Antisemitismo en la URSS: la protesta mexicana

La semana pasada me referí a la campaña internacional que, dirigida por Bertrand Russell, denunció el trato a los judíos en la URSS. Esa iniciativa de Russell no tardó en llegar a México.
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La semana pasada me referí a la campaña internacional que, dirigida por Bertrand Russell, denunció el trato a los judíos en la URSS

 

La conferencia mexicana     

Esa iniciativa de Russell no tardó en llegar a México, donde se comenzó a organizar la “Conferencia Latinoamericana de Estudios sobre la Situación de la Minoría Judía en la URSS”.

Al parecer (pero esto es –como se verá adelante– información divulgada por la URSS por medio de periodistas mexicanos simpatizantes) Russell escribió en 1964 a Martín Luis Guzmán invitándolo a crear en México un comité de intelectuales que se sumara a la causa. Era lógico que buscase a Guzmán, quien desde 1947 apoyaba al Instituto Cultural México-Israel; había apoyado públicamente a Israel en la prensa en inglés durante el conflicto árabe de 1961; iba en la comitiva mexicana que visitó Israel en 1963, con Agustín Yáñez y José Luis Martínez; en 1965 había asistido, con Carlos Pellicer, a la Conferencia Interamericana sobre los Judíos en la URSS que, promovida por el WJC, se llevó a cabo en Río de Janeiro en septiembre de ese mismo 1965.

La cercanía de Guzmán con el gobierno de Díaz Ordaz no dejaba de ser propicio para la tarea. Según la misma fuente de la URSS, Guzmán habría llevado la carta de Russell al secretario de gobernación Luis Echeverría para “solicitar permiso” de efectuar en México la “Conferencia Latinoamericana de Estudios sobre la Situación de la Minoría Judía en la URSS”, lo que, en el marco de las buenas relaciones culturales y comerciales con Israel, fue autorizado de inmediato (y supongo que financiado). Para organizarla, se creó entonces el “Comité Mexicano pro Defensa de los Judíos en la Unión Soviética”.

La presidencia tanto del comité como de la conferencia terminó siendo asumida por Carlos Pellicer. Pudo obedecer, supongo de nuevo, a que Pellicer era el presidente de la Asociación de Escritores de México A. C., que agrupaba a buena parte del gremio y presumía su estatutario apoliticismo.

El asunto se organizó de prisa. El 22 de abril, Pellicer publicó “Un llamado de conciencia del Comité Mexicano Pro Defensa de los Derechos de los Judíos en la Unión Soviética” que apareció en varios periódicos y que puede leerse aquí.

Luego, del 13 al 15 de mayo, se llevó a cabo la Conferencia en el postinero Hotel del Prado de la Ciudad de México, a la que se sumaron unos cuantos delegados latinoamericanos.  

Pellicer presidió la sesión de lejos, pues estaba en Tabasco de gira con Díaz Ordaz, pero envió una carta que decía en parte:

Detrás de nosotros no hay ninguna fuerza que nos mueva a actuar como lo estamos haciendo. Sería terrible saber que Bertrand Russell, el gran filósofo inglés, protesta como lo ha hecho por el asunto que nos reúne impulsado por algún gobierno. El insigne escritor inglés es uno de los espíritus más altos y limpios de todos los tiempos y nos honra pensar como él en esta cuestión judía.   

El “Llamado” sigue de cerca el modelo que Russell y el World Jewish Council habían publicado en Europa y en Estados Unidos. Pide “que se conceda a los judíos soviéticos el derecho a desarrollar libremente su cultura específica con medios idénticos a aquellos de que disponen las demás culturas nacionales: textos periódicos bibliotecas, teatros”. Exige que se “permita a los judíos soviéticos practicar su religión”; que se respete su derecho a organizarse “en comunidades religiosas en todo el territorio”; que se termine la propaganda antisemita de publicaciones como El Judaísmo al descubierto y El Judaísmo y el Sionismo Contemporáneo, así como los folletines y caricaturas que “aparecen de forma regular en la prensa soviética”; que haya en la URSS “una legislación especial que sancione los delitos de índole racista” y que vea “con benevolencia” el caso de los judíos “que deseen reunirse con sus parientes y cónyuges que vive en Israel y en otros países”. El llamado termina con la esperanza de que la URSS acate la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre” para que afirme su sitio en el concierto de las naciones.

