Con su nueva novela, Kentukis (Literatura Random House, 2018) Samanta Schweblin, finalista del Man Booker’s Prize con su primera novela, Distancia de rescate, ahonda una vez más en las inquietantes fronteras de eso que llamamos “normalidad” y se anima a hurgar en la soledad, la incomunicación y el impulso voyeurístico que alientan las nuevas tecnologías.
¿De dónde te vino la inspiración para escribir Kentukis?
Es raro este ejercicio de pensar de dónde vienen las ideas. Diría que es una idea que salió de la nada, pero si miro con perspectiva mis últimos años, encuentro mucho puntos en común con esta novela. Kentukis sucede en más de veinte locaciones alrededor de todo el mundo, y yo hace tres años que, a raíz de los libros, me la paso viajando por capitales pero también por las ciudades más insólitas.
En otras entrevistas dijiste que te gustaba escuchar anécdotas como inspiración para tus historias ¿Hubo algún disparador, estímulo como una situación concreta, una anécdota doméstica, alguna intuición-idea fermentando durante un tiempo?
Kentukis gira alrededor del cruce entre las nuevas tecnologías y este estado ya casi epidémico de incomunicación en el que vivimos, y yo hace seis años que vivo en Berlín, y mis comunicaciones diarias más importantes, es decir, las laborales y las familiares, suceden todas mediante dispositivos digitales. Skype, Whatsapp, Instagram, Twitter, etc. A veces paso meses sin ver frente a frente a las personas con las que trabajo todos los días. Así que la idea apareció de repente, en un cruce entre varias divagaciones, pero inmediatamente me resultó familiar.
Si bien en el resto de tu obra exploraste varias entradas de acceso a lo fantástico y la ficción especulativa, sobre todo desde la tradición del fantástico rioplatense, tu territorio ficcional son los miedos sociales y las fronteras de lo que entendemos como “normalidad”. ¿Qué fue lo que te llevó a este desplazamiento temático hacia la relación con las nuevas tecnologías?
Las nuevas tecnologías son el espacio perfecto para hablar de los miedos sociales y de lo que aceptamos o no como normalidad. Entiendo que hables de desplazamiento, porque a mí misma, al principio de este proyecto, me sorprendió estar pensando en tecnologías. Pero rápidamente entendí que, al menos para el promedio de los ciudadanos de este mundo, no hay nada en nuestra vida contemporánea que marque tanto nuestros límites sociales como lo hace la tecnología. Y hay un miedo generalizado, cuando se piensa en el peligro de las tecnologías, asociado a esta especie de gran hermano orwelliano que todo lo sabe y todo lo controla, asociado a su vez quizá a una compañía perversa y global, o a algunos gobiernos. No niego esta posibilidad, de hecho, cada vez nos suena menos a ciencia ficción. Pero antes que este monstruo inminente, el gran peligro somos nosotros mismos, los usuarios, con todo nuestro sistema de prejuicios, equívocos y violencias.
¿Lees ciencia ficción? ¿Quiénes son tus autores favoritos?
Me gusta mucho la ciencia ficción. Pienso en autores como Stanislaw Lem, Úrsula K. Le Guin, Ray Bradbury… Mis primeras lecturas adultas fueron sobre todo libros fantásticos y de ciencia ficción. Pero no creo que Kentukis pertenezca a ese mundo. Hay un ruido extraño en cómo se lee hoy la ciencia ficción y cómo lidia con ella la literatura. Vivimos en un mundo hiper tecnologizado, y nos manejamos en él con absoluta naturalidad, usando recursos que hace solo diez años atrás serían impensables, y hoy ya no nos sorprenden. Pero basta que esta tecnología entre en un libro para que todo parezca girar alrededor de esto, todavía no terminamos de leerla con naturalidad. Kentukis no habla del futuro y no implica la existencia de ninguna tecnología nueva. Y sin embargo la vieja idea de la ciencia ficción late evidentemente entre líneas. Me encanta, porque es un género que siempre disfruto, pero me pregunto qué es lo que nos pasa a nosotros, como lectores, que aceptamos estas tecnologías con toda naturalidad en nuestras vidas pero, puestas estas sobre el papel, tomamos todavía tanta distancia. ¿Será que siguen dándonos algo de miedo? ¿Será que en realidad todavía no las hemos internalizado tanto como creemos?
Sabemos que el comienzo de tu anterior novela, Distancia de rescate, fue un cuento que no podías acabar ¿cómo fue el proceso a nivel estructural con esta nueva novela?
