Cuaderno de Amorgós, de Elsa Cross

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La estructura del cuaderno es la forma que mejor le viene a los libros de poemas de Elsa Cross (ciudad de México, 1946). Por casual y transparente, pues no busca reelaborar las percepciones del poeta sino conservar su sencillez desnuda; por maleable y hospitalaria, ya que no entraña un guión escritural estricto –o, en todo caso, viajes, periodos y trances vitales disponen su vago proyecto–; es capaz de suscribir los meandros de lo inmediato, bosquejar el claroscuro del paisaje y conducir las divagaciones hacia el buen puerto de la reflexión. Las travesías físicas y las experiencias místicas –precipitada enunciación de los principales rasgos de su poesía– suelen confinarse al vuelo en la libreta que el peregrino lleva siempre a mano, presta a abrirse sobre variados escritorios: la barandilla del mirador, una mesa de café o las rodillas.

Es casi inevitable evocar imágenes peregrinas cuando hablamos de la fragua de la obra de Cross, toda vez que una vocación por la movilidad ha llevado a la poeta a apropiarse de prácticas místicas orientales, a la comunión con sus raíces prehispánicas y al reencuentro con la cuna cultural y estética que es Grecia, como preámbulos a la escritura poética.

Devota de las cosas pequeñas y llanas, Cross ha optado por elaborar libros breves, monotemáticos, cuya unidad deriva del tema evidente y el apego a una forma poética definida. Cuando ha trazado planes de mayor aliento, estos han encontrado su orden en conjuntos de poemarios, como la trilogía que forman Los sueños / Elegías, Ultramar / Odas y El vino de las cosas / Ditirambos.

El Leitmotiv de Cuaderno de Amorgós es una reincidencia: el horizonte interior y exterior de una isla helena del archipiélago de las Cícladas (igual que en Naxos, su primera publicación). El libro está compuesto por cuarenta fragmentos distribuidos en cuatro apartados, en los que el aliento largo del versículo es atemperado por la esporádica disposición espacial del poema. “La noche”, “Los furores heroicos”, “Las islas” y “La Presencia”: monólogos intermitentes ante el entorno visible o diluido, contemplaciones que son trance y abandono ante las potencias cercanas, el paisaje como retrato de interiores y la celebración despaciosa del cuerpo amado.

La meditación es un disparador de la escritura, no un escape de la realidad sino una forma de instalarse con mayor plenitud en ella, posicionarse en medio del mundo para, sin arbitrajes prejuiciados ni medias tintas, distanciarse del yo y potenciar lo otro. Por ello, Cross prescinde casi por completo de cualquier narración (un tránsito concreto) y dinamiza sus versos a golpe de imágenes, reconoce símbolos en la realidad y los hace resonar en el poema. Y aunque no están del todo omitidos ciertos sujetos actuantes o anécdotas mínimas, aquellos son regularmente voces implícitas que surcan el poema, y estas otras, apenas vestigios de una historia mayor que ha quedado enterrada debajo del símbolo que ayudó a revelar.

Por lo mismo, resulta sorprendente encontrar en el libro “mariposas de ónix”, que son “signos no entendibles”, pensamientos “vacíos de sentido” y, luego, confesiones de extrañeza: “un signo interroga sobre un mismo predicamento y recibe/ dos respuestas contrarias”, “El curso aleatorio hace y deshace pequeños bloques de sentido” y “Alma y sentido debatiéndose en su no entender”. La esfinge no guarda para nosotros una respuesta, sino el ápice de una confusión. La poesía, por tanto, confía en la experiencia de la palabra que comunica un misterio y no finca su profundidad en la cifra que señala. Acepta el signo que probablemente no aguarde otro cumplimiento que anudar en su materia una interrogación:

 

Cómo saber si la estatua que se    
      [yergue entre las fuentes, apenas

insinuando una forma, quedó
      [inconclusa

                      o se ha erosionado.

 

“Donde quiera que se pisara, abajo había muertos”, variación de la frase de Tales de Mileto “todo está lleno de dioses” (entrañable para Cross), que refiere los entrecruzamientos que la experiencia de lo visible tiene con el reino de lo invisible, habla de las fuerzas que animan lo inanimado, de los trances que desvanecen la fisura entre estas dos esferas de existencia. Conviven, pues, en este cuaderno el descubrimiento y el misterio, la calma y la alteración, la maravilla del genio que habita el signo y la traicionada vocación de su significado inescrutable.

“¿Dónde termina la poetisa y comienza la mística?”, se ha preguntado Javier Sicilia respecto a Elsa Cross. Después de leer su obra, desde sus poemas tempranos hasta los del reciente Cuaderno de Amorgós, aventuro una respuesta que casi no lo es: nadie sabría decirlo con exactitud –más allá de las líneas físicas, los límites no existen como tajos sino como zonas que disuelven sutilmente territorios desiguales hasta hermanarlos– y el verdadero gozo espiritual radica precisamente en no saberlo.~

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