Narradora, guionista, columnista, dramaturga, licenciada en filosofía. Son solo algunos de los títulos que definen a Tamara Tenenbaum, autora argentina que saltó el cerco del estrecho mundillo cultural en 2019, cuando publicó El fin del amor: querer y coger en el siglo XXI. Este ensayo, que cruza su experiencia personal con ideas y teorías de grandes pensadores para abordar, con un tono fresco y accesible, las formas de relacionarse sexo-afectivamente en esta época, fue un fenómeno de ventas que se tradujo a infinidad de idiomas y fue incluso adaptado a una serie de televisión, cuya segunda temporada se estrenó recientemente en Prime Video.
Nacida en 1989, Tamara Tenenbaum es autora, también, de la novela Todas nuestras maldiciones se cumplieron (2021),donde recrea su propia historia y cuenta cómo fue crecer en una comunidad judía ortodoxa, criada por una médica que le hizo frente a la vida con sus tres hijas cuando su marido falleció en el ataque terrorista contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, en Buenos Aires, en 1994. Tenembaum habla, a su vez, de la segunda vida que conoció al llegar a la adolescencia y separarse de la religión y la comunidad que la vio crecer. En La última actriz (2024), por otra parte, rinde homenaje al mundo del teatro en el que también supo incursionar (es autora de las obras Una casa llena de agua, Las moiras y El día más largo del mundo) y retoma obsesiones como el amor, las mujeres, el judaísmo, la vida académica.
Prolífica y polifacética, publicó este mismo año un nuevo libro que ganó el primer Premio de Ensayo Paidós. Se titula Un millón de cuartos propios y es una relectura del célebre texto de Virginia Woolf, donde Tenenbaum, que tradujo este texto al español, extrapola conceptos de la escritora inglesa a la vida contemporánea: de la primera persona al feminismo; del tabú del dinero a las condiciones actuales del trabajo asalariado; de los privilegios a la creatividad.
En Un millón de cuartos propios mencionas la dificultad de dedicarse al trabajo creativo como una de las grandes problemáticas de estos tiempos. ¿Lo ves por igual en hombres y mujeres?
Yo lo veo extensivo al mundo. Hablo con gente que vive en Europa, en Nueva York, y por supuesto están mejor que en la Argentina, pero ¿cuánto mejor? Estamos en un momento en que muchísimas industrias creativas están en crisis. Una de las razones es que la gente consume sobre todo redes sociales y no consume ni tantos libros, ni tanto cine, ni tanta televisión, ni tanta música como en otra época. Si el arte no tiene consumidores, tampoco puede pagarle a nadie por producirlo. Estamos en un momento muy complejo para dedicarse a lo creativo, por un lado, y por otro, para dedicarle tiempo a algo que no es tu profesión. La gente necesita trabajar para cubrir sus necesidades; divertirse implica gastar plata. Es muy difícil tener una vida que no esté marcada totalmente por el consumo y eso incluye tus actividades de ocio. Tener una vida social o psicológica saludable implica dinero.
¿Es decir que la creatividad está asociada a un privilegio?
La creatividad está asociada al privilegio del tiempo libre, que es el gran privilegio de hoy en día. Igual tampoco me gusta romantizar otras épocas y pensar que la gente de antes tenía un montón de tiempo, porque eso tampoco sucedía. Pero sí cambiaron nuestras preferencias y estándares. El secreto de nuestras neurosis es que nosotros, hablo de mi generación, queremos ser felices; nos importa más ser felices. Entonces nos sentimos frustrados por esa demanda, que es lógica. Yo creo que antes la gente le pedía menos a la vida, de igual forma que le pedía menos a sus matrimonios, a sus trabajos, al trato de sus jefes, a sus familias. Hoy queremos que todo eso nos dé placer, felicidad, satisfacción. Pedimos mucho, tal vez. Es decir; no sé si tenemos una vida peor que la de otras generaciones: creo que pedimos más, y eso nos frustra.
A 10 años del “Ni una menos”, te escuché hablar de un repliegue del feminismo argentino…
Estamos en un momento global de repliegue del feminismo, se ve en todos los países. Es parte del repliegue de todos los progresismos y del pensamiento redistributivo, en general. Creo que en Argentina el feminismo tiene que poder reposicionarse: reconocer qué faltó en estos años, sin que eso implique una autocrítica que lo haga desaparecer o tirar todo por la borda.
¿Queda algún camino libre para la libertad y la realización femeninas?
