¿Amanecerá el cantor?

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Malva Flores

La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy

México, Literal Publishing/Conaculta, 2014, 122 pp.

¿El actual estado de endogamia de la poesía debe acusarse como una etapa de crisis? ¿O deberá tomarse, a modo de un destino manifiesto, entre las víctimas del milenarismo posmoderno que dejó extintas a la historia y a la utopía décadas atrás? El poco o nulo efecto de su lenguaje “cargado de sentidos” dentro una sociedad seducida por un solo sentido, el del costo-beneficio, ¿define, en las coordenadas de la cultura mexicana, una especificidad? Que la Corona británica mantenga como institución a un poeta de la corte o que un poeta participe en los rituales de la toma de posesión del presidente del país más poderoso del orbe ¿no revierte la situación de naufragio de un “barco que se hunde apagando sus luces” (Huidobro dixit)? ¿Y las multitudes escuchando a un aeda moderno en los festivales de poesía en Medellín o en el zócalo de la ciudad de México? Frente a esa cadena de preguntas no me resulta nada temerario afirmar que el estado consustancial de la poesía es el de estar en una permanente y renovada crisis. Entonces, ¿en qué radica la alarma del llamado para su inminente extremaunción?

Con estilo socrático, Malva Flores emprende una meticulosa revisión sobre el fenómeno de la poesía en nuestro país en fechas recientes. Las preguntas, las dudas, las confusiones y las paradojas son las columnas que sostienen los argumentos de La culpa es por cantar. Y sí, después de los signos de interrogación, se avizoran argumentos, es decir, réplicas, posiciones y especulaciones en torno de asuntos y circunstancias bien acotados. Para empezar, la autora suscribe que el estandarte de marginalidad –respecto de la tradición, de las instancias legitimadoras o del canon– que enarbolan cierta poesía y ciertos poetas degenera en un monstruo más abominable que el que pretenden combatir. Por supuesto, existe un sentido superficial de la condición de marginal que pauperiza toda posible radicalización en las indagaciones y experimentaciones del lenguaje prestigiado o no por lo poético. En ese nivel primario lo que sobresale es la gestualidad, lo anecdótico, el contexto y, en casos exacerbados, el resentimiento.

Como se anota al comienzo del volumen, un número considerable de novelistas exitosos han capitalizado recientemente la figura –más que el genio o la obra misma– del poeta marginal. La imagen y la leyenda de excéntrico son “novelables”. Loco, borracho, drogadicto y pendenciero, pero también católico, afrancesado y misántropo, el poeta como personaje cubre y distorsiona su obra. El deseo de W. H. Auden de ocultar la muerte del poeta a sus poemas se vuelve imposible para la obra de un bardo descarriado. Pero, también me lo pregunto: ¿la divulgación de la poesía necesita de algo más que sola difusión? The American Poetry Review publica las fotografías de sus colaboradores en un tamaño casi siempre superior al espacio dedicado a sus poemas. Joseph Brodsky, afecto a las fotografías de poetas, encontraba correspondencias entre las rimas y las cejas de Auden, rostro que arrojaba toda una equivalencia con sus pareados. Hay quienes creen al pie de la letra la broma del poeta ruso como también estiman que los adelantos tecnológicos y científicos de uso corriente enterraron a una cultura, a todas luces anquilosada, respecto de las nuevas formas de hacer y de relacionarse con el arte.

Sobre ese “borrón y cuenta nueva” Malva Flores se muestra incrédula e irónica. Los reacomodos entre ciencia y arte durante el Renacimiento y la Revolución industrial fueron antecedentes obviados por los vanguardistas de las primeras décadas del siglo XX. Ni los emperadores chinos ni los jerarcas incas pudieron reducir a cenizas el pasado con el narcisista afán de comenzar una nueva era. ¿Los manifiestos y una serie de obras “transgresoras” pudieron con esa hazaña? Ahora, a esos rebeldes centenarios los estudia la academia y a sus nietos, actualmente en activo, también. Ni por decreto ni por las deconstrucciones de tribus bárbaras las disciplinas artísticas han ampliado sus fronteras o renovado sus tradiciones. Comparto con la autora que un efecto mayor sucede “cuando un gran poeta aparece” y “su poesía revoluciona la lengua”. Ese acontecimiento tendrá consecuencias más trascendentes que la invención del teléfono, la radio y el cinematógrafo o el internet, la telefonía celular y los videojuegos. No descarto, por otra parte, que esos “avances” proporcionen a la poesía, y a las otras artes, algo más que soportes o elementos escenográficos. En ese algo más localizo los riesgos y las posibilidades, es decir, el estado de crisis de la palabra poética por continuar resignificando lo real y lo intangible en un mundo donde el confort y el sinsentido hacen verano.

Lejos de toda defensa de la poesía, La culpa es por cantar es ante todo una discusión. Con sus cartas al descubierto –léase su bibliografía, léase sus afectos cardinales: Paz, Rojas, Zaid…– la poeta elude a toda costa las sentencias, las categorías y las jergas de especialistas. Prefiere traer a su texto otras voces, casi siempre contrarias a sus tesis, con el propósito de que la cita se convierta en antagonista. Gusta de la comparación de géneros literarios, la novela y la poesía –con sus respectivas recepciones y fortunas–, en aras de distinguir el uso de las monedas y de los talismanes. Debate aquellas palabras que según Juan de Mairena se escriben con mayúsculas, por peligrosas, camino fácil al ridículo, pero también ejes del pensamiento y el lenguaje y que a la civilización del espectáculo la incomodan o provocan “ternura”. Descubre nuevas mitologías para los poetas parricidas, una tradición argentina incorporada al Anáhuac, en cintas hollywoodenses para adolescentes y niños. En varios capítulos del volumen, Malva Flores confiesa el único ladrillo firme sobre el que se levantan sus reflexiones: la incertidumbre. Ese vocablo, piedra de toque para los físicos, cambia de nombre en el ámbito de la poesía, a veces se llama combustión de huesos, puerta en el muro, música callada, sentimiento del mundo o llanamente misterio, aunque esta última denominación provoque tiernas palpitaciones en los estetas de lo cool.

Pienso que la falta de un vínculo real entre educación y arte favorece a la cultura de “la inmensa minoría” y a la trivialización de los asuntos y conceptos relacionados con el espíritu. Y si como dice Isabel Fraire “la mirada se cansa / del éxtasis” habría que replantearnos encontrar solamente, otra vez Fraire, “belleza en la basura / en los anuncios en los automóviles / en los monstruosos grises edificios / en el mecanismo de la bolsa / en la crueldad / y el odio / en todo / lo que no podemos negar”. Y si la culpa es por cantar, poetas, amanezcámonos cantando. ~

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(Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) es poeta. Su libro más reciente de poemas es Tabla de restar (UAQ, 2017). La editorial Calygramma, con el apoyo del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (2018) del FONCA, acaba de publicar su ensayo El acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921.


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