Amélie Nothomb: conoce a tu padre

Primera sangre

Amélie Nothomb

Traducción por Sergi Pàmies

Anagrama

Barcelona , 2023, 148

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El padre de Amélie Nothomb murió el primer día del confinamiento francés. Ella no pudo despedirse ni acudir al entierro. Por esa época andaba terminando su novela sobre Jesús, Sed. Su siguiente libro, que acaba de publicar Anagrama, Primera sangre, con traducción de Sergi Pàmies, es una reconstrucción de la vida de su padre, desde su infancia hasta que acaba frente a un pelotón de fusilamiento en el Congo  a los veintiocho años. Estamos en 1964 y Patrick Nothomb, el padre de la escritora, ha sido destinado al Congo, acaba de conseguir la independencia, más concretamente, cónsul de Stanleyville. La novela empieza con inevitables ecos de García Máquez: “Me llevan ante el pelotón de fusilamiento. El tiempo se estira, cada segundo dura un siglo más que el anterior. Tengo veintiocho años. Frente a mí, la muerte tiene el rostro de los doce ejecutantes. […] Los doce hombres me apuntan. ¿Veo pasar mi vida ante mí? Lo único que experimento es una revolución extraordinaria: estoy vivo. Cada momento es divisible hasta el infinito, la muerte no podrá alcanzarme, me sumerjo en el núcleo duro del presente”. 

Nothomb hija deja que sea la voz del padre la que cuente su historia: huérfano de padre, que muere cuando él tenía ocho meses (militar, muere desactivando una bomba), y huérfano de facto de madre, que lo deja en casa de sus padres y ejerce de viuda el resto de su vida. El niño se cría con sus abuelos, se da cuenta de que nunca podrá tener la atención de su madre y acaba charlando con un retrato de ellos juntos que su abuela se empeña en encargar. 

El abuelo Nothomb vive en un castillo, Pont d’Oye, en las Ardenas. La madre del padre de Amélie murió, después de ella ha habido dos abuelas Nothomb más. Al llegar allí, enviado por su abuelo materno con la esperanza de que se haga más fuerte, Patrick descubre que el menor de sus tíos tiene solo unos días más que él. En el castillo, la tropilla de niños harapientos y mal alimentados, faltos de higiene y asalvajados, se lanzan sobre su maleta en cuanto descubren que hay comida (“pequeñas galletas, sobrecitos de cacao para mezclar con la leche, golosinas diversas y variadas” que la abuela le ha metido). Además de hijos, el abuelo Nothomb escribe poemas que a los hijos mayores les parecen lamentables: “la poesía de papá es una mierda. Solo él puede escribir con esa solemnidad de pacotilla. Y solo a los imbéciles de su entorno puede gustarles semejante basura.” De hecho, uno de los castigos que inventan para el recién llegado es hacérselos aprender. Eso generará un malentendido que beneficiará a Patrick. De esa primera estancia vuelve más delgado pero feliz, deseando volver en Navidad, aunque sea para pasar un frío terrible y hambre, sí, pero también patinar en el lago helado y, claro, vivir en un castillo. También ahí descubre algunas cosas sobre literatura y recibe de regalo un libro de Rimbaud: “Me abrí paso entre aquellos escarpados poemas. Tenía la impresión de que me proponían ascensos demasiado difíciles. Sin embargo, me prometí a mí mismo escalar aquellas cumbres cuando fuera alpinista”. 

La historia de los Nothomb, aristocracia empobrecida, no solo revela uno de los misterios en torno al personaje de Amélie Nothomb, también está contando un estrato social del que no hay quizá tantos testimonios. 

Con el descubrimiento de las chicas, llega otro descubrimiento menos agradable: la sangre le provoca desmayos. Eso le imposibilita para el ejército, pero no para la carrera diplomática, que es la que le lleva a Patrick al Congo en 1964, después de haber dejado a su mujer y dos hijos en la capital, y a formar parte de los rehenes que toman los rebeldes en un hotel. Patrick salva cada día su vida y la de los rehenes –no la de todos– haciéndoles hablar y argumentando posturas; como si con los debates los adormeciera, Sherezade-sofista. 

En una entrevista en El Periódico, Amélie Nothomb ha dicho que “La muerte no nos aleja de los que conocemos, al contrario, nos permite acceder a su intimidad verdaderamente. La muerte nos revela la existencia de los demás”. 

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