 

Firmaron el “Llamado” en primer lugar “Carlos Pellicer. Presidente del Comité” y después medio centenar de firmas, entre las que estaban las de José Revueltas, Max Aub, Rosario Castellanos, Teodoro Cesarman, Alí Chumacero, León Felipe, Juan García Ponce, Juan José Gurrola, José Emilio Pacheco, Jorge Ibargüengoitia, Joaquín Gutiérrez Heras, Vicente Leñero, Juan Vicente Melo, Carlos Monsiváis, Gutierre Tibón, Marcos Moshinsky, Arnold Belkin y Jacobo Zabludovsky, así como algunos diputados y senadores, periodistas (como José Hernández Llergo y Hero Rodríguez Toro), y el Frente Mexicano Pro-Derechos Humanos. 

 

 

La respuesta del “sector progresista”

El llamado “sector progresista” descalificó la Conferencia antes de que se publicara el “Llamado”. La Voz de México (órgano del Partido Comunista Mexicano) y la revista Política (que dirigía Manuel Marcué Pardiñas), dedicaron artículos en un par de números que repetían la versión oficial soviética: los judíos en la URSS “están felices”, es deplorable que haya en México quien se deje arrastrar por la propaganda, la Conferencia fue propiciada “por el Departamento de Estado” yanqui. El primero de mayo, Política dice que Nehru se opuso con dignidad a que hubiera en su país una sesión similar y que lo mismo ocurrió en Ceilán. En Washington, claro, sí la hubo y en el Brasil “el gobierno gorila” no sólo la autorizó sino que además creó un “Comité Latinoamericano” al que fueron a unirse “dos personajes de prestigio, Martín Luis Guzmán y Carlos Pellicer”.

Luego se creó el “Comité Mexicano”, presidido –dice Política— “por un judío-mexicano de ideas ultraderechistas, Jacobo Mondiak y, honorariamente, por el poeta Pellicer”. Según el artículo, los “sectores progresistas de México” no tardaron en abrumar con cartas al poeta “lamentando que hubiera aceptado presidir un comité inspirado y movido por el Departamento de Estado yanqui”. Política además entrevista a “Nicolás S. Leonov, agregado de prensa de la embajada de la URSS” que lamenta que se use a México como “campo propicio para hacer propaganda de guerra fría” y dice que nada justifica “el deseo de reavivar el cadáver del llamado problema judío en Rusia” (sic), que en la URSS los prejuicios raciales “se castigan por ley” –a diferencia de otros lugares como Estados Unidos– y que le parece una pena que los firmantes hayan cometido tantos errores en tan poco espacio. La voz de México reitera el 15 de mayo que “Los 2 y medio millones de judíos que forman parte del pueblo soviético viven exactamente igual que el resto de las 109 nacionalidades”, van “a las mismas escuelas y reciben educación gratuita en todos los niveles”; que en la Biblioteca Lenin de Moscú hay 70 mil libros en yiddish; que tienen sus revistas y sus teatros y que, en suma, son bastante felices.

El 15 de mayo, Política vuelve al asunto y publica un largo artículo sin firma titulado “CONGRESOS. Antisovietismo en México” en el que dice que la mayoría de los delegados internacionales a la Conferencia en México son “funcionarios de gobiernos gorilas de centro y Suramérica”, y que a su campaña “fueron arrastrados algunos intelectuales mexicanos honestos”. El artículo abrevia algunos de los discursos: Martín Luis Guzmán denunció que “la URSS no ha restituido a los judíos sus indiscutibles derechos al goce de su cultura ancestral”; a Benjamín Laureano Luna, del Frente Mexicano Pro Defensa de los Derechos Humanos, si bien cubrió su anticomunismo con “demagógicas protestas contra las agresiones norteamericanas a Santo Domingo y Vietnam”, poco le faltó para “poner en el mismo nivel del genocidio hitleriano al régimen de la primera nación donde se han sentado las bases para realizar el comunismo”; el señor Mondiak –“dirigente de JEIRUT, partido israelita de ultraderecha y fascista”, millonario que hace negocios en México con empresas alemanas “de rancio abolengo nazi”– negó que estuviera involucrado el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

El 18 de mayo, las “fuerzas progresistas” publican “un manifiesto donde respondió a los organizadores del movimiento antisoviético” fechado el día 16. En contra del antisemitismo, dice, “hay que tomar una posición activa”; el “Llamado” de Pellicer no sirve a un valor humanitario; algunos de los firmantes de ese “Llamado” son personas “de reconocida militancia democrática y antiimperialista” que fueron “confundidas”; que la campaña mundial “contra el llamado antisemitismo soviético no sirve a la verdad ya que falsea deliberadamente la situación real de los judíos en la URSS”; que los derechos, la lengua y el arte de los judíos en la URSS continúa “la herencia de la cultura progresista judía”; que quienes atacan a la URSS siempre han atacado a la cultura judía porque, “como la de los demás pueblos soviéticos, su forma es racional y su contenido socialista”; que los judíos de la URSS están ligados a “la epopeya histórica de la construcción del socialismo” y que desde luego esos judíos no comulgan “con las ideas de movimientos políticos judíos del mundo capitalista”. 

