobre qué voy a escribir. Eso lo aprendí de Marguerite Duras, ella dice que si una supiera sobre qué va a escribir, no escribiría nunca. Me gusta largarme al agua sin saber dónde hacer pie, sin saber adónde estoy yendo, pero las palabras me van llevando de alguna forma. Ese cuento, además, tiene una poética extraña, lo narra una especie de historiadora, alguien que está registrando lo que pasa, lo que acaba de pasar con la población, lo que le acaba de pasar como madre, amante, esposa, viuda; algo de esa poética me iba llevando a ese tipo de narración y ese mundo posible. Yo digo que es ciencia ficción pobre, hecha con nada, pero es ciencia ficción al fin, sobre todo porque la realidad previa a lo que sucede después en el cuento es casi un idilio, algo que todavía no está pasando, al contrario, nosotras las travestis estamos desapareciendo, tirando paso a otras formas de existencia, por supuesto, que tiene que ver con lo trans, las mujeres trans, los varones trans, las personas no binarias, las personas trans no binarias, pero no sé si las travestis encajamos en esa nomenclatura.

¿Qué opinas sobre las declaraciones de la escritora colombiana Carolina Sanín, que en varias ocasiones ha planteado que lo trans es una amenaza y que avanza al exterminio de las mujeres?

No voy a dignificar algo así con una respuesta, ¿sabes? No lo merece. Puedo decir lo que pasó cuando encontré el material que inspiró la escritura de mi cuento “Cotita de la encarnación”, leyendo el tratado de Indias, la Historia de la homosexualidad en la Argentina (2004) de Osvaldo Bazán, los diarios de viaje de los frailes que hablan del encuentro de los colonizadores con las travestis en Latinoamérica. Incluso leyendo sobre descubrimientos que se han hecho en Europa de restos de huesos de varón enterrados a la manera femenina. Hay algo de todo eso que me puso en otro lugar que no es el de la admiración ni la mendicación en el que nos ponen a las travestis constantemente.

Es muy peligroso porque además nosotras no tenemos herramientas intelectuales, es como si habláramos un idioma completamente diferente. Entre nosotras sabemos vivir, pero no podemos estar alertas de todos los intentos por educarnos y aleccionarnos, también nos ponen en un lugar de admiración, de insumisión absoluta, en el que tenemos que sentarnos a escuchar cómo hablan de nosotras las feministas, las religiones, la medicina, la psiquiatría, los medios de comunicación, cómo se habla de nosotras en la ficción también, como si no hubiéramos estado acá, eso me parece fuertísimo, como si no hubiéramos estado antes de la Colonia.

Es una locura, no entiendo en qué momento comenzamos a pedir permiso para existir y tener que justificar nuestra existencia cuando este continente es tan nuestro como lo es del resto. No voy a discutir lo que dicen las personas que no saben de historia. ¡Qué espanto! Valoran el arte como una cosa elevadísima, creen que es algo sagrado, que las editoriales tienen el deber de hacer un trabajo feminista alrededor de las implicaciones de las cosas. ¡En qué mundo viven! No hay agua, no hay alimentos, Rusia invade Ucrania, Corea tira misiles, en Chile se hacen huecos en la tierra por el calentamiento global, desaparecen especies, aparece el coronavirus, hay rebrote de la viruela del mono. Son intelectuales y se preocupan mucho por el arte, pero no hay mañana.

Me preocupan otras cosas, por ejemplo escribir mejor. Contraté un maestro de gramática. No fui a la universidad para aprender a escribir, tampoco a ningún taller literario, sino que aprendí un poco a los conchazos y a respetar que esa era mi manera de hacerlo y no otra. Leo a las escritoras y aprendo de ellas. Leo a la Venturini y digo esta mina es una inteligencia caminando, su obra es una cosa para aprender. Del mundo del arte me interesa actuar cada vez mejor y no que haya otra que se pueda quedar con algo que creo que es mío.

Muchos piensan que de todo es posible hablar, que con todo es posible hacer literatura o armar una discusión lingüística, ontológica, filosófica, ética, etc. Eso es porque tienen tiempo libre. ¡Que vayan a trabajar! Las personas en la vida real, si odian a las travestis, las odian y punto, no están elaborando teorías alrededor de eso. Te dicen “no entres a mi local, chau, vaya, vaya, vaya”, te gritan o te insultan en la calle. Las personas que te quieren, te quieren, y no tienen una teoría sobre tus genitales.

Además es algo tan vulgar porque una dice son universitarios, son intelectuales, pero lo único que tienen presente son los genitales de las travestis. Qué es eso más que una inmundicia, más que una falta de respeto total, qué vergüenza, si fuera maestra de quinto grado, los hago repetir a todos. Yo soy nieta de analfabetos, mis abuelos hablaban mal, pronunciaban mal, mi abuela decía está lloviando en vez de decir está lloviendo, yogú en vez de yogurt, hablaba muy mal y era una persona con muchísima clase y estilo, incapaz de hablar con tanta vulgaridad sobre los demás. ¿Qué sentido tendría hablar solo de ella?

Lo más hermoso que puedo rescatar de una experiencia tan horrible como es el lenguaje, de mi experiencia tan violenta e involuntaria de aprender a hablar, a leer, a escribir, es hablar sobre cosas en serio, hablar sobre la materia, sobre el pan, sobre cómo es mejor cocinar una carne cuando no se tiene horno de leña, y qué tipo de levadura es mejor, y qué tipo de aceite es mejor para hacer determinada cosa. Ese mismo interés tiene una semántica en torno a la existencia. Veo a mi mamá con sus hermanas cuando se juntan a charlar e intercambian recetas, de repente algo dramático ocurre, algo perfectamente literario, las voces empiezan a subir en el aire, una capta la atención de otra y suscita un estupor, otra corresponde con algo mejor todavía, un secreto. Eso es maravilloso. Ojalá se pudiera escribir sobre eso, sin atravesar tanta hijaputez en el mundo editorial, que no es un mundo sagrado, para nada. ~

+ posts

es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: