Entrevista con José-Carlos Mainer: “Siempre he creído en las virtudes del género ensayístico”

El catedrático de literatura española y escritor reflexiona sobre sus referentes y sobre su larga trayectoria como ensayista e historiador de la literatura.
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“Dejar algunos detalles de mi legado literario en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes ha sido un espléndido e inesperado regalo. He dejado allí alguna primera edición de mis libros más antiguos, cartas de buenos amigos escritores y algunos textos narrativos que publiqué a los dieciséis años”, dice el catedrático de literatura española, escritor e investigador José-Carlos Mainer Baqué (Zaragoza, 1944), sin lugar a dudas una de las grandes figuras de la filología y de la historia de la literatura en España. Algunos de sus títulos, y se aproxima a los treinta individuales, son La edad de Plata (1902-1939). Ensayo de una interpretación de un proceso cultural (Cátedra); La escritura desatada. El mundo de las novelas (Temas de Hoy, 2001); La corona hecha trizas, 1930-1960 (Crítica, 2008); Moradores de Sansueña (Lecturas cervantinas de los exiliados republicanos de 1939) (Cátedra Miguel Delibes, 2006); Periferias de la literatura (Fórcola, 2018); 17 de diciembre de 1927. El triunfo de la literatura (Taurus, 2020). Entre otras responsabilidades y cargos, ha sido el director de la Historia de la literatura española en nueve volúmenes (Crítica, 2010-2013).

¿Qué se siente más: un filólogo o un historiador de la literatura?

Me siento por igual las dos cosas. Y es obvio que la primera incluye a la segunda, así como lo es que la historia de la literatura es un modo de trabajar que resulta esencialmente inclusivo de muchas perspectivas

Si mira hacia atrás, ¿puede hablarse de un instante en el que decide abrazar la literatura? ¿Le ha marcado alguien en la infancia y adolescencia, habida cuenta de que usted ha sido determinante en algunas vocaciones sobre todo desde la enseñanza?

Siempre fui un lector voraz, pero la decisión de dedicarme a los estudios literarios la tomé tarde, acabado ya el bachillerato de ciencias. Aquel verano lo dediqué a aprender algo de griego y a mejorar mi latín y en septiembre me vi en primero de “comunes” en la facultad zaragozana de letras sin saber muy bien lo que me esperaba. Solo al final del curso siguiente supe que quería estudiar filología románica y además en Barcelona.

Siempre cita a maestros clave: Francisco Ynduráin, José Manuel Blecua, Martín de Riquer. ¿Cómo le influyeron y en qué medida fueron claves en su trayectoria posterior?

Francisco Ynduráin era inimitable pero algo me quedó de sus olímpicos desdenes por la vulgaridad, de la preocupación por el estilo o de la amplitud de sus lecturas… De Blecua aprendí sensibilidad, atención al detalle y curiosidad universal; a Riquer le debo cuanto sé de la Edad Media y del Quijote, pero además me prestó algunas ayudas personales decisivas. Tuve también otros maestros importantes y, entre ellos, debo destacar a Francisco Rico: tenemos casi la misma edad pero el trato de usted tardó algún tiempo en desaparecer… Mi admiración y mi afecto nunca lo hicieron: es el primer filólogo español de los últimos decenios.

Cuando habla, desde otra perspectiva ya, quizá más metodológica, cita a dos referentes: Jean Paul Sartre y Borges.

Fueron (y quizá todavía son) dos admiraciones de mi aprendizaje que además alumbraban territorios opuestos: Sartre significó el descubrimiento de la insatisfacción vital y de cierta forma de encarnizamiento dialéctico, mientras que Borges me acercaba al triunfo de la imaginación y el juego culturales, aunque también incluyera la taciturna violencia gaucha.

Le han interesado mucho algunos autores vinculados al franquismo, entre ellos Fernández Flórez, objeto de su tesis doctoral. ¿Fue un tema elegido, sugerido, o fue un modo de vencer prejuicios?

Mi padre había sido un lector entusiasta de don Wenceslao y, siendo adolescente, yo me había leído todas sus novelas. Supongo que ya atisbé entonces algunas de sus contradicciones; cuando escribí mi tesis, acababa de leerme la biografía de Gustave Flaubert escrita con tanto encarnizamiento por Jean Paul Sartre: ese fue mi modelo para un libro que titulé Análisis de una insatisfacción. Las novelas de W. Fernández Flórez.

En 1975, cuando publicó La Edad de Plata, ya era plenamente José-Carlos Mainer: ese historiador y lector que crea un entramado sociológico y político alrededor de la vida y la obra de cada escritor. ¿Qué quería hacer, cómo definiría su poética de estudioso, de analista, incluso de narrador desde el ensayo?