Este manifiesto fue firmado, entre otros, por el diputado Vicente Lombardo Toledano, David Alfaro Siqueiros, Marcué Pardiñas, Eli de Gortari, el caricaturista Rius, Raquel Tibol, Ermilo Abreu Gómez, José Chávez Morado, Olga Costa, Luis Suárez, Antonio Castro Leal, Juan de la Cabada, Enrique Semo, Margarita Paz Paredes, Germán List Arzubide, José Luis Ceceña, Gabriel Figueroa, Roger Bartra, Daniel Cazés, Alberto Híjar, Froylán Manjarrez y una veintena de miembros de la Asociación Mexicana de Periodistas.   

El 21 de mayo, Sucesos para todos publicó “El capítulo ‘mexicano’ de una intriga internacional”, sin firma. La prueba de que los judíos de la URSS son felices es que un poeta ídish llamado Jacob Glatstein, que emigró de Checoeslovaquia a Nueva York y milita en un partido sionista social-demócrata, publicó en un periódico sionista de Nueva York el elogio de una antología de poesía publicada en la URSS, “que viene a demostrar que la palabra poética ídish vive en la Unión Soviética”. El artículo pasa después a registrar que “la comunidad judía de habla ídish” en México tiene “60 años de existencia y unos 30 mil miembros que se concentran principalmente en la capital”, en Monterrey y en Guadalajara, donde tienen sus clubes, sinagogas y escuelas. Vamos, en México hay hasta poetas en ídish, Moishe Glikowski y Jacobo Glantz, quien no firmó el “Llamado” de Pellicer, que podrá ser un “eminente poeta mexicano” pero no lee ídish “ni sabe nada de poesía o de literatura en esa lengua”, lo cual no le impidió caer en la contradicción –señala el autor– de haber celebrado la literatura ídish al tiempo que sostiene que no hay libertad para escribirla.

El artículo lamenta el papel del “santo” Bertrand Russell, el “consagrado ajonjolí de este mole antisoviético” y que Pellicer, “que tan sabiamente maneja el hermetismo de los símbolos de la estatuaria antigua”, no se haya dado cuenta de que su combatividad coincide con los intereses estadounidenses, ni de que “todo se origina en la guerra fría y en la necesidad de hacer olvidar la guerra en Vietnam y la discriminación contra los negros”. 

 

Y tras bambalinas…

Es curioso que los prosoviéticos denunciasen que Pellicer y su grupo metían a México en la guerra fría, en la que llevaba buen tiempo metido. En casi todos los artículos se denuncia la presencia del Departamento de Estado, del FBI y aun de la Interpol. Y en varios de ellos se acusa directamente a June Cobb, súper agente de la CIA encargada de seducir y manejar intelectuales en México a quien ya me he referido antes.

 

 

El lado CIA

Sin que lo supieran los miembros de la Asociación Mexicana de Escritores (o por lo menos la mayoría de ellos) la CIA estaba efectivamente involucrada en ella, interesada en impedir que se alinease con la Comunidad Europea de Escritores (COMES) que impulsaba desde Génova el jesuita “cura rojo” Angel Arpa, empeñada en crear la subsidiaria Comunidad Latinoamericana de Escritores, a la que ya me referí en otro escrito de esta serie. Y sí, en efecto, la energética June Cobb, secretaria ejecutiva y principal animadora de la Asociación de Escritores de México A.C. había trabajado a favor del “Llamado”, la Conferencia y el Comité.

Y lo hacía muy bien. Este otro documento de 1965, por ejemplo, encomia que LICOOKY-1 haya logrado convencer a Pellicer de ingresar a la Asociación de Escritores y convertirse en su presidente, pues su prestigio atrajo por lo menos a otros “ochenta escritores conocidos”. Cobb trabaja cotidianamente con el poeta (inmune a sus encantos), así como con su vicepresidente, Juan Rulfo, “que la visita en su departamento”, y a cuya oficina en el Instituto Nacional Indigenista ella tiene libre acceso.

