Entrevista con Fernando Sanmartín: “El surrealismo te adentra en una atmósfera de libertad que vale la pena”

El poeta y narrador y viajero publica un nuevo poemario, Editar la niebla, en Papeles mínimos.
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Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) es un escritor de una personalidad particular. Pariente de Vicente Valero, Julio José Ordovás y de José Carlos Llop, si se le buscan afinidades. Es poeta, dietarista y viajero, y narrador. En 2020, entre otros títulos, publicó la novela Os contaré la verdad (Xordica); en 2021 aparecía Días en Nueva York y otras noches (Newcastle, 2021) y ahora publica el poemario Editar la niebla, en el sello Papeles mínimos de Imanol Bértolo. En torno a este libro, de viajes y alucinaciones, de personajes y de la presencia de lo cotidiano,  gira esta entrevista para ‘Letras Libres’.

Fernando, ¿existe la niebla o la llevamos dentro? 

Todo está dentro: los miedos y la valentía, el egoísmo y la generosidad, lo incierto, la niebla y, por supuesto, los días de sol.

¿Qué hace un poeta en el gimnasio?

Un poeta en el gimnasio no sé si se fortalece o se debilita, tengo dudas. En todo caso, ahí ando, entre clases de Cycling y de Body combat, elevando mancuernas y fortaleciendo abdominales, sin mesura, no sé adónde me conducirá todo esto.

¿No irá allí a encontrarse con Rabelais y Pessoa o con la chica de playa silenciosa? 

El gimnasio, igual que los centros comerciales, son, lo queramos o no, símbolos, espacios de nuestra identidad colectiva. Y en el gimnasio puedes encontrarte a madame Bovary o a Freddie Mercury, a Rabelais, al muchacho cuyos brazos son tronco de un olmo -qué poderío- o a la chica con cuerpo de playa silenciosa.

¿Quién puede decirnos ‘quién soy’?

Quizá el que fuimos hace veinte años. Una conversación con él puede aclarar muchas cosas.

¿Un escritor como usted es como un nómada volador o ubicuo que puede pasar de ciudad a ciudad –Londres, París, Zaragoza, Dublín- encadenando unos pocos versos? ¿Cómo se pueden vivir tantos instantes en tan escasas palabras?

La ciudad es, lo decía el pintor Max Beckmann, la gran orquesta de la humanidad. Y me gustan a rabiar las ciudades grandes, seres vivos que nos asombran y que, al igual que nosotros, fueron algo que ya no son. Un poema exige, a veces, mostrar con pocas palabras, lejos de cualquier envoltura, lo que se ha vivido.

¿Cómo son esos retratos que se hace tras leer a Gramsci o bailar sobre Nietzsche?

El retrato de otros y el autorretrato sirven para situarnos. A Gramsci o a Nietzsche conviene leerlos, pero sin exceso de relecturas porque, igual que los medicamentos, un abuso puede conllevar malos efectos secundarios.

Escribe: “Soy un poste de luz / y llueve demasiado”. O “Le pido al conductor / que me lleve a la última promesa / o al canal de Suez / para hundir el velero / que transporta mis rostros”. ¿Desde cuándo es surrealista, lo había sido tanto alguna vez?

El surrealismo es un camino que en algún momento conviene tomar. Yo lo he hecho en este libro. Me doy cuenta, y lo han dicho otros, que el surrealismo te adentra en una atmósfera de libertad que vale la pena.

¿Por qué huye constantemente de la infancia?

El final de mi infancia fue una etapa demasiado difícil. Murió mi padre y pasé dos años interno en un colegio militar. No hay que entrar en más detalles.

¿No teme que le digan que solo come, viaja, habla o discute con gente demasiado importante: Marx, Juan XXIII, Bob Dylan, Montaigne, Heidegger?

Qué va, son recursos literarios. Junto a ellos están la vendedora de la perfumería, el poeta joven, la muchacha que me hace confidencias, lo cotidiano y la chica que lanza cuchillos contra la tristeza.

Después de escribir un poemario así, que tiene algo de libro de un saltimbanqui, ¿sabe algo más de lo que contiene esa habitación desordenada que hay dentro de usted?

Se escribe, entre otras cosas, por ese motivo, para saber un poco mejor dónde estamos, qué significa esto de vivir y cómo afrontar los arrecifes que las cartas de navegación no señalan.

Ya ha llegado el verano. ¿Cómo se llevan la poesía y el calor?

La poesía es una prenda que sirve para cualquier época del año. Conviene, pues, tenerla a mano.

¿Cómo se trabaja en el palacio de la Aljafería, ese continente árabe de belleza absoluta donde vivieron los sabios como Avempace pero también el Rey Católico, es un regalo del destino?

La Aljafería es un palacio que envuelve con su belleza. La conozco al amanecer y cuando atardece; conozco sus sonidos, sus alabastros, cómo recibe al viento. No me canso de mirarla.

¿Qué ha previsto el viajero incansable para sus días de descanso?

Hablar con mi hijo Jorge. Es otro tipo de viaje, para mí estupendo. Aparte, creo que iré unos días a las Azores.

Uno de los poemas del libro:

LA VENDEDORA de la perfumería

es un eslogan.

Endulza la tarde

cuando se dirige a mí

en el pasillo

de unos grandes almacenes.

Desahucia

la monotonía de un verano

donde pego patadas

a mi fecha de nacimiento.

Lleva falda menuda

y querría preguntarle

si su perfume

cura cicatrices,

a qué colegio ha ido,

si besa

en un desván,

qué fue del hijo de Moby Dick

o si nada desnuda

cuando la noche

es Pekín

o un gin tonic

que acelera el futuro.

Pero nada de eso

hago,

por supuesto,

y ella no sabrá

que forma parte

de un poema,

este lugar hecho para guarecerme

o conquistar la sed,

la ficción

que refleja

mi última estrategia.

[Imagen: Javier Burbano.]

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es escritor y responsable del suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Entre sus libros recientes están Golpes de mar (Ediciones del Viento, 2017) y Cariñena (Pregunta, 2018)


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