La Revolución cultural en la tierra de Kafka y Borges

Las ideas anarquistas de Peter Kropotkin pueden parecer ingenuas, pero hacen falta visionarios como él que nos ayuden a creer en los cuentos de hadas.
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Las memorias de Peter Kropotkin, el famoso teórico anarquista, revolucionario y renombrado explorador de Siberia, se publicaron en 1898. Las escribió en ruso pero se imprimieron originalmente en inglés en The Atlantic Monthly. Posteriormente fueron ligeramente revisadas y ampliadas, y esta versión final es la que tenemos actualmente y la que acabo de leer.

Es un libro muy claro y, creo, objetivamente escrito. Kropotkin comienza con su infancia privilegiada. Nació en la casa del príncipe Kropotkin, uno de los aristócratas rusos más influyentes, cercano al emperador, que vivía en un palacio de San Petersburgo. Kropotkin tiende a restar importancia al entorno privilegiado en el que nació, pero no lo niega. A continuación, el libro avanza cronológicamente: sus años en la academia de pajes de élite de la Corte, su decisión de no hacer el esperado servicio militar y de trasladarse a Siberia, que exploró y sobre la que escribió varios tratados geológicos y geográficos fundamentales; y luego la actividad política, la cárcel en Rusia, la huida a Europa occidental, cuarenta años de vida en el exilio… 

Como el libro termina mucho antes de la Revolución de Octubre e incluso antes de la escisión entre las alas socialdemócrata y comunista, estas cuestiones obviamente no se tratan. Pero se discute el cisma entre la facción de la Primera Internacional dominada por Marx y la facción anarquista de Bakunin. Y los ataques contra el socialismo de Estado, propagado por Engels y Marx (esto se escribió antes de la codificación del marxismo, por lo que los dos famosos nombres están escritos en un orden inusual) son sostenidos y frecuentes.  

Kropotkin regresó a Rusia tras la Revolución de Octubre. El papel de los anarquistas en la Revolución no fue desdeñable, pero su destino posterior no fue agradable. Sin embargo, Kropotkin era demasiado viejo y murió en Moscú en 1921, pocos días antes de la rebelión de Kronstadt. Fue enterrado en Moscú y fue la última vez que las banderas negras de los anarquistas se desplegaron libremente en la Unión Soviética. Hoy, una de las estaciones de metro de Moscú lleva el nombre de Kropotkin.

Políticamente, el periodo más interesante tratado en las Memorias es el posterior a la guerra de Crimea y la emancipación de los siervos en 1861. Escribe sobre la naturaleza contradictoria de Alejandro II, que oscilaba entre ser el zar-liberador y el zar-reaccionario, y cuya propia muerte a manos de los revolucionarios rusos exhibió las luchas conflictivas de su alma. Alejandro fue asesinado cuando, tras fracasar el primer intento de asesinato, saltó de su coche para ayudar al guardia herido, lo que supuso un blanco fácil para el segundo asesino, que no falló.

Las descripciones de Kropotkin de la vida revolucionaria en la Rusia de la década de 1860 son hiperrealistas. Pero al lector de hoy, toda la existencia rusa le parece el país de las maravillas. La relación entre las ofensas políticas y los castigos impuestos no es solo producto de la arbitrariedad (para la que existe una bonita palabra rusa, proizvol), sino el resultado de una aleatoriedad casi infinita. Para visualizarlo, supongamos que tu pecado político (emancipación laboral, impresión de literatura no autorizada, asistencia a mítines antigubernamentales, ataques violentos a la policía, asesinato de dignatarios) se escribe en un trozo de papel que luego se introduce en una enorme máquina que produce la sentencia. La máquina está preparada para producir sentencias duras; sentencias que a menudo se escriben antes de que se cometa el delito. A continuación, este trozo de papel con su delito pasa a una segunda máquina anexa que es manejada por un Dios caprichoso. 

Esa segunda máquina revisa la condena; la condena al exilio puede convertirse en una condena a la horca o, de otro modo, a la libertad inmediata; puede llevarte a pasar una década en la cárcel o a ser liberado y agasajado por la intelectualidad liberal actual. La primera máquina fue descrita por Kafka en En la colonia penitenciaria (inspirada en Dostoievski); la segunda procede del cuento de Borges en el que cada individuo pasa por todas las posiciones posibles en la vida, desde gobernante a vagabundo, todo a voluntad del caprichoso azar del juego. Así, la Rusia de la década de 1860, y quizá la de hoy, aparece como una mezcla de Kafka y Borges. 

Para una mente racional, es muy difícil ver no solo cómo esos castigos ayudan al gobierno, sino no darse cuenta de que la caprichosidad, aleatoriedad y, de hecho, desdén con que se ejecutan los castigos llegan a ser totalmente contraproducentes desde el punto de vista de los propios intereses de los gobernantes.

