Cuando Dios bailaba el tango, de Laura Pariani

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En la Argentina, antaño país de inmigración por excelencia, ha surgido cada cierto tiempo un tipo de escritor que ha expresado profundamente al país desde la lejanía de otra lengua. Así sucedió, por ejemplo, con el inglés William H. Hudson o el polaco Witold Gombrowicz. También podríamos recordar a Héctor Bianciotti o Juan Rodolfo Wilcock, quienes, tras formarse allá, viajaron a Europa y acabaron consolidándose como escritores en Francia o Italia. El caso de Laura Pariani, autora de éxito notable en Italia desde hace algunos años, pertenece a este linaje de escritores fronterizos.

Su primera novela traducida en nuestro país sigue los destinos de cinco familias italianas a través de los testimonios sucesivos de 16 mujeres que formaron parte de ellas. La estructura, interesante y bien trabada, se asemeja a un ciclo de cuentos que van adquiriendo unidad conforme avanzamos en la lectura y relacionamos un relato con otro. Además, como resulta fácil de imaginar en un libro de estructura tan heterogénea, hay capítulos memorables y otros que no lo son tanto.

Sin duda la historia argentina de la pasada centuria es un campo abonado que están cultivando literatos y cineastas en los últimos tiempos. Alguna vez se ha dicho que el desastre social y económico de la Argentina ha supuesto uno de los grandes misterios del siglo xx. Pariani recoge el reto y compone con habilidad un gran fresco nacional a través de las generaciones de inmigrantes que llegaron a una tierra difícil, cargados de ilusiones. No faltan, por tanto, episodios relacionados con las huelgas patagónicas de los años 20, la muerte de Evita o la represión militar. Sin embargo, la autora sólo alude a lugares y sucesos que, por otra parte, conoce bien, y prefiere ahondar en la perspectiva de las mujeres que sufrieron los avatares de un proyecto fracasado. El primer plano corresponde, pues, al drama de las esposas abandonadas, las madres solteras o las hijas sin padre conocido. En ocasiones son ellas mismas quienes tienen la palabra; en otras, la voz de la narradora lleva la batuta, en plena identificación con ellas. Por cierto, se trata de historias y problemas que, al margen de su distancia en el tiempo y el espacio, tienen plena vigencia en la España actual, cuando nuestro país está conociendo, en su vida cotidiana, otros dramas semejantes, traídos esta vez en un viaje inverso al que se cuenta en la novela. Las vidas de muchas mujeres de Ecuador, Colombia o Bolivia acaso tengan bastante que ver con las de las italianas que cuenta Laura Pariani.

Dicho esto, junto al tema de la mujer, destaca el del desarraigo. En medio de situaciones familiares difíciles y sometidas la mayor parte de las veces a una situación económica precaria, las protagonistas parecen poco interesadas en su identificación como argentinas. Más aún: muchas de ellas sienten una inevitable nostalgia por lo que han dejado atrás. En la abundante literatura que se ha escrito sobre el país austral, el problema del “ser” argentino juega un papel fundamental. Este hecho no responde a una simple especulación pseudointelectual, ya que los escritos de Borges, Marechal o Martínez Estrada avalan la seriedad del problema. Además, una experiencia que siente cualquier viajero mínimamente atento en la Argentina es, justamente, la omnipresencia de ese cuestionamiento por parte de los propios ciudadanos del país en todas las esferas de la vida pública y privada. Desde las novedades en las librerías o las entrevistas periodísticas a la charla familiar, son muy habituales las referencias a cómo son los argentinos o a cómo son vistos por los extranjeros. Pues bien: este gran tema de la realidad está casi ausente en la novela de Pariani. Quizás a los lectores argentinos les pueda llamar la atención, pero sucede que la autora escribe desde el lado de acá, desde la orilla italiana, aunque muestre un excelente conocimiento de las muchas cosas pequeñas que componen la vida cotidiana del país.

Así pues, dos temas interrelacionados interesan a Pariani: la mujer y su identidad, ésta última despojada del timbre nacional y enfrentada a una experiencia traumática de orden personal y familiar.

Para llevar a cabo su propósito, traza una telaraña de coincidencias y casualidades que, pese al interés que venimos señalando, no deja de tener algún inconveniente. Trataré de explicarlo en las líneas que siguen. Cuando estamos finalizando el libro, leemos una frase que viene a resumir todo su sentido. Al mirar atrás, la protagonista, la mujer que ha ido transitando por la mayoría de los episodios “descubre que ha vivido en una intrincada red de paralelas y lejanías, hecha de hombres que huyeron de la degradación del deterioro cotidiano y se construyeron una doble vida, y de amargadas penélopes que quedaron a sus espaldas”. Lo mejor y lo peor de la novela se encierran en estas palabras. De un lado, lo mejor: el entrevero de historias que discurren secretamente y van, poco a poco, tejiendo un tapiz humano de anónimas pero rotundas tragedias; de otro, lo peor: la excesiva reiteración de los mismos elementos en cada uno de los episodios, lo que, pasada la mitad de la novela, provoca que los desenlaces de cada capítulo resulten demasiado previsibles. El principal escollo de Cuando Dios bailaba el tango no radica en el título (tan llamativo como amanerado), sino en el exceso de redundancia que limita los muchos valores que, por lo demás, tiene Laura Pariani como prosista. Quizá no es casual que todos los matrimonios de las 16 historias sean infelices ni que la mayoría de las relaciones de pareja también lo sean, salvo, curiosamente, aquellas en las que participan hombres y mujeres de izquierda, además de la única relación homosexual del libro. En definitiva, Cuando Dios bailaba el tango es una novela militante, aunque esté bellamente escrita. Si no se trata sólo de pasar el rato con el libro, su visión ideológica de la realidad seguramente encantará a quienes se adhieran a ella y dejará más fríos a los que, como es mi caso, nos parece algo reductora. Los estereotipos encierran una gran parte de verdad (por eso llegan a convertirse en tales), pero la literatura tendría que mostrar una lectura más compleja de las cosas, sobre todo cuando se enfrenta a un plan tan ambicioso como el de novelar la vida de un país a lo largo de cien años. ~

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