Amor en la guerra

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Jean Echenoz

14

Traducción de Javier Albiñana Serraín

Barcelona, Anagrama, 2013, 104 pp.

Lejos quedan Nosotros tres, aquella novela que contaba un improbable terremoto y el triangulo amoroso entre un ingeniero, una enigmática mujer que entra en escena mientras su Mercedes Benz arde sobre el arcén de una carretera y el astronauta DeMilo, y Me voy (Premio Goncourt 1999), aquella ficción, muy probablemente la mejor de Jean Echenoz, que nos contó, encumbrando su lacónico estilo y su mirada a la vez distante y honda, la historia de Félix Ferrer, galerista y artista frustrado que, harto de todo y de todos, dice un día a su mujer que va a marcharse y se marcha a la Antártida.

Lejos quedan también, a pesar de que entre estas tres novelas biográficas y 14, la última obra de Echenoz, no han pasado ni veinte ni quince años, las geniales Correr, canto épico a la fuerza física, a la voluntad y a la tenacidad de Emil Zátopek; Ravel, una postal extraordinaria y extraordinariamente bien escrita sobre los últimos años de Maurice Ravel, cuando el insomnio, las obsesiones y la angustia apagaron el talento del compositor francés, y Relámpagos, la biografía menos cierta que imaginaria, podría incluso decirse: puramente imaginaria, de Nikola Tesla, en cuya historia Echenoz encuentra el pretexto perfecto para hacer un homenaje a la técnica, al ingenio y el progreso de nuestra especie.

Y es que en 14, a medias historia de amor y a medias fábula moralizante sobre la primera gran guerra, sus víctimas y sus testigos, Echenoz mantiene su inconfundible estilo lacónico y preciso y construye la historia con los mismos elementos con los que ha construido todas sus historias: el instante que lo cambia todo, la desaparición, la mudanza geográfica, los avatares identitarios, el triunfo de lo inesperado y esa extraña suerte de resignación que se hinca ante todo salvo ante sí misma, pero no consigue que esta retahíla de virtudes se conviertan en acierto. Echenoz, que siempre ha mezclado tono y trama en probeta, parece haber licuado su última obra. 14 queda lejos de los mejores libros de Echenoz en el tiempo, pero queda aun más lejos en cuanto a la técnica, el estilo y la historia.

Podría decirse, incluso, que 14 está lejos de Jean Echenoz. O que Jean Echenoz estaba lejos de 14 al escribir 14: se percibe la distancia que hay entre lo que la obra sugiere, lo que el escritor buscaba, pues, y lo que la obra muestra, lo que el escritor consiguió. Y esta distancia es gigantesca. Tanta que se puede incluso pensar que 14 fue dictado en lugar de haber sido escrito: hay una oralidad fallida, porque la oralidad, cuando se suma al estilo lacónico de Echenoz, más que un cuerpo descarnado muestra un esqueleto seco, polvoriento, casi un fósil. Un fósil, sí, que es capaz aún así de mostrarnos, a veces, las virtudes de Echenoz:

Allí –ronco crujir del cuchillo del pan en la corteza, tintineo de las cucharillas en los posos de achicoria–, sus padres terminan de desayunar: escaso diálogo perceptible entre Eugène y Maryvonne Borne, ruidosas degluciones del gerente de fábrica,

pero que, desgraciadamente, casi siempre nos muestra estas virtudes atenuadas. Por cada acierto del fósil de Echenoz:

Entonces brota un solo disparo de fusil de artillería: una bala atraviesa doce metros de aire a setecientos metros de altura y mil por segundo y penetra en el ojo izquierdo de Noblès para salir por encima de su nuca, detrás de la oreja derecha, y a partir de entonces el Ferman, descontrolado, mantiene un momento su trayectoria para declinar en pendiente cada vez más vertical, y Charles, boquiabierto, por encima del hombro desplomado de Alfred, ve acercarse el suelo en el que va a estrellarse, a toda velocidad y sin más alternativa que su muerte inmediata, irreversible, sin sombra de esperanza, suelo actualmente ocupado por Jonchery, bonito pueblo de la región de Champaña-Ardenas, cuyos habitantes se denominan joncaviduliens,

el lector se ve obligado a enfrentarse a demasiadas páginas fallidas. Páginas en las que, si no se tiene cuidado, uno puede caer presa del sopor involuntario que habita las construcciones, las derivas, las situaciones y los personajes de 14, incluso cuando el autor describe ¡una batalla!:

Después les gritaron que avanzaran y, más o menos empujado por los demás, se encontró sin saber bien qué hacer en medio de un campo de batalla de lo más real. Primero se miraron él y Bosis, Arcenel se ajustaba una correa detrás de ellos y Padioleau se sonaba con un pañuelo menos blanco que él. A continuación tuvieron que lanzarse a paso de carga, al tiempo que aparecían en segundo término, a su espalda, una veintena de hombres que, con la mayor tranquilidad del mundo formaron un corro sin prestar atención a los proyectiles.

Al final, 14, la novela con la que Echenoz quiere hablarnos de la Primera Guerra Mundial, tratándola como si esta fuera un personaje (podría incluso pensarse en este libro como el cuarto de su saga de biografías), de quien está lejos es de sí misma: en la última novela de Jean Echenoz, la guerra queda reducida a la insistencia de que nadie imaginaba que el conflicto duraría más de quince días, al extraño e improbable triangulo amoroso entre Anthime, Charles y Blanche (lejanísimo del triangulo de Nosotros tres), a las correrías absurdas de un grupito de soldados involuntariamente patéticos, a la corrupción de un puñado de civiles, a la fuga de un hombre que se quiere marchar de su vida (lejísimos, este, del Ferrer de Me voy) y a la aparición de los zapatos que no usan cordones. ~

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(ciudad de México, 1978) es escritor y politólogo. Ha publicado la colección de relatos Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008) y la novela Morirse de memoria (Sexto Piso, 2010).


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