Es un momento donde el clima del neoliberalismo nos está invadiendo a todos, en términos de que incluso la gente progresista está pensando “ok, son años de repliegue, yo me voy a dedicar a lo personal, a mis propias cosas”. Entonces la pregunta no es tanto cómo logramos la autorrealización de cada una de nosotras, sino cómo volvemos a pensar colectivamente. Esa es la pregunta que deberíamos estar haciéndonos, y la verdad es que no sé cómo va a suceder.
La segunda temporada de El fin del amor, ¿está inspirada en tu obra de ficción?
Sí, tiene algunos capítulos inspirados en las historias de Todas nuestras maldiciones se cumplieron.
¿Y dialoga de alguna manera con Un millón de cuartos propios?
Sí. El fin del amor habla del feminismo, pero a la vez es una serie muy crítica: lo que aparece en primer plano son los defectos que puede tener la heroína, que es feminista. En la primera temporada aparecía ya esta idea de que es mucho más fácil hablar de responsabilidad afectiva que actuarla; en esta temporada aparece el tema del egoísmo. En Un millón de cuartos propios hablo mucho sobre eso, sobre qué significa la primera persona y el riesgo de que abordar el feminismo desde la propia experiencia se convierta en una manera solipsista de hablar, una manera con poca salida. Creo que ahí hay un punto en común, porque es, también, un tema de época. Estamos todos preguntándonos cuándo fue que las políticas de identidad dieron un giro narcisista.
¿Qué pasa con la autoficción y el juego de que la protagonista de la serie tenga tu mismo nombre? ¿La gente logra diferenciar autor de narrador?
Lo gracioso es que la protagonista, como Carrie Bradshaw, Don Draper o Hannah, la protagonista de Girls, está hecha para ser un poco odiada. Eso genera confusión porque hay gente que piensa que lo estás haciendo en serio, pero bueno… Cuando alguien ve la serie y pone en X “no puedo creer lo odiosa que es Tamara Tenenbaum”, para mí está bien: el desafío de la serie es que te pide que acompañes a una piba que es insoportable, y que cuando sufre te angusties con ella. Porque a todos la serie nos invita a pensar “bueno, yo a veces también soy así, también soy esto, ¿cuándo soy esto?”
La protagonista es la cantante Lali Espósito, que tuvo un enfrentamiento abierto con el presidente Javier Milei. ¿Qué opinas de su posicionamiento?
Lali es muy inteligente. Yo no diría que es un enfrentamiento en el que ella se haya metido a propósito: fue mucho más buscado por lo trolls de Milei que por ella, pero su manera de responder siempre fue muy elegante, con mucha altura, sin insultar ni faltar el respeto, porque no es su estilo. No le gusta denigrar a la gente que piensa diferente a ella. Y así como ella no buscó este conflicto, tampoco creo que la beneficie, contrariamente a lo que dicen muchas personas. Pensar que esto le sirve es pensar que hablamos de un famoso de mediana categoría. A un famoso de ese nivel, tan masivo, nada le sirve más que no opinar, quedarse en silencio y quedar bien con todo el mundo.
En tanto intelectual, ¿asumirías una postura similar?
Yo soy una ciudadana, tengo mis columnas en el diario, nada más. No estoy en el minuto a minuto de nada; no me siento cómoda con el rol de quien opina de todo, porque a mí no me interesa como lectora: no me interesa leer lo que piensa un famoso sobre la economía, por ejemplo: prefiero leer a un economista. Me gusta leer a la gente que sabe de lo que habla, y este es un momento donde se espera que cualquiera hable de cualquier cosa. Por supuesto que si pienso que hay un tema sobre el que vale la pena posicionarse, lo hago… Pero la verdad es que a veces me mandan solicitadas por alguna causa, las firmo, y después me pregunto si sirve de algo o si es para reconocernos entre pares, para figurar en el grupo de los escritores progresistas, para ubicarme como una escritora que está “del lado del bien”, un gesto que realmente no veo constructivo.
Trabajas mucho en tu obra la temática judía. ¿Te cuesta también tomar posición con respecto al conflicto actual que atraviesa Israel?
Creo que la posición del intelectual o el artista judío es difícil en cualquier sentido. En mi caso, uno pensaría que el denunciar lo que sucede en Gaza es cómodo por ser la posición progresista, pero no es cierto, sobre todo si eres judío, porque pasas a ser el “judío traidor”. Yo creo que lo que pasa en Gaza es terrible e indefendible, pero por ahí en cuestiones más precisas puedo llegar a decir “no sé” y eso incomoda, porque a nadie le gusta la tibieza. Se interpreta como un gesto tibio decir “no tengo la suficiente información para tomar una posición sobre este ataque en particular, sobre esta circunstancia en particular”. No es un tema fácil para posicionarse, a no ser que te rodee un mundo ideológicamente uniforme, pero claramente, eso no sucede en el campo cultural. ~