Mientras el movimiento estudiantil francés y el movimiento de reforma socialista en Checoslovaquia ocupaban las calles y el discurso político en la primavera y el verano de 1968, en la Unión Soviética los ciudadanos inconformes tenían posibilidades más limitadas para expresar su desacuerdo con el régimen de su país. Las razones para protestar eran numerosas: la falta de democracia, la censura que dominaba el ámbito cultural, las muchas violaciones a los derechos humanos, pero también la posición imperialista de la URSS en Europa Oriental.
El 25 de agosto de 1968, ocho ciudadanos soviéticos protestaron en la Plaza Roja de Moscú contra la invasión de Checoslovaquia. Entre ellos se encontraban Larisa Bogoraz, una disidente a cuyo marido habían mandado a un campo de trabajo dos años antes por publicar sátiras sobre la vida en la URSS, y Pavel Litvinov, el nieto del antiguo ministro de relaciones exteriores soviético. Los acompañaban la poeta Natalia Gorbanevskaya, el lingüista Konstantin Babitski, el recién graduado Viktor Fainberg y los jóvenes Vadim Delaunay y Tatiana Baeva. Vladimir Dremliuga, un electricista ferroviario, era el único que no era estudiante ni profesionista. La manifestación duró cinco minutos, al cabo de los cuales los participantes fueron arrestados. Se les acusó de disturbios del orden público y cada uno enfrentó un calvario individual como consecuencia de la protesta.
Litvinov, Bogoraz y Babitski fueron condenados inicialmente a varios años de exilio en zonas remotas de la URSS. Dremliuga pasó varios años en prisión y Delaunay casi tres en campos de trabajo. Fainberg fue forzado a pasar largos periodos en hospitales psiquiátricos, un destino que Gorbanevskaya compartió tras haber evitado el castigo por unos meses, debido a que aún estaba amamantando a su recién nacido.
Siete de los arrestados pudieron convencer a las autoridades que la estudiante Tatiana Baeva no pertenecía al grupo. Este 2018, durante una visita a la capital checa, Baeva contó a Radio Praga que ella participó sin pensar en su futuro, como una decisión basada en sus emociones del momento. Litvinov y Bogoraz la convencieron de que ella no estaba preparada para las condiciones extremas de la prisión y que por lo tanto debería afirmar que se encontraba ahí por accidente y no de forma intencional. Así fue como la protesta de estos ochos ciudadanos terminó siendo conocida en la historia de la URSS como la “Protesta de los siete”. A pesar de no haber sido enjuiciada, Baeva fue expulsada de la universidad.
Por lo regular, las manifestaciones políticas en la URSS eran eventos masivos estrictamente coordinados. El Primero de Mayo, el Día de la Revolución o el Día de la Victoria contra el Nazismo eran fechas festivas que incluían manifestaciones que consolidaban la cohesión social en este estado socialista. Las protestas independientes eran ilegales y vistas con recelo. La base legal para protestar en la URSS era el artículo 125 de la constitución de 1936 que estipulaba que el derecho a reuniones políticas estaba limitado a manifestaciones a favor de los intereses de los trabajadores o del socialismo –y el Partido Comunista definía cuáles eran.
Debido al control hermético sobre la prensa, muchas protestas, y la represión ejercida en su contra, fueron relegadas al olvido. Pero hubo algunas que dejaron huellas indelebles como la protesta obrera de Novocherkask en 1962, que terminó con una masacre con un número desconocido de víctimas, y la del 5 de diciembre de 1965, ahora considerada el nacimiento del movimiento disidente de los años 60 en la URSS.
El 5 de diciembre era el Día de la Constitución y varias docenas de ciudadanos soviéticos decidieron encontrarse en la Plaza de Pushkin en Moscú para protestar a favor de los derechos constitucionales de los escritores Andrey Siniavsky y Yuli Daniel, éste último marido de Larisa Bogoraz. Siniavsky y Daniel habían sido arrestados por publicar en el extranjero sus sátiras críticas de la URSS, bajo seudónimos que finalmente habían sido expuestos. El proceso de estos dos escritores a mediados de los 60 marcó el fin del deshielo político y cultural que había iniciado Nikita Jrushchev tras la muerte de Stalin hacía poco más de una década. La protesta en contra de esta farsa judicial dio inicio a la oposición que marcó la era de Leonid Brézhnev, quien gobernaba a la URSS desde 1964.