Mi primer impulso siempre es escribir un cuento. Pero con esta historia fue evidente que estaba frente a un material para novela desde el principio. El primer borrador no tiene más que unas siete u ocho páginas escritas a los apurones, intentando entender lo más posible esa nueva idea antes de cortar la escritura. Y ahí ya estaban tres de las cinco historias que luego fueron estructurales para la novela. Ya estaba la idea de capítulos cortos y largos, y hasta el timing de una historia que era claramente de largo aliento. Toda la estructura de la novela nació con ese primer borrador.
Uno de las aspectos más inquietantes de Kentukis es la tensión constante entre la ternura y la crueldad, entre lo dulce y lo creepie, a medio camino entre una reboot de Gremlins y un capítulo de Black Mirror: ¿Qué fue lo más desafiante de este proyecto a nivel creativo?
Lo más desafiante fue sentirme, desde el principio, absolutamente fuera de mi zona de confort. Trabajar por primera vez una historia tanto más larga a las que estoy acostumbrada, incluir capítulos, trabajar con un narrador en tercera cuando la gran mayoría de mis textos son en primera persona, hablar de tecnologías, salir del escenario argentino, realmente todo se sintió como un gran salto al vacío. Uno de los desafíos fue hablar de un tema que generalmente conduce a historias acerca de grandes debacles y catástrofes globales, como es el de una posible crisis tecnológica, pero sostenerlo en un plano absolutamente personal, íntimo y realista. Y en este sentido, era muy importante la empatía del lector con los personajes. Quería que los lectores sintieran que, ante semejantes situaciones límite, posiblemente hubieran tomado las mismas decisiones, quería mostrar, paso a paso, hasta qué punto somos capaces de ejercer maltrato y violencia, a veces incluso sin ser conscientes.
A diferencia de tus anteriores relatos y tu primera novela, que estaban situadas en la provincia de Buenos Aires, el territorio de tu ficción en Kentukis es un escenario global, que abarca diferentes países y culturas. ¿Fue una decisión concreta o fue algo a lo que la propia historia te llevó?
Nació con la propia estructura de la novela, en el primer borrador. No sé si había otra manera de contar esta historia que hacerlo desde distintos puntos de todo el mundo, porque justamente se trata de la conexión con los demás, o la desconexión. Y de lo distintos e iguales que son “los demás” alrededor de todo el mundo. He viajado a lugares insólitos, como pequeños pueblos en China, o una comunidad indígena en la Selva Lacandona, o el aeropuerto de Qatar. La primera impresión es desconcertante, uno piensa “esto es otro mundo”. Pero en cuanto empezás a interactuar con los otros te das cuenta lo iguales que somos. Y un segundo después volvés a sentir un extrañamiento fuertísimo. Me encanta ese salto, ese reconocerse y no reconocerse en otro que viene de una historia y una cultura absolutamente opuesta a la tuya. Pero hay algo curioso con la tecnología, y es que, no importa de qué mundo vengas, la tecnología empezó para todos al mismo tiempo, y nos tocó a todos más o menos de la misma manera. Podría ser nuestro idioma universal, pero seguimos usándolo como una burbuja, para ver nuestro entorno más cercano o como espejo de nosotros mismos.
Eres una atenta lectora de tus contemporáneos, ¿qué lecturas te han emocionado últimamente? ¿Recomendarías algunos escritores emergentes en castellano?
Este año descubrí a Giuseppe Caputo, su novela Un mundo huérfano (Literatura Random House, 2014) es una historia extraña y potente, y la leí todo el tiempo haciéndome la misma pregunta: ¿Cómo se puede ser tan tierno y tan oscuro al mismo tiempo? Es una novela hermosa. También la nueva novela de Pilar Quintana, La perra, (Literatura Random House, 2017) es muy buena. Cuando pienso en escritores emergentes pienso en autores más jóvenes que yo, en la nueva generación, y esa ya no la tengo tan leída. Quizá pueda nombrar a la argentina Luciana Souza, o a la mexicana Fernanda Melchor, muy buenas narradoras las dos, pero no es una generación que tenga tan leída.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
Está por filmarse una adaptación al cine de Distancia de rescate, el guion lo escribimos durante todo el año pasado con Claudia Llosa, la directora. Se rueda este enero y febrero próximo. Y estoy trabajando con algunos cuentos nuevos, les falta muchísimo trabajo todavía, pero creo que eso es lo que vendrá a continuación, un nuevo libro de cuentos.
(Córdoba, Argentina, 1980) vive desde 2008 en Barcelona, en donde estudió Teoría Literaria en la Universidad Autónoma. Escribe sobre libros y arte.