Cuando en agosto de 1945, Geo Josz volvió a Ferrara, único superviviente de los ciento ochenta y tres miembros de la comunidad judía que los alemanes habían deportado al final del otoño del ’43, y que la mayoría consideraba, sin razón alguna, que habían sido todos exterminados, tiempo atrás, por las cámaras de gas, en la ciudad, nadie lo reconoció.
Así comienza Una lápida en via Mazzini, uno de los cinco relatos que compone Intramuros (Acantilado), el primer volumen de seis de La novela de Ferrara escrita, por Giorgio Bassani. Bassani no era Geo Josz, pero lo hubiera podido ser: a diferencia de su personaje, el escritor no fue trasladado a un campo de exterminio, aunque, como su personaje, él también era judío. Como Josz, Bassani también vivió y se formó en la Ferrara burguesa, distinguida, tradicional y profundamente clasista que retrataría años después. Y en esa misma ciudad, como Josz y como el protagonista de El jardín de los Finzi-Contini, seguramente su novela más leída, Bassani experimentó el ostracismo al que le condenaron las leyes raciales, promulgadas por Benito Mussolini en 1933. Sin embargo, a diferencia del protagonista de Una lápida en via Mazzini, un comerciante de telas, el escritor provenía de la alta burguesía de Ferrara, “una de las ciudades italianas donde el fascismo tuvo mayor arraigo”, comenta la historiadora Antonella Guarnieri, que, juntamente con Paola Bassani, hija del escritor, ha comisariado la exposición dedicada al escritor en el Instituto Italiano de Barcelona. Pronto, Bassani se distanciaría de la ideología conservadora de su padre, perteneciente a ese grupo de judíos italianos que creyeron en el fascismo, “al formar parte de la alta burguesía que de inmediato apoyó el proyecto político de Mussolini,aunque, al final de la guerra, le retiraría el apoyo, siendo tachada por el dictador como una clase de traidores”. Pronto comenzaría a implicarse en los movimientos clandestinos antifascistas: “La experiencia antisfascista de mi padre, que comienza cuando apenas tenía 19, 20 años, y su compromiso civil fueron importantísimos para su literatura”, comenta Paola Bassani, y recuerda que su padre solía afirmar que no se habría convertido en el escritor que terminó siendo sin esos años de lucha clandestina.
Como demuestran los documentos oficiales, Bassani participó activamente en la Resistenza y en el movimiento antifascista de Ferrara, ciudad que, a pesar de ser uno de los bastiones de Mussolini, se convertiría, junto con Boloña, en una de las ciudades claves para la Resistenza. “Ya en abril de 1943, antes de la caída de Mussolini, Bassani, junto con otros compañeros, promueven en Ferrara un movimiento antifascista,” comenta la historiadora, quien subraya el éxito del proyecto de Bassani y de sus compañeros ferrareses que “consiguen activar, en la burguesa Ferrara, un importante movimiento resistente, que tiene en potencia los aspectos organizativos e ideológicos de lo que posteriormente será el CLN, es decir, el Comitato de liberación Nacional, que encabezará la liberación de Italia del fascismo”. Será precisamente este activismo clandestino el que llevará a prisión al autor de Intramuros, liberado, algunos meses después, “el 25 de julio, en ocasión de la caída de Mussolini”.
La caída de Mussolini pone fin al Ventennio, pero no sólo la guerra no ha terminado, sino que la Repubblica Sociale italiana, definida, por algunos historiadores, como un protectorado alemán más que como un verdadero estado y que duraría hasta la caída del Tercer Reich en 1945, todavía tiene bajo control distintas ciudades del norte de Italia, entre las cuales se encontraban las influyentes Milán y Venecia, así como Ferrara. Fue su decisión de abandonar Ferrara, nada más salir de prisión, y trasladarse a Roma la que, para Guarnieri, salvó la vida de Bassani. “Su decisión de escapar de Ferrara le salvó de ser testigo de la noche del catorce noviembre de 1943”, durante la cual se produjeron los hechos que la historia no tardaría en denominar como el Ecccidio de Castel Estense.
La tarde del 14 de noviembre de 1943, como venganza por el asesinato de Guido Ghisellini, “feredale” de la ciudad, fueron detenidos por un escuadrón fascista 74 ferrareses, entre los cuales se encontraban antifascistas declarados y judíos. “Esa tarde”, comenta Paola Bassani, “llamaron a casa de mi padre, iban a buscarle. Cuando la portera les dijo que no estaba, que en casa no había nadie, entraron igualmente. No podían creerse que mi padre hubiera podido escapar. Inspeccionaron toda nuestra casa, poniendo todo patas arriba, pero no encontraron nada. Mi padre había escapado, estaba en Roma, y gracias a esto no estuvo entre las once personas que fusilaron aquella noche”. Para el historiador Claudio Pavone, recientemente fallecido, el Eccidio del Castello Estense da inicio a la guerra civil italiana; para los vecinos de Ferrara, por el contrario, fue un episodio para olvidar. “Nadie quería recordar lo sucedido esa noche”, recuerda Paola, “y mi padre fue el primero en escribir sobre ello en su relato Una notte del ’43. Él fue uno de los primeros escritores, junto con Primo Levi, en contar, pocos años después de la liberación y la derrota del fascismo, lo que había pasado en Italia, y lo contó a una sociedad italiana que, sin embargo, había puesto un velo sobre todo lo ocurrido, en un intento de olvidar la dictadura y la guerra”.
