Muchas son las teorías que circulan sobre las razones que impulsaron a los serbo-bosnios a tomar el barrio de Grbavica, una vez no lograron controlar el centro de Sarajevo. Grbavica no ostentaba una comunidad afín al SDA, el partido nacionalista bosníaco. Los cuarteles y viviendas del Ejército Popular Yugoslavo, por aquel entonces prácticamente serbianizado, se encontraban en los aledaños, y al mismo tiempo el barrio conectaba a los serbo-bosnios con el Aeropuerto Internacional de Sarajevo, a través de los barrios de Vraca y Lukavica. También la primera línea del frente permaneció en el puente de Vrbanja, que está casi en el límite residencial oriental de Grbavica. Cuentan los lugareños que además era un vecindario multiétnico, donde las potenciales tensiones entre serbios, croatas y bosníacos se disolvían como un azucarillo en torno al sentido común, la aparente solidez de la casa yugoslava y las simpatías entre padres e hijos en los parques con columpios. Por eso mismo, más fácil de dominar a punta de fusil.
Quien visite la ciudad por primera vez, podrá observar que el barrio no tiene nada de particular: está acordonado entre el río Miljacka y la ladera donde se encuentra el barrio de Vraca. Es probable que al visitante le cueste identificar su relevancia estratégica y difícilmente apreciará sus contornos incluso si se sube a la montaña de Trebević. Ese espacio discreto y difuminado reproduce los aires de reserva del carácter local. Esta característica anodina sirve incluso de metáfora para representar a un joven cualquiera que, de improviso, se encuentra expuesto a los avatares de una guerra. Situado durante tres años y medio en la zona del frente serbio, Grbavica podría ser perfectamente el reflejo hecho persona de un ciudadano desorientado al que se le hurtan sus años de plenitud, desgentrificado por las crueldades de la contienda. En sus calles no sabemos si ocurrieron los pasajes más dramáticos y horrendos de la guerra, pero desde luego sí algunos de los más desconocidos y silenciados entre vecinos sarajevitas
Ese joven en cuestión es el personaje de la novela Plegaria en el asedio, del escritor bosnio Damir Ovčina, con la garantía de los traductores Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek, y con el sello de Automática, editorial que desde hace un buen tiempo viene descubriéndonos con criterio autores de nivel de la región balcánica. El protagonista queda atrapado en un edificio del bando equivocado, en el barrio de Grbavica, y deberá integrarse en un pelotón encargado de enterrar a los muertos. En adelante esa circunstancia servirá para conocer el destino trágico de todos aquellos vecinos no serbios, pero también para descubrir los grises de la guerra entre vecinos con conciencia o directamente solidarios, principalmente serbios, tan acorralados como contrarios a las prácticas del odio y de la violencia gratuita. La obra parece evocar a todas las víctimas del conflicto, pero solo necesita de un personaje para inspirarlo.
Plegaria en el asedio reúne dos particularidades estilísticas, si se quiere arriesgadas. La primera es que prescinde de los verbos en cuanto la poesía y la intuición lo permiten, en un incansable martilleo de frases cortas, como el diario de un corresponsal de guerra que escribe aterido por los chasquidos de bala; y la segunda es que Ovčina podría ser perfectamente uno de los firmantes del Dogme´95, junto a Lars Von Trier y Thomas Vinterberg, y lo más próximo que se puede leer a ver una película como El hijo de Saúl, con el protagonista y el dramatismo que le rodea acompañado sin reservas por una cámara. Estos dos conceptos explican de por sí por qué el reputado y selectivo director de cine Ademir Kenović prepara la versión cinematográfica.
La novela rezuma verosimilitud y verdad. Se encuentra lejos de la mitología y el esoterismo con el que se interpretan las guerras —más si son balcánicas—, y sin sojuzgamientos de buenos y malos que otorguen valor a la obra literaria en base al planteamiento de un ejercicio bienintencionado de apología moral o de agenda política. Y esto es importante: no resulta sencillo lograrlo en un episodio tan dado a la sobreactuación y al proselitismo interesado, hasta el punto de que no es extraño que lleguen al público productos culturales al respecto que no destaquen por su calidad, sino por ganar atención de acuerdo con la repercusión y las emociones que genera la primera guerra europea emitida en directo. Ya de por sí ambas son razones de peso para encontrarnos con un texto que es diferente, un éxito en Bosnia y Herzegovina. Entre otras cosas, porque transpira los códigos de un Sarajevo que puede ser artístico y literario, delicadamente sofisticado, como nos gusta creer del llamado “Jerusalén europeo”, pero también desconfía del intelectualismo y sabe mofarse con retranca de la erudición que satisface al poder, del literato que se pasea altanero por la calle Ferhadija tras recibir un premio literario de una ONG escandinava.
Damir Ovčina no nos explica las claves de la guerra, no folkloriza a los bandos enfrentados, rehúye los fetichismos que atrapan la atención de los curiosos, en definitiva, nos brinda un relato crudo y sin aderezos sobre sonidos, olores, paisajes, personas y quehaceres: las pasiones y los deseos virginales entre vecinos, padres desesperados buscando a sus hijos, el salvajismo caprichoso de los señores de la guerra, los gestos cordiales de un comandante adaptado a su destino y a la dignidad de sus enemigos, el traqueteo alejado de las ráfagas, la burla irónica con aroma local sobre la fundación de un estado propio, el sabor amargo del café en las cocinas, las sacudidas que acompañan a la explosión de las bombas, el tacto rugoso de la tierra helada en las fosas improvisadas o el olor de los pinos circundantes. La historia no se disipa en el dolor abstracto de la ciudad y de sus habitantes, sino que interpela a los lectores a partir de una historia con todos sus elementos de proximidad, algunos episodios sensacionales y extraordinarios, otros básicamente tediosos y repetitivos. Las horas y minutos de espera, las noticias en la radio, los bidones de agua. La guerra y el asedio.
Plegaria en el asedio hace justicia a una literatura que se presume ambiciosa, dejando a los lectores que interpreten e infieran sus imaginarios a partir de la compresión de una experiencia realista y desnuda convertida en ficción. Hay en el texto de Ovčina una defensa soterrada de la vecindad (komšiluk) y de la convivencia en Grbavica, y no parece que sea nada deliberado, es el resultado mismo de haber escrito una novela apegada a la realidad de un joven sarajevita sometido al horror. La mayoría no sabemos qué es ser víctima de una guerra, tampoco lo que es nacer y vivir en una sociedad multiétnica abocada a la descomposición y el conflicto, pero la literatura nos muestra cómo puede ser en carne propia, en primera persona, imaginárnoslo de verdad, durante 700 páginas.
Es politólogo especializado en los Balcanes y traductor.