En las últimas semanas he pasado de las cartas entre Octavio Paz y Carlos Fuentes a los congresos de escritores de los años sesentas; fui a dar al Latinoamericano de Escritores que organizó México para convertir a Díaz Ordaz en el faro protector de las letras continentales; ahí me topé con la Asociación de Escritores de México (AEM) cuya secretaria, la Gringa Misteriosa June Cobb, resultó ser agente de la CIA y en esa calidad vivió con Elena Garro y su hija luego de que, según ellas, vieron a Lee Harvey Oswald en una fiesta de bailar twist antes del asesinato de Kennedy. De acuerdo: si fuera el resumen de una novela, yo no la leería. Mas como todo es real, y demasiado fantástico para novela, sigo jalando hebras de la madeja.
(Todos esos artículos, por cierto, pueden cliquearse aquí)
En uno de ellos, conté ya que al día siguiente del magnicidio, a cinco semanas de la fiesta twist, las Elenas dijeron haber ido a la Embajada de Cuba a gritarle “asesinos” a los cubanos (algo que nunca se verificó). Y luego, en un acto de realismo mágico, se les apareció Manuel Calvillo, quien se las llevó a un hotel para esconderlas de “los comunistas”. Esto sí lo verificaron la CIA y la Comisión Warren y todos: que Calvillo llevó a las Elenas al Hotel Vermont, en el centro de México, el día después del magnicidio.
Según consta en los documentos, las Elenas obedecieron a Calvillo porque se sabía que era agente de la Secretaría de Gobernación, amigo de su secretario y, sobre todo, de Díaz Ordaz. Aquí dejo constancia de que según su hijo, Tomás Calvillo, su padre no era “agente encubierto”, como le dijo a Christopher Domínguez Michael, que lo cita en su libro Octavio Paz en su siglo, en la página 315, n.
Supongo que fue al terminar sus funciones como secretario de El Colegio de México en 1961 que Calvillo comenzó a trabajar en Gobernación (no digo que encubierto) pues sólo así se explicaría que sucediese su providente aparición en el relato de las Elenas.
Y es que, como vimos en otra entrega, Silvia Tirado Bazán de Durán, empleada de la embajada de Cuba –a quien Garro detestaba–, esposa de su primo Horacio Durán Navarro, anfitriona de la fiesta twist, y quien atendió a Oswald cuando fue a pedir visa, fue detenida con toda su familia el día mismo del magnicidio por las órdenes de la CIA que obedeció Luis Echeverría,
el nuevo secretario de Gobernación. Echeverría tuvo presa a la prima Durán varias horas, en Bucareli, mientras la interrogaba Fernando Gutiérrez Barrios, otro empleado de la CIA. Y lo primero que dijo la prima, como consta en la página 11 de la Mexico City Chronology, fue que la habían detenido por denuncia de “una prima que no le simpatiza” y que obviamente era Elena Garro.
En la página 79 de este documento de la CIA consta que Calvillo se enteró del arresto de Durán, algo que, dada la secrecía del arresto, señala que estaba en Gobernación. Entonces (quiero pensar) se fue a buscar a las Elenas para llevarlas a esconder, no porque las estuviesen buscando “los comunistas”, sino alguien peor, la policía secreta de Gutiérrez Barrios, y quiso evitarles un destino semejante al de su prima Durán. Según las Elenas, su escondite sólo era conocido por Calvillo, Ernesto de la Peña y Margarita Michelena (con quienes forma una pequeña cofradía de intelectuales anticomunistas.)
En los partes de sus declaraciones sobre el caso Oswald, los rendidos en 1966 a Charles Thomas, que están aquí en las pp. 290 y ss. de este documento
Garro cuenta que Calvillo había sido recientemente despedido de la Secretaría de Educación por haber filtrado a la prensa los problemas del Fondo de Cultura Económica a raíz de la publicación de Los hijos de Sánchez, el libro de Oscar Lewis, que culminaron con el despido de Arnaldo Orfila. Garro contó que Calvillo le mostró dos telegramas en los que Díaz Ordaz le avisaba que ya le daría otro trabajo. Y así fue: cuando Salvador Azuela fue nombrado director del FCE, le dio trabajo a Calvillo en La Gaceta del FCE.
No digo que Calvillo haya sido “agente encubierto” de Gobernación; sí que entre su talento y su bonhomía, movido por su afán de combatir al comunismo que a su parecer amenazaba a México después del triunfo de Fidel en Cuba, llevó una vida paralela de escritor anticomunista y de proovedor de información e inteligencia sobre partidos políticos de izquierda, instituciones de educación superior y círculos intelectuales de México.
