Ocupada la capital de la República por las fuerzas americanas, vencida ya la mal pertrechada y peor organizada resistencia nacional ante el invasor, los gobernadores se reunieron en Querétaro a deliberar los términos de la capitulación. Y ahí el lúcido y valiente gobernador de Michoacán, Melchor Ocampo, expuso a los concurrentes una fresca y audaz idea: “No hay que firmar la rendición”, propuso, “no hay que convalidar el despojo que van perpetrar los americanos con toda impunidad; hay que licenciar al ejército –que para poco ha servido–, llamar a una guardia nacional en cada estado, compuesta no de soldados profesionales, sino de ciudadanos decididos a luchar, no muy numerosa, pero bien resuelta, y con ella proseguir la lucha bajo la forma de guerra de guerrillas, y proseguirla uno, dos, tres años, proseguirla indefinidamente, a ver quién se cansa primero, si ellos que están lejos con un ejército de ocupación o nosotros que peleamos en la puerta de nuestra casa.”
Los gobernadores, que no eran mediocres politiqueros como los de ahora, sino gente que sabe que la grandeza no se alcanza sin riesgo, se pusieron de pie arrebatados de entusiasmo, ovacionaron a Ocampo y partieron a levantar su sector de la guardia nacional para iniciar de inmediato la guerra de guerrillas.
Y sí, la guerra fue larga, y costosa en vidas y haciendas, pero fue atrayendo cada vez más mexicanos, jóvenes, algunos viejos, hombres y mujeres, a la lucha, y el poderoso y bien armado ejército americano se desesperaba de que no podía vencer. Porque, como se tiene bien averiguado, el pueblo en armas es en verdad invencible, ¿cómo lo derrotas? Tendrías que hacer un exterminio general como los de la antigüedad, esos horrendos pasaron a cuchillo a todos los hombres y mujeres y niños fueron vendidos como esclavos que leemos en la historia antigua cuando cae una ciudad sitiada. Pero si eso no es posible, ¿qué se puede hacer?
Y la opinión pública americana empezó a protestar por los gastos y las bajas, las americanas, se entiende, las otras, como las vietnamitas, afganas o iraquíes de nuestros días, ni siquiera se computan. Y finalmente tuvieron que iniciar las negociaciones para retirarse de suelo nacional, y el sueño de arrebatar a México la mitad de su territorio se vio frustrado.
Pero aquí mi sueño se disuelve en la mañana de la realidad, que como juzgó Hegel es un hueso. Volvamos al pasado: los gobernadores se reunieron en efecto en Querétaro en esa penosa ocasión. Ocampo propuso en efecto no rendirse y organizar la guerra de guerrillas, pero los gobernadores, ay, que sí eran como los politiqueros de ahora, claro, se apocaron y acobardados ante la audacia rechazaron la oferta. Ocampo furioso renunció a la junta y salió de Querétaro.
De haberlo oído se habría desarrollado otra vez la fábula de Esopo que se llama El águila y el escarabajo, que rimó tan primorosamente La Fontaine, y cuya moraleja es no hay enemigo pequeño. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.