Curiosidad por la curiosidad

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Alberto Manguel

Curiosidad. Una historia natural

Traducción de Eduardo Hojman

México, Almadía, 2015, 566 pp.

Dice Walter Benjamin en Infancia en Berlín hacia 1900: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad, como se pierde uno en el bosque, requiere aprendizaje.” Las palabras son suyas pero la experiencia es de todos los que, acariciando el suelo de calles desconocidas, hemos guardado en la mochila un mapa tachoneado para resignarnos felizmente a perder el rumbo. En algo se parece leer Curiosidad. Una historia natural a este caminar despreocupado por la ciudad. En sus páginas, Alberto Manguel sugiere un paseo a través de las preguntas que han impulsado una vida intelectual marcada por el asombro.

El título es engañoso: más que una historia sobre la curiosidad, un estudio teórico exhaustivo o un tratado filosófico que busque persuadir al lector, Curiosidad es un ejercicio de libertad; su prosa, hilvanada con fluidez y erudición, construye un laberinto en que todas las puertas son, simultáneamente, de entrada y de salida. Rebosante de citas, referencias y anécdotas personales en un orden más o menos arbitrario (por no decir caótico), se trata de un libro cargado de posibilidad. Si perderse es un fracaso, Manguel fracasa estrepitosamente: al estilo de Montaigne, se aleja de todo dogma y va y viene sin prisas ni mayor aspiración que observar el mundo y dejarse sorprender por él. Recordemos que el ensayo –del francés essayer, intentar– es un bicho que anda a tientas y cuya virtud está en no llegar a ningún lado.

A propósito de las virtudes de pasear sin acompañantes, escribe William Hazlitt en su famoso ensayo sobre el arte de caminar: “Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo.” Cada uno de los diecisiete capítulos de Curiosidad arranca así, en solitario, con un relato de Manguel que gira en torno a una anécdota personal o recuerdo de su infancia, siempre alusivo a su propia iniciación en la curiosidad. Después avanza, con Dante como guía imaginario y acompañado a ratos por una tupida galería de pensadores, escritores y artistas (realmente una galería: el libro cuenta con una serie de fantásticos retratos realizados por Alejandro Magallanes) con alguna ambiciosa pregunta como base: ¿Cómo preguntamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué podemos poseer? ¿Por qué suceden las cosas? ¿Qué es verdadero?

Sin embargo, dicha estructura interrogativa no delimita los asuntos tratados que responden al plácido capricho del autor. Los temas se van entrelazando con soltura, porque este preguntón de oficio siente curiosidad por absolutamente todo: lo mismo reflexiona sobre los orígenes del lenguaje o cuenta la vida de Raimondo di Sangro –príncipe de Sansevero que descubrió la forma de hacer fuegos artificiales color verde mar– que cuestiona la naturaleza engañosa de la fotografía, cavila sobre los límites éticos de las tácticas terroristas y compara el viaje de Ulises con el avance del Curiosity, un dispositivo de exploración enviado por la nasa a una planicie marciana en 2011.

Este impulso indagador no es casual en el caso de Manguel, nómada extraordinaire. Ciudadano canadiense, nació en Buenos Aires en 1948 y ha vivido en Israel, Italia, Inglaterra, Tahití, Canadá, Francia y, según ha dicho en entrevistas recientes, está por mudarse a Estados Unidos. El argentino-canadiense ha vivido siempre lejos del hogar o con un hogar que se renueva continuamente: no en vano eligió al florentino como guía de viaje y a la Divina comedia como territorio de su paseo (los habitantes del infierno, según el novelista albanés Ismaíl Kadaré, “se parecen, extrañamente, a inmigrantes exiliados”). Es, de hecho, en estos lugares imaginarios –el País de las Maravillas, la Isla del Tesoro, Ciudad Esmeralda–donde Manguel encuentra su verdadera patria. Animal migratorio, algo le atrae siempre en otro sitio y hacia allá va, con tenacidad.

En su breve cuento “Del rigor en la ciencia”, Borges imagina a un grupo de cartógrafos tan perfeccionistas que elaboran el mapa de un imperio que coincide puntualmente con el imperio mismo en tamaño y forma. Manguel tiene la misma vocación expansiva que se adivina en dichos especialistas del mapa: quiere abarcarlo todo, verlo todo, conocerlo todo –pero con la diferencia fundamental de que ha comprendido que el territorio es infinito y que su mapa es inasible porque está en transformación constante–. Acaso podemos comparar Curiosidad con aquella serie de libros juveniles de los ochenta Elige tu propia aventura, en la que al final de cada capítulo el lector toma decisiones que modifican la historia y lo llevan a un final sorpresa. Cada lectura es única del mismo modo que no es posible bañarse dos veces en el mismo río.

Agotador como todos los viajes que merecen la pena, Curiosidad. Una historia natural no culmina en respuestas sino en una interrogación abierta. La literatura, cuando es el diálogo incesante que debería ser, no exige certezas. Al contrario: abre camino, siembra duda, quiebra el mar helado dentro de nosotros. A fin de cuentas el mundo es un museo de sí mismo y las preguntas no son un modo de entender la vida, son la vida. ~

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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