De esa necesidad de recordar, nació el personaje de Geo Josz, pero también el maestro de Detrás de la puerta, inspirado en su profesor Viviani, que terminó sus días en un campo de concentración al no doblegarse a la doctrina fascista, o Clelia Trotti, tras la cual se esconde Alda Costa, intelectual, educadora y activista antifascista de Ferrara, una mujer que fue perseguida y torturada hasta su muerte por el fascismo. “Bassani ha sido un maestro”, nos dice Guarnieri, “no sólo narró lo sucedido, sino que consiguió describir y hablar de los vencidos, en el caso de Italia, de los fascistas. En su literatura no encontramos la idea de un vencido condenado al ostracismo, sino de un vencido que sigue formando parte de la sociedad italiana, como siguieron formando parte los fascistas una vez terminada la guerra”. Y esto lo hizo, puntualiza su hija, “en una Italia que, al salir de la guerra, quería olvidar. Los dos partidos de masa de la democracia crearon, en cierta manera, una nueva dictadura que puso de acuerdo al país y silenció todo cuando había sucedido poco tiempo antes. Los comunistas recordaban el papel de los partisanos en la liberación de Italia, pero de los judíos de la Shoá no se hablaba, era un tabú como todavía era más tabú hablar de los judíos fascistas, que habían sido eliminados por Mussolini, aun siendo convencidos fascistas como los demás”.
“Mi padre, como muchos de sus personajes, era un hombre de los márgenes, alguien que no se sentía parte de ningún grupo”. A diferencia de un gran número de intelectuales italianos, muchos de ellos compañeros suyos en la editorial Feltrinelli, para quien trabajó como asesor y fue responsable de la publicación de El gatopardo, Bassani nunca se afilió a ningún partido.“Mi padre era un moderado y no soportaba los dogmáticos”, recuerda Paola, “eso sí, la mayoría de sus amigos eran declarados comunistas. Su mejor amigo y lector de todos sus textos, de hecho, era Nicoló Gal, gran estudioso de Gramsci”. Alejado también de los cenáculos marxistas, expulsado, en efecto, del PC, estaba Pier Paolo Pasolini, que, nada más llegar a Roma, fue acogido por Bassani, quien veía en el joven autor de Las cenizas de Gramsci un escritor prometedor. Durante los años cincuenta y sesenta, la relación de Pasolini y Bassani fue muy estrecha: “con Pier Paolo mi padre discutía de política, hablaban de literatura, se intercambiaban textos y, para desconectar, jugaban al fútbol. Recuerdo perfectamente a mi padre y a Pier Paolo jugando en un campo de fútbol que había cerca de nuestra casa. Eran partidos improvisados, Pier Paolo llegaba a nuestra casa y de ahí se iban al campo, donde siempre encontraban gente con la que jugar”. Con el tiempo, la relación entre los dos autores se volvió menos estrecha, “Pasolini se dedicaba al cine y cada vez se veían menos, pero la amistad nunca disminuyó. En el último poemario de mi padre, In gran segreto, hay dos poemas explícitamente dedicados a Pier Paolo y otro, Modena Nord, que, si bien no aparece el nombre de Pasolini, está dirigido a él. En Modena Nord, mi padre parece presagiar el fin de Pier Paolo y, a través de sus versos, le avisa de un peligro inminente”. Para Paola Bassani, la muerte de Pasolini era una muerte anunciada, “en Pier Paolo había esa pulsión hacia la autodestrucción y esto lo sabíamos todos”. Sin embargo, a la pregunta acerca de los culpables de su muerte, acerca de un asesinato todavía hoy envuelto en interrogantes, Paola no titubea, como tampoco titubeó, por entonces, su padre: “cuando murió Pier Paolo, lo único que pudo pensar mi padre es que Italia no era digna de tener a alguien como Pasolini. Aunque fue acusado y detenido Pelosi, tras su asesinato estaba una sociedad italiana que no lo había entendido, que lo perseguía y, a la vez, lo temía; en el fondo, el problema y el culpable era Italia misma, que no había entendido la grandeza de Pasolini”. Su muerte fue, para Bassani, un golpe terrible, “algo espantoso” a nivel personal y, al mismo tiempo, fue la enésima decepción que el escritor de Ferrara sufría por parte de su país, Italia, que, de la misma manera que había condenado a muerte a Alda Costa, a su profesor Viviani, condenaba a Pier Paolo Pasolini, “una persona, que, como tantos personajes de mi padre, vivía y sobrevivía en los márgenes, alguien que no formaba parte del grupo”. Como todos ellos, Giorgio Bassani tampoco formó parte de ningún cenáculo, “sintiéndose siempre aparte de todo”. Escribió lo que otros que querían leer, contó lo que nadie quería escuchar y recordó lo que todos querían olvidar. Esta fue la literatura de Bassani, pero, sobre todo, este fue el recorrido intelectual y vital de aquel joven de Ferrara que, con tan solo diecinueve años, supo que literatura y compromiso social y político eran inseparables.