En 1967, Yuri Andrópov tomó las riendas del KGB, el infame servicio secreto soviético. Andrópov había sido embajador en Hungría a mediados de los años cincuenta y a él se le atribuye la dureza del golpe en contra del levantamiento reformista húngaro de 1956. Con su nueva posición a la cabeza del KGB, Andrópov inició una nueva era de represiones internas en el mundo socialista –incluyendo la que tuvo lugar en Checoslovaquia en 1968– y fue responsable de la reintroducción de los exilios forzados al extranjero, así como del internamiento en hospitales psiquiátricos como forma de castigo para los ciudadanos soviéticos inconformes.
El exilio, la cárcel, el campo de trabajos forzados y el ingreso forzado a hospitales psiquiátricos fueron castigos que marcaron a los miembros de la protesta del 25 de agosto 1968. Pero tanto la chispa inicial de esa protesta como el activismo posterior de los manifestantes marcaron a la sociedad soviética. Hoy en día los sobrevivientes de ese momento histórico, sus descendientes y aliados actuales mantienen vivas las ideas de 1968. Para las conmemoraciones de la Primavera de Praga de este año, Pavel Litvinov, Tatiana Baeva y Viktor Fainberg visitaron la República Checa. Ahí se reunieron con colegas de ese país para protestar en contra de la falta de libertad en la Rusia de hoy y en contra de la invasión rusa de Ucrania en 2014.
El eslogan más famoso de la protesta de 1968 fue “Por su libertad y la nuestra”, una frase inspirada en el eslogan del movimiento independentista polaco que en el siglo XIX buscara la libertad de la Rusia zarista. A fines del siglo XIX, estas palabras también se habían convertido en el llamado para la emancipación del partido socialdemócrata judío “Bund” en el imperio ruso.
En 1968, Gorbanevskaya sugirió invertir el orden del eslogan, que anunciaba originalmente luchar por “nuestra libertad y la suya”, argumentando que en este caso la libertad del pequeño país centroeuropeo oprimido por la URSS tenía que anteceder a la libertad propia.
El 25 de agosto de este 2018, alrededor de treinta ciudadanos rusos se reunieron en la Plaza Roja para conmemorar la histórica protesta. En esta ocasión fueron arrestadas tres personas, entre ellas la nieta de una de las manifestantes de hace cincuenta años, Anna Krasovitskaya. Descendiente de Natalya Gorbanevskaya, llevaba una pancarta exigiendo la libertad del cineasta Oleg Sentsov, cuyo juicio en 2015 ha sido considerado por diversas organizaciones de derechos humanos como un montaje judicial. También fueron arrestados Sergey Sharov-Delaunay, el sobrino de Vadim Delaunay, y Leonid Gozman. Ambos hombres sostenían una pancarta con el eslogan de la manifestación original. Pavel Litvinov, ahora un maestro jubilado, llegó de Estados Unidos específicamente para protestar en contra de la ocupación de la península de Crimea por parte de Rusia y a favor de la liberación de los prisioneros políticos actuales. Todavía hoy Litvinov considera la libertad de los pueblos oprimidos por Rusia un paso previo a la libertad propia.
¿Qué fue de los que participaron en la protesta del 68? Tras cumplir sus penas judiciales, cinco de los ocho manifestantes fueron exiliados a países occidentales a mediados de los años 70: Gorbanevskaya, Fainberg y Delaunay fueron enviados a Francia y Litvinov y Dremliuga a los Estados Unidos. Babitsky murió en 1993, dos años después de que la Unión Soviética se disolviera. Baeva y Bogoraz continuaron sus actividades disidentes más allá del fin del comunismo en Rusia. Pero estos ocho ciudadanos valientes y su protesta son parte íntegra del legado de la disidencia dentro de la URSS, que culminó con la Perestroika de Mikhail Gorbachev a mediados de los 80.
En Rusia, a esta generación de disidentes se le conoce como la generación de los sesenta –los shestidesiatniki– y se le acredita una reforma social profunda y extensa. Los shestidesiatniki rusos dejaron como herencia la idea de que las constituciones deberían de ser más que solo adornos y que los ciudadanos tienen el derecho de hacer valer las leyes que han sido escritas para protegerlos. De esta manera se puede decir que hubo un 1968 en Rusia: fueron cinco minutos que no cambiarían la historia, pero sí cambiaron a una sociedad.
es investigadora postdoctoral en la Facultad de Humanidades y Estudios Culturales de la Universidad de Bamberg, Alemania. Su trabajo se enfoca en la cultura de la memoria, la literatura política y las interpretaciones culturales de los derechos humanos.