Imagen: Twitter @AuschwitzMuseum

Un sitio para las víctimas

Una manera de lograr que el crimen colectivo nunca sea una estadística es dar nombre y rostro a las víctimas.
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Stalin decía: “Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”. Todos los genocidas piensan igual. Pero hay una manera de lograr que el crimen colectivo nunca sea una estadística: dar nombre y rostro a las víctimas.

Auschwitz Memorial es una institución dedicada a preservar la memoria de los campos de concentración y exterminio -“fábricas de cadáveres”, los llamó Hannah Arendt- que los nazis instalaron en ese lugar. Una de sus funciones es subir a las redes fotografías de las víctimas. Desde mayo de 2012, su cuenta de Twitter @AuschwitzMuseum sube diariamente unas cuantas imágenes. A este paso, de contar con todas las fotografías (cosa, por supuesto imposible) y sin omitir un solo día, podrán concluir su labor en unos trescientos años.

Las fotos corresponden sobre todo a mujeres y hombres judíos de todas las edades, desde la más avanzada vejez hasta bebés recién nacidos, pero abundan también rostros de muchos polacos, no pocos rusos, checos, gitanos. El día de publicación coincide con la fecha de nacimiento de la persona o con la de su muerte. Las escuetas fichas mencionan siempre la nacionalidad y en el caso de adultos el oficio, profesión y hasta la filiación política. En algunas aparece el origen preciso de la deportación: la ciudad (Praga, Budapest, Salónica), el gueto (Theresienstadt, Bendzin) o el lugar específico (como el infame campo de internamiento de Drancy en Francia). La mayoría de las imágenes son anteriores a la guerra, a veces en tiempos felices. En otras aparecen los condenados vestidos con el uniforme a rayas, de frente y de perfil, su nombre y número tatuado: la mirada perdida, la nariz rota, el pavor en el rostro. Si la causa de la muerte no fue la cámara de gas, se consigna: tifo, por ejemplo.

Hoy 9 de mayo (cuando escribo este artículo) ha sido un día de inusual actividad. Son las seis de la tarde hora de México, y he contado trece personas. Reproduzco una sola entrada:

9 de mayo de 1932. Una niña judía alemana, Margrit Hedwig Steinweg, nació en Dortmund. Arribó a Auschwitz el 11 de febrero de 1943 en un transporte de 1,184 judíos deportados de Westerbork. Fue una de las 1,005 personas de ese grupo asesinadas en las cámaras de gases después de la selección.

Margrit Hedwig Steinweg era una niña muy bonita de pelo oscuro, quizá castaño, y grandes ojos. En la foto aparece con sus largas trenzas que rematan dos moños claros, un gracioso vestido abotonado de grandes cuadros. Debió tener ocho años en el momento de la foto. La guerra había estallado. Quizá por eso hay una sombra de ansiedad en su mirada.

Después de dos horas de subir la imagen, el tuit correspondiente tenía 1,055 retweets y 4,881 likes. Lo habían comentado 139 personas. La primera aporta información importante, cosa frecuente en el sitio:

Transporte 47 del campo de Westerbork a Auschwitz-Birkenau el 02/09/1943.

Según el informe diario del 9 de febrero de 1943, el décimo transporte compuesto por judíos enfermos había llegado a Westerbork desde Ámsterdam. Este transporte era parte de un programa para la deportación de judíos enfermos de los Países Bajos que alcanzó su apogeo con la infame deportación del hospital psiquiátrico judío de Apeldoorn (Apeldoornsche Bosch) el 22 de enero de 1943.

El transporte 47 (marcado con los números romanos “IIIL”) partió de Westerbork hacia Auschwitz el 9 de febrero de 1943, con 1,184 personas a bordo.

La mayoría de los comentarios son expresiones verbales o visuales de dolor: la llama de una vela, un corazón roto, unas flores. Un mausoleo virtual interactivo.

¿Por qué referir ahora la labor de Auschwitz Memorial? En parte, por el nuevo genocidio ruso en Ucrania (el primero fue la hambruna ordenada por Stalin en 1933). Así como los nazis quisieron borrar toda huella de sus crímenes demoliendo los crematorios en Auschwitz, la propaganda de Putin busca ocultar, torcer o negar la verdad. No podrá. Los rostros y nombres de las víctimas, su heroísmo y su martirio, están en decenas de millones de celulares.

Pero hay otros países que, sin sufrir genocidios, viven enlutados. ¿No sería bueno que alguien en México replicara esta iniciativa digital, aplicándola a la crisis terrible que enfrentamos por la criminalidad impune? Por ejemplo: un sitio sobre las mujeres desaparecidas. O más general: un sitio sobre las personas desaparecidas. Bien categorizado, atraería quizá informaciones pertinentes. Y si no justicia, sus deudos hallarían algún consuelo. Al menos por un día, su tragedia sería compartida.



Publicado en Reforma el 15/V/22.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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