De boscán a Sor Juana

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Antonio Alatorre, El sueño erótico en la poesía española de los siglos de oro, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, 197 pp.

 
     Todo buen lector, incluso el más anárquico o desordenado, se ha tenido que tropezar en más de una ocasión con esta clase de poemas, especialmente con el muy conocido de Quevedo cuyos dos versos iniciales dicen así: “¡Ay, Floralba! Soñé que te… ¿dirélo? / Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.” Ya Ramón Andrés había seleccionado algunos de esos poemas en la sección “El sueño… y lo soñado” de su bella antología Tiempo y caída. Temas de la poesía barroca española (1994), y el hispanista Christopher Maurer les había dedicado un artículo muy sugerente (“Soñé que te… ¿dirélo? El soneto del sueño erótico en los siglos XVI y XVII”, 1990). Faltaba, sin embargo, un estudio amplio sobre el particular, un trabajo que proporcionase no sólo suficientes “términos de comparación” sino también una reflexión crítica capaz de hacernos ver la verdadera importancia histórica de estos textos. He aquí ese estudio. El que venga firmado por Antonio Alatorre es toda una garantía: el filólogo mexicano nos ha dado algunos libros memorables (Los 1001 años de la lengua española no más que el mucho más breve Ensayos sobre crítica literaria), junto a algunas traducciones ya clásicas (la de Literatura europea y Edad Media latina, de E.R. Curtius, realizada con Margit Frenk, no menos que Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis), y un incontable número de artículos y ensayos imprescindibles, sobre todo en la NuevaRevista de Filología Hispánica, que dirige.
     ¿De qué poemas se trata? Sencillamente, de aquellos en los que el enamorado sueña poseer a una dama por lo general renuente, poemas que representan —para decirlo con Alatorre— “una manera facilísima y baratísima de tener en los brazos a la más esquiva dama, a la más empingorotada”. Esa clase de poemas constituye por sí sola una pequeña tradición. Pero, ya puesto, Alatorre ha extendido su pesquisa a otros muchos textos relacionados con el sueño erótico: aquellos en que el amante desvelado invoca al sueño, aquellos otros en que imagina a la dama (una ensoñación), etcétera, incluyendo el modo en que los santos consiguen superar los sueños eróticos. El tema viene de lejos (está en Homero y en Virgilio, en la Antologia Graeca y en Estacio, en Anacreonte y en Lucrecio), y de allí pasa a los maestros italianos —desde Dante hasta Torquato Tasso y Giambattista Marino—, que fueron la referencia principal de los españoles. Éstos, en efecto, muchas veces se limitaron a traducir (o “imitar”) a los italianos, introduciendo pequeñas variaciones, no sin que saltara de vez en cuando la chispa de la verdadera inspiración. Al final se cambiarían las tornas, y sería Marino quien imitara a Góngora.
     El más antiguo poema de sueño erótico en español se debe al rabino Sem Tob (o Santob) de Carrión, en el siglo xiv. Alatorre examina también ejemplos de Jorge Manrique y Garcisánchez de Badajoz, pero centra su interés en los avatares de este tema en los Siglos de Oro. Los autores de los siglos XVI y XVII sintieron predilección por él, hasta el punto de que es raro el poeta que no llegó a abordarlo de un modo u otro, formando así una rica tradición ininterrumpida. La serie empieza con Garcilaso, Boscán y Cetina, pero ya antes (o al mismo tiempo) hay ejemplos en Castillejo y en la lírica de tipo tradicional. Boscán ofrece ya aciertos indudables (“Dulce soñar y dulce congojarme / cuando estaba soñando que soñaba”…) a pesar de la dependencia de fuentes italianas (Sannnazaro y tal vez Bembo), pero aún más hermoso, para mi gusto, es el soneto de Gregorio Silvestre “Habiendo sido ya más combatida”, en el que se lee: “y allí, del mismo amor mío encendida, / con sus hermosos labios bebe y toca / el aire más caliente de mi boca, / haciendo de dos almas una vida // y un alma de dos cuerpos moradora”). La tradición continúa con los manieristas, pero no encontraremos de nuevo poemas de sueño erótico importantes de verdad hasta la época de Góngora y Lope. Con una excepción: el soneto anónimo “Soñaba yo, señora, y fue mi sueño”, cuyos dos tercetos dicen: “Y viéndose así juntas las dos almas / y en prisión puestas de amoroso fuego, / juntaron de sus cuerpos la cadena, // en cada espalda nuestra un par de palmas, / las bocas juntas atizando el fuego, / prisión de gloria más que no de pena.” Todos estos poemas son doblemente significativos por el hecho de que surgen en un contexto en el que la visión del amor está mayoritariamente marcada por el idealismo petrarquista. Estos poemas constituyen, se diría —con los de carpe diem y unos pocos más (son inolvidables algunos de Aldana)—, la otra cara de la concepción o la “filosofía” del amor en nuestros poetas renacentistas y barrocos.
