Imagen: Via Wikimedia Commons.

La revolución cultural china y la sombra del presente

Bajo la consigna de que la educación sirviera a la política empezó uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad. Conviene recordarlo cuando en México algunos buscan una versión autóctona de la Revolución cultural.
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La educación, dijo Mao Tse Tung, debe servir a la política. Y con ello comenzó uno de los más oscuros episodios en la historia de la humanidad: la Revolución cultural china.

Aunque hay varias interpretaciones sobre lo que causó esta convulsión, muchos analistas coinciden en señalar que se trató, en parte, de una reacción de Mao a lo que él consideraba una creciente burocratización de la sociedad comunista, tanto en la Unión Soviética como en China.

Sin embargo, el sinólogo belga Simon Leys ha puesto el énfasis en otro terreno. Desde su punto de vista, la Revolución cultural china tuvo un origen menos intelectual: la lucha descarnada por el poder dentro de la élite china. Curioso que las preocupaciones de Mao por la continúa reglamentación de la vida –como si Max Weber le susurrara al oído– ocurrieran mientras se llevaban a cabo feroces batallas burocráticas por el poder en China.  

De acuerdo con Octavio Paz, la burocracia partidista china era solo una nueva encarnación de los mandarines confucianos que habían dominado la sociedad durante diversos mandatos del cielo. Paz entendió la revolución cultural china como un momento en que los mandarines comunistas fueron desafiados por una revuelta de inspiración daoísta, un elemento anarquista que de cuando en cuando se ha manifestado como oposición a los letrados del mandarinato. En una curiosa modificación de la perspectiva habitual, Mao habría comandado una rebelión de orden daoísta, pero no desde la periferia –como históricamente había sido el caso– sino desde el poder mismo.  

Lo cierto es que la revolución cultural china no afectó el devenir de la economía –por ello Deng Xiaoping pudo mantenerse en el poder, a pesar de haber sido considerado un enemigo de la revolución cultural– sino particularmente a las esferas políticas y culturales de la sociedad.  

Retóricamente, la idea era deshacerse de la cultura burguesa que aquejaba, de acuerdo con Mao y su grupo, a la élite intelectual: educadores, profesores, artistas. Había que radicalizar la lucha de clases y para ello se debería reeducar a los chinos a partir de una nueva idea de lo que debería ser la sociedad. El plano de la lucha sería la esfera ideológica. Contra la posición economicista de Liu Shaoqi, Mao imaginó una revolución de las conciencias que afectaría a la humanidad de manera nunca vista. El enemigo eran “las clases explotadoras”, entre quienes figuraban prominentemente los intelectuales, que, según él, se habían alejado del pueblo.

Para Sócrates, en La República, una verdadera renovación de la sociedad requeriría deshacerse de quienes tuvieran más de 10 años. Para Mao, su revolución cultural estaba dirigida a los jóvenes chinos. Pero si Sócrates estaba siendo irónico, Mao hablaba con una seriedad propia del fanático.

En última instancia, la revolución cultural china es un ejemplo de las pulsiones antiilustradas de la izquierda radical. Así, en los libros de texto que circulaban entre los chinos más jóvenes fueron eliminadas o reducidas a su mínima expresión las discusiones sobre ciencias naturales, matemáticas y otras materias que se consideraban burguesas. Fue un auténtico asalto a la razón.

Algunos historiadores han dicho que la Revolución cultural provocó que una generación de jóvenes chinos fueran incapaces de continuar estudios universitarios y que, por lo tanto, estuvieran condenados a la penuria, la ignorancia y el miedo.

Esta perturbadora experiencia humana duró alrededor de 10 años y no legó nada positivo a la sociedad china, aunque es muy posible que su completo fracaso haya tenido como consecuencia la gran reforma de Deng Xiaoping que resultaría en las cuatro modernizaciones de la sociedad. La enormidad oscurantista de la tentativa maoísta por cambiar la esencia del ser humano convenció a los chinos de transformar más modestamente su paradigma de la prosperidad y abrir su economía a la iniciativa individual. El resultado ha sido espectacular y hoy China compite con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Pero la transición de China hacia la salud política, económica y social no será completa sin lo que Octavio Paz denominó la quinta modernización: la democrática.

Conviene detenernos en el examen de uno de los momentos más irracionales de la historia moderna, ahora que en México algunos buscan una versión autóctona de la Revolución cultural. A ellos habría que decirles que la rebelión irracional contra la razón no engendra sino monstruos. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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