La historia de June Cobb es de suyo larga y complicada, y más ahora que la CIA ha liberado nuevos documentos. Se llamaba Viola June Cobb (1927-2015); su criptónimo en la CIA de México era LICOOKY-1; usaba el alias “Clorinda E. Sharp” y el pseudónimo “Joyce H. Pineinch”. Laboriosa y astuta, hermosa honey trap, había saltado del narco en Colombia a Cuba (fue traductora de Fidel Castro y amante de Camilo Cienfuegos y otros barbones del primer círculo). Ahí la reclutó la CIA. En 1961 viajó a México, donde se enmarañó con exiliados centroamericanos, el caso Oswald (y por tanto con Elena Garro), y donde tiene entre otras tareas la de infiltrar el medio de los escritores, lo que logra propiciando la Asociación de Escritores.

Durante sus cinco años de servicio estuvo muy cerca de Carlos Pellicer, Juan Rulfo, José Revueltas (que la creía de izquierdas), Elena Garro, Manuel Calvillo, Víctor Rico Galán, Margarita Paz Paredes, Mario Monteforte Toledo, Mauricio Magdaleno, Eunice Odio, José Vázquez Amaral y Bartomeu Costa-Amic. Después presumiría en algún expediente “haber logrado recientemente ingresar al grupo de los snobs escritores jóvenes” (entre los que hay que imaginar a Ibargüengoitia, García Ponce, Gurrola, Elizondo, Pacheco, Monsiváis, Juan Vicente Melo) y que también ingresasen a la Asociación (varios firman el “Llamado”), favorecidos algunos por las becas del Centro Mexicano de Escritores y viajes a congresos con las fundaciones Rockefeller y Guggenheim, como ya he narrado por aquí…

En fin, que la lista de escritores fans de LICOOKY-1 irá creciendo, supongo, en la medida que se vayan abriendo más expedientes…

Las denuncias de la prensa “progresista” contra June Cobb como personera del gobierno estadounidense, como animadora del “Llamado” y confidente de Pellicer, terminaron con su nombramiento en la Asociación de Escritores y, peor aún, con la etapa mexicana de su carrera en la CIA, que la regresó a Estados Unidos un año más tarde y luego la canceló como agente.

 

 

El lado KGB

La KGB también hacía lo suyo, claro. Un documento del 16 de junio de 1966 relata los esfuerzos de la embajada soviética, del Partido Comunista Mexicano (PCM) y de otros grupos “progresistas” para impedir la Conferencia y después, cuando no lo lograron, para desacreditarla. Según las escuchas que la CIA tiene en las líneas telefónicas de la embajada soviética, Enrique Semo y el exiliado líder haitiano Gerard Pierre-Charles habrían tratado de convencer a Pellicer (“querido por la izquierda, sin ser miembro del PCM”) de no meterse en el asunto, obviamente en vano.       

El documento citado y otros más en los archivos de la CIA juzgan que buena parte de la información que manejó la “prensa progresista” contra Pellicer, June Cobb, la Conferencia y el “Llamado” sobre antisemitismo fue provista por la embajada, y más particularmente por su agregado de prensa, el citado Nikolai Sergeyevich Leonov, amigo personal de los hermanos Castro y agente en activo de la KGB en México, también estimado por gente de los círculos intelectuales y periodísticos.

El mismo documento registra de hecho que, a juicio de la Estación México de la CIA, “la mayor parte de los artículos que atacan a la Conferencia, si no es que todos, fueron escritos por Enrique Semo”, el científico social nacido en Bulgaria en 1930 y nacionalizado mexicano en 1950, que militaba en el PCM y con quien (según otro documento) Leonov “tiene frecuente contacto, incluyendo compromisos sociales y asuntos de prensa y culturales”.

El documento (p. 98 y ss) reproduce el expediente en que la CIA registra las llamadas que entran y salen de la oficina de Leonov. El 9 de junio, se reproduce una en la que Semo le pregunta a Leonov “qué tanto le gustaron todas las cosas y artículos sobre el asunto judío”. Leonov dice ya todo se envió a la URSS y que todo le gustó. Leonov opina, en relación al “Llamado” de Pellicer, que “toda la gente que participó perdió prestigio. Sí, ahora sufren”. La respuesta de Semo –dice la transcripción– fue reírse.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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