Cuando publiqué el libro en su primera edición, me constaba que la palabra “ensayo” tenía una intención derogatoria en los medios académicos, tanto los tradicionales como los que estaban à la page. Pero yo siempre he creído en las virtudes del género ensayístico.

Ha ejercido la crítica en diversos medios, entre ellos El País y diversas revistas, y siempre ofrece una mirada personal, serena, no necesariamente dada al elogio. ¿Cómo se ha planteado la crítica, desde qué postura la ha ejercido?

Lo primero que pretendo es ayudar a la lectura de la obra por parte del lector. Lo segundo es que el autor se reconozca cabalmente en mis palabras. Con alguna excepción, no reseño lo que no me gusta; lo contrario –decir que un libro es malo– lo he hecho únicamente con estudios académicos.

¿Cuáles han sido su actitud y su compromiso ante los textos? Uno tiene la sensación de que nunca habla de oídas, de que se ha entregado en cuerpo y alma a las novelas, a los poemas, a los ensayos. Su carrera está plagada de textos más bien cortos, casi miniensayos, sobre un montón de escritores y de libros. ¿Es ese el género que más le gusta? Se diría que ha armado así muchos libros…, a partir de fragmentos o de textos que se reconocen entre sí.

Pienso que es mejor ser breve que prolijo. Y he publicado, en efecto, algunas selecciones de ensayos míos pero siempre buscando un nexo explicativo común, algo que les dé unidad.

Le ha interesado todo. Y ha sido un lector voraz y entusiasta. Si tuviera que hacer una síntesis urgente de la literatura tras la democracia, ¿de qué hablaría?, ¿de la nueva narrativa española, de figuras como Vila-Matas, Pisón, Marías, Almudena Grandes, Cercas…, de la proliferación de sellos editoriales?

Por afinidad temperamental seguramente, pienso que en las novelas de los últimos cuarenta años está contada, en efecto, la historia colectiva de este país. Pero tampoco quisiera olvidarme de algunos poetas…

Ha estudiado al detalle a Machado, a Lorca, a Juan Ramón Jiménez, a Hierro luego, a Brines, a Gimferrer. ¿Son ellos los poetas que dan una idea de la grandeza de nuestra lírica?

Por supuesto. Con alguna adición que podría hacerse, la lista que propones es parte del cuadro de honor de la poesía española vigente.

A Baroja lo ha editado en Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg y le ha dedicado una biografía, algo que también ha hecho con Ramón J. Sender y con Benjamín Jarnés. ¿Qué tiene el escritor de especial, cómo definiría sus afinidades con él?

Mi relación con Pío Baroja tiene algo de incondicional. Reconozco sus trucos, sus momentos bajos, la arbitrariedad de su pensamiento… pero me vence siempre su sinceridad, la sencillez no fingida, la constancia de escribir pensando siempre en el lector.

¿Cómo definiría su trabajo en esa colección de correspondencias de la Residencia de Estudiantes? Y ya de paso, ¿qué ha significado para la cultura española la recuperación de ese espacio y de ese proyecto?

El proyecto “Epístola” es un regalo que nunca agradeceré bastante a los amigos de la Residencia que me pusieron al frente de esa colección. La edición de epistolarios no es muestra de una curiosidad malsana ni un trabajo auxiliar: en esas obras –pienso en la correspondencia de Juan Ramón Jiménez o en la reciente compilación de las cartas del primer director de la Residencia, Alberto Jiménez Fraud– se puede palpar el latido de la historia cultural (e incluso moral) de este país. Participar en el trabajo de la “Resi” (y formar parte del patronato de la Institución Libre de Enseñanza) significa mucho para mí.

Con elegancia y suma discreción, con afecto sincero y en apariencia contenido, ha estado muy cerca de bastantes autores: Ignacio Martínez de Pisón, Jordi Gracia, Luis García Montero, las desaparecidas Almudena Grandes y Carmen Martín Gaite, Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina. Y sé que me quedo corto. ¿Qué ha recibido de ellos?

La amistad de los que has citado –todos más jóvenes que yo y alumnos míos algunos…– ha sido algo de lo que he aprendido mucho.

¿Le sigue interesando descubrir nuevas voces o está en ese periodo donde el tiempo se hace escaso hasta para las relecturas?

Procuro estar al día pero es imposible. No solo por la continua incorporación de nombres nuevos sino porque, a mis años, los gustos y los hábitos lectores se hacen resistentes a la novedad. No es algo que me enorgullezca, precisamente…

Es un observador activo y analítico. ¿Cómo ve un fenómeno como El infinito en un junco de su paisana Irene Vallejo?

No es un fenómeno… El infinito en un junco es un excelente libro que se incorpora, por derecho propio, a una nueva hornada europea de cultivadores del ensayo cultural. ~

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es escritor y responsable del suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Entre sus libros recientes están Golpes de mar (Ediciones del Viento, 2017) y Cariñena (Pregunta, 2018)


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