Tomemos el caso de Kropotkin. Fue perseguido por la policía secreta por “dirigirse al pueblo”, es decir, organizar conferencias sobre socialismo y anarquismo entre los trabajadores de San Petersburgo y otras ciudades de Rusia. Salía de su casa (probablemente vestido con las mejores galas), se ponía unas botas manchadas de barro, un abrigo corto (que, según nos enteramos, distinguía a los obreros de los ricos), una camisa áspera, y avanzaba por oscuros callejones de San Petersburgo hasta llegar a un almacén mal iluminado donde se reunían veinte o treinta obreros y un par de jóvenes intelectuales (camuflados como Kropotkin con atuendos populares) para hablar de George Berkeley, David Hume, Chernyshevsky, Jesucristo y la libertad humana en general. Kropotkin fue finalmente arrestado, pero incluso ese arresto tuvo varios momentos inusuales. Por ejemplo, fue avisado de que iba a ser detenido, lo que le llevó a esconder y destruir todas las pruebas incriminatorias; y el  arresto, quizás debido a sus antecedentes familiares, necesitó una autorización de los altos poderes.

Kropotkin es arrojado a la tristemente célebre Fortaleza de Pedro y Pablo, en una minúscula celda (cuyo croquis figura en las memorias) donde permanece recluido durante un año en régimen de aislamiento: solo era capaz de dar ocho pasos y de ver un minúsculo trozo de cielo de San Petersburgo translúcido de color azul nórdico o completamente oscuro. Pero en esa habitación, al cabo de un tiempo, se le permite que su familia le envíe comida a diario y recibe la visita del Gran Duque (el hermano del Emperador) que, según Kropotkin, intenta, mediante una aparente amabilidad, arrancarle una confesión.

Kropotkin es enviado después, debido a su pérdida de peso y debilidad general, a un hospital penitenciario tan mal vigilado que puede tramar su audaz fuga con una docena de revolucionarios, algunos de los cuales también están en la cárcel y otros libres. Los planes se hacen y rehacen casi a diario, como si los conspiradores tuvieran acceso a la moderna Internet y total libertad para escribir y luego revisar diversos escenarios de fuga. Finalmente, de forma rocambolesca, Kropotkin se escapa y, mientras la policía tipo Klondike le persigue, él y sus cómplices deciden pasar la velada en el restaurante más lujoso de San Petersburgo, donde la policía no hace razzias.

¿De qué delito se le acusó a él y a sus camaradas, entre los que las mujeres desempeñaron un papel extraordinariamente importante y valiente (como menciona Kropotkin en repetidas ocasiones)? Crear una revolución cultural en el campo ruso diciendo a los campesinos liberados pero endeudados que no son diferentes de los nobles, que tienen derecho a una vida libre y que deben rebelarse, quemar las haciendas aristocráticas y desobedecer al Emperador. Los jóvenes educados de San Petersburgo y Moscú que acudieron “al pueblo” (similares a los enviados por Mao a las comunas campesinas un siglo después) eran, según Kropotkin, solo unos 3.000 individuos. Renunciaron a todas las comodidades de su vida anterior. Muchos se trasladaron a aldeas y trabajaron allí como jornaleros ordinarios o labrando la tierra, con el objetivo de sacar a los campesinos rusos de su milenaria bajeza y enseñarles a ser libres. Ellos, y de nuevo especialmente las mujeres, lo hicieron con una abnegación, dedicación, valor y seriedad increíbles.  

No rehuyeron la “acción directa”. Aunque Kropotkin no aprueba explícitamente los asesinatos, subraya las razones que conducen a ellos. La línea que separa el tiranicidio del terrorismo siempre fue delgada. Kropotkin aprueba el asesinato de su propio pariente, que era gobernador de Járkov y promulgó algunas medidas duras contra los revolucionarios.

La parte europea occidental de las memorias es interesante, aunque menos emocionante. Tiene lugar tras la supresión de la Comuna de París, en un ambiente de persecución policial, ahorcamientos, imprentas semilegales, contrabando de tratados revolucionarios de Suiza a Francia. Kropotkin vive la mayor parte del tiempo (como Lenin más tarde) en Suiza, asociado a la famosa Association des Horlogers Jurassiens. Critica el socialismo de Estado de los socialdemócratas alemanes, a los que acusa de tener como único objetivo el poder político, sin tener en cuenta la transformación moral, es decir, la revolución cultural, necesaria para salvar a la humanidad.

Las ideas de Kropotkin sobre la organización de la sociedad, que se construiría en círculos concéntricos desde el nivel más bajo al más alto, aboliría el Estado y organizaría la producción entre las cooperativas de propiedad pública (que no competirían entre sí sino que trabajarían en libre asociación y autoayuda), parecen irremediablemente ingenuas. No es sorprendente que los marxistas, y más tarde los leninistas, pensaran que era un cuento de hadas.

Pero tal vez los seres humanos, a veces, necesiten visionarios, individuos desinteresados que producen cuentos de hadas, y leer a Kropotkin puede ser una forma de intentar, al menos por un momento, creer en ellos. Una joven amiga a la que mencioné la lectura de las memorias de Kropotkin, sin esperar que supiera de él, me contestó inmediatamente: “Lo estamos leyendo ahora para luchar contra el cambio climático y ayudar a la autoorganización de la sociedad”.

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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