     No puede extrañar mucho —conociendo el peculiar sentido autobiográfico de su obra— que no haya en la poesía de Lope muestras importantes de poemas de este tipo, en los que, al fin y al cabo, el amor se “sueña”. En cambio, en el maravilloso soneto “Ya besando unas manos cristalinas”, de un Góngora ya poco idealista a sus veintitrés años, se cruza, me parece —lo cual, si no me equivoco, es una novedad—, la tradición de la albada. Y en el muy famoso de Medrano “No sé cómo, ni cuándo, ni qué cosa” (que es para Alatorre “una de las cumbres —si no la cumbre— de la poesía de sueño erótico”), se cruza otra más: la tradición del “no sé qué”. Importante aportación es sin duda la que aquí se nos hace (y que confirma una práctica muy arraigada en Quevedo) de que los últimos seis versos de su famoso soneto “¡Ay, Floralba! Soñé que te… ¿dirélo?” no son sino un plagio del soneto del jesuita Pedro de Tablares escrito un siglo antes. El análisis de Alatorre concluye con ejemplos de poemas de sueño erótico escritos por otros poetas barrocos y tardobarrocos (con muy interesantes interpretaciones de Lupercio L. de Argensola y de Sor Juana), así como con el examen de algunas variantes menores del tópico y sus derivaciones obscenas, en las que no falta una mención al muy procaz y divulgado Sueño de la viuda de fray Melchor de la Serna.
     Un par de observaciones casi al margen. Ya que se examinan algunos poemas en lengua portuguesa (Manuel de Faria e Sousa, Antonio Dinis da Cruz e Silva o Gregorio de Matos), no hubiera estado de más echar un vistazo a las célebres antologías portuguesas del barroco, Fénix Renascida y Postilhão de Apolo. Yo lo he hecho y, sin rebuscar mucho, he hallado dos textos que creo significativos: “A um sonho”, de Antonio Barbosa Bacelar (1610-1663), y “Sonhando que via a Márcia”, de Jerónimo Baía (1620-1688). Esto no hace sino corroborar la clara implantación del tema del sueño erótico en la lírica de la época, y la falta que hacía una monografía como ésta. Por otra parte, en el último verso del poema de Lomas Cantoral ha de subsanarse un error grave: el verso “noche, do vivo en cruda guerra” debe leerse “noche, do vivo ciego en cruda guerra”; en el complicado soneto “Sueño traidor, que alguna vez sabroso” recogido en la Floresta de Ramírez Pagán, habría tal vez que enmendar el penúltimo verso “este primer gozo, en lo segundo” por “este primero gozo”; y el v. 10 del soneto de Bernardino de Rebolledo “Mariposa a la lumbre de los ojos” ha de decir “traslada” en lugar de “traslado”. Detalles, sin duda, pero no del todo insignificantes. Se podrá, en fin, no estar de acuerdo con Alatorre en tal o cual lectura o interpretación; así y todo, son siempre muy apreciables su minuciosidad y su sensibilidad literaria, como Eugenio de Salazar (¿1530?-1602) sabía apreciables los favores de la dama en un soneto, “Un solo bien me ha hecho el dios de amores”, que Alatorre no recoge (copio sólo los tercetos): “Mas, ay de mí, que los favores sueño, / y el disfavor me toma muy despierto, / y así está mi alegría en triste empeño. // Empero, aunque esto sea así, tan cierto, / vuestros favores deben ser preciados / aunque, señora mía, sean soñados.”
     El sueño erótico en la poesía española de los siglos de oro no es un libro dirigido a especialistas o a eruditos, sino al inteligente “lector medio”. Y por eso es importante: no se ahoga en los datos ni se niega a formular juicios estéticos. Se