Y esa información también llegaba a la CIA…
El emigrante
El poeta, abogado e historiador potosino Manuel Calvillo (1916-2009) fue secretario de Alfonso Reyes y, durante años, hasta 1961, secretario de El Colegio de México. Debutó como poeta en la revista Tierra Nueva (1940-1942) con Alí Chumacero y José Luis Martínez y publicó poemarios de mérito, en especial uno, magnífico y previsiblemente olvidado, El libro del emigrante (1971), parte de cuyo extenso poema tutelar Octavio Paz se empeñó en meter a la antología Poesía en movimiento (1966) que hizo con Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco.
Algo traté a don Manuel al iniciar los años setentas, luego de haber leído ese libro que me cautivó. Lo conocí gracias a sus hijos, que eran mis alumnos en la preparatoria. Lo visité un par de veces en su casa y luego solía encontrarlo en la Biblioteca Nacional, en la Ciudad Universitaria, cuando hacíamos una pausa para ir a fumar. Era formidable don Manuel: elegante sin rebuscamientos, lo mismo en la estampa que en la charla y en la escritura. Atildado, metido en trajes de alta sastrería, rubricaba con una larga boquilla de carey con cigarrillo fino su estampa de abogado bonachón. Su charla podía recorrer confines poéticos graves y luego, avispada, saltar hacia un prolijo anecdotario (como la pícara historia de don Alfonso Reyes y sus amigos ejecutando cuartetos de cuerda con unas señoritas en el escenario de Bellas Artes), que terminaba de narrar suculentamente con risitas maliciosas.
LICHANT-1
En 1961, la CIA le abrió expediente a Calvillo y le asignó el criptónimo LICHANT-1. En su perfil de identidad se anota que ese año, al cesar su trabajo en El Colegio de México, un amigo suyo, el escritor nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez –otro tipo formidable; otro gran escritor–, se lo presentó a “Clyde Shryock”, seudónimo de Thomas J. Hazlett, jefe de “Operaciones Cubanas” en la Estación México de la CIA.
El perfil anota que Calvillo “cree que trabaja” para alguien que, sin él saberlo, es agente de la CIA. Se registra ahí que su cover (su actividad pública) es “natural”, en tanto que tiene “una larga trayectoria en ambientes intelectuales y universitarios”. Se trata de
un abogado, con pericia escritural […] un intelectual que se opone a la infiltración comunista en círculos estudiantiles, deseoso de ayuda monetaria a cambio de investigar y actuar contra dicha infiltración. Él entrega a LIHUFF-1 sugerencias escritas para que una pequeña unidad investigue datos que le sirvan para escribir sobre el PPS (Partido Popular Socialista), el PCM (Partido Comunista de México), el POCM (Partido Obrero Campesino de México), comunistas en la UNAM, etc.
La CIA desea “que haga investigación (research) y junte información sobre personas o grupos que puedan ser anti-EUA o pro-soviéticos” en esos partidos, así como “en la Escuela Normal, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Obrera, etcétera”.
Además, se anota que “el sujeto puede ser utilizado para labores de escritura por definir” y que recibirá dinero por sus gastos con base al trabajo realizado, en cantidades que serán especificadas por el COS (Chief Of Station; jefe de estación) y por su manejador.
La persona con quien trabaja, su manejador, era un señor Alfonso Rudolph Wichtrich, cuyo criptónimo era LIHUFF-1, un méxico-norteamericano, próspero hombre de negocios y presidente de la Cámara de Comercio Estadounidense en México, encargado de un proyecto que, dice otro documento, tenía como objetivo infiltrar organismos empresariales para fomentar el anticomunismo entre ellos (sic). Entre los empresarios que Wichtrich “trabajaba” estaban Hugo Salinas Price, de las tiendas Elektra y Jorge Siegrist, un empresario ligado a organizaciones de ultraderecha que se empleaban como grupos de oposición y/o de choque en las universidades, como parte de otro proyecto de la CIA llamado KUWOLF (que daría para otro artículo).
Así pues, el amigo de Ernesto Mejía Sánchez, Hazlett, presenta a Calvillo con Wichtrich y acuerdan la conveniencia de combatir comunistas vernáculos, no sólo en los partidos y sindicatos, sino también en los ámbitos académico e intelectual.
Y sin embargo, en los documentos visibles de la CIA hay consenso en el sentido de que Calvillo ignoraba que sus amigos fuesen agentes de la CIA. Era un unwitting agent, un “agente involuntario”, como dice el Informe López y como lo confirma Ann Goodpasture, segunda entonces en la jerarquía de la Estación México en este interrogatorio, cuando responde “No. No creo que esa orden haya salido de nosotros”, a la pregunta de si la CIA mandó a Calvillo llevar a esconder a las Elenas el día del magnicidio.
En un oficio de 1962 sobre su “agente involuntario”, la CIA recomienda manejarlo con tiento, aprovechar en beneficio de la Agencia la confianza que le tienen sus amigos izquierdistas, y ponerlo a escribir. Y Calvillo lo hace…
(En la próxima entrega, acusaciones, listas de comunistas y…)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.