Clasemediero / Pobre no más, desarrollado aún no, de Luis de la Calle y Luis Rubio

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No son pocas las voces que, tras el estallido en 2007 de la reciente crisis financiera internacional, han creído encontrar razones para hablar de una polarización extrema de la riqueza en el mundo. Esas voces, con sobrados argumentos, apuntan a que a la desmedida eclosión crediticia que condujo, entre otras cosas, a la burbuja inmobiliaria, al cierre masivo de empresas y al despido de millones de personas de sus puestos de trabajo, sucedería una transferencia sin precedente de recursos, suficiente para arruinar a la maltrecha clase media de una cantidad considerable de países. En México, donde entre 2008 y 2009 la crisis se tradujo en una de las mayores caídas del Producto Interno Bruto de toda América Latina, el escenario no podría esperarse de otro modo: con una economía ligada en gran medida al desempeño de la “locomotora” estadounidense, la desaceleración del vecino país del norte se traduciría en una pérdida cuantiosa de empleos y en un inevitable retroceso para la estabilidad y el bienestar conquistados a lo largo de los años previos.

Con todo y los efectos concomitantes a la recesión global, a pesar de la redistribución innegable del ingreso resultante de la crisis, hay en el país suficientes elementos para pensar en un estado saludable de esa clase media a la que se le ha venido diagnosticando con insistencia un eventual colapso. Por lo menos así lo ponen de manifiesto Luis de la Calle y Luis Rubio en Clasemediero / Pobre no más, desarrollado aún no. La tesis del libro es simple: México se ha venido transformando durante los últimos años en un país de clase media. Esta debe preservarse, y aun expandirse, si se quiere asegurar la estabilidad económica y política alcanzada recientemente, pero su preservación y su expansión dependen –en un contexto de doble vía y autorreforzamiento– de la estabilidad de los sistemas político y económico en su conjunto. Deseosa del cambio y de las transformaciones que posibiliten su desarrollo –asientan Rubio y De la Calle–, la clase media se erige en baluarte de la estabilidad. Heterogénea y compleja, proteica en su naturaleza “elástica”, la de los clasemedieros es la clase logrera por excelencia. Su medida de ascenso es el mérito, pero también los derechos adquiridos mediante el corporativismo sindical o la conquista de privilegios burocráticos.

Si, por otro lado, el concepto de medianía socioeconómica se presta a las más diversas aproximaciones teóricas y estadísticas, es claro que el clasemediero promedio aspira a subir los peldaños de la escalera social con miras a la defensa de un estándar de vida al que no estará en lo sucesivo dispuesto a renunciar. Por ello –subrayan De la Calle y Rubio– la clase media será siempre la clase que apueste por la democracia. Urbana, como en su mayoría es, informada y escéptica ante los liderazgos grandilocuentes o el excesivo protagonismo político, la clase media optará por permanecer en una zona límbica de la política, dejando para sí el derecho de optar por una u otra alternativa partidista.

Con todo, es la actitud, son los gustos, los hábitos y los patrones de consumo los que definen el perfil de la clase media. Afecto a mejorar su estilo de vida en la medida en que sus posibilidades se lo permitan, el clasemediero prefiere una vivienda –aun con hipoteca de por medio–, un automóvil, bienes de consumo duradero, servicios de salud y la posibilidad de tomar merecidas vacaciones a lo largo del año. Rubio y De la Calle documentan, en ese contexto, con robustez, las condiciones que, como en las décadas de los cincuenta y sesenta –nos informan–, han facilitado en México un nuevo ascenso de la clase media. Los mexicanos, arguyen, gozamos hoy por hoy de un ingreso per cápita impensable todavía hacia finales de la década de los noventa; el ingreso creciente equivale a mejorar la esperanza y la calidad de vida en una nación con rezagos en materia de crecimiento económico y competitividad internacional. La pobreza, lastre secular, se ha visto reducida, después de décadas, gracias a la estabilidad macroeconómica, al incremento en los salarios reales y a la pertinencia de un programa como Oportunidades. El clasemediero mexicano ahorra más, vive más y tiene una escolaridad que, al superar los ocho años –casi cuatro más del nivel observado en 1976–, le abre las puertas a un mayor número de alternativas educativas y ocupacionales. A lo anterior –subrayan los autores– se suma el llamado “bono demográfico”. México debe aprovechar el menor peso que para la población económicamente activa tiene el número de dependientes económicos –jóvenes y viejos– para apuntalar sus posibilidades de inversión y desarrollo futuro.

En medio de un escenario dominado por una clase pujante, abierta y decisiva para el rumbo que habrá de seguir el país en las décadas siguientes; a partir de una nueva dinámica socioeconómica que incorpora a más mujeres al ámbito laboral, que modifica patrones de compra y que lleva a millones a preferir la telefonía móvil a la fija, los viajes al exterior a los tradicionales destinos nacionales, cabe esbozar un escenario sustentable para esta nueva clase media mexicana. Coincidamos, por principio, con el diagnóstico final de Rubio y De la Calle: solo la mayor movilidad social y el crecimiento, la apertura al exterior y la estabilidad aseguran ese bienestar continuo que este gran segmento, indispensable para la buena marcha nacional, requiere para consolidarse. Aventuremos, después, que ninguno de tales factores contribuye por sí solo a despejar la incógnita planteada por las nuevas crisis financieras en el mundo. Si ante realidades inminentes como la fluctuación de fondos e inversiones para el retiro, la bancarrota de los servicios médicos gubernamentales y la recomposición de los bloques y mercados internacionales, la clase media permanece inerte, atrapada en el vaivén de su carrera hacia la cumbre, ello sería semejante a preparar el terreno de otro descalabro: el de una mayoría necesaria que, cediendo a las tentaciones del ascenso, perdió mucha riqueza para solo ganar toneladas de dinero derrochable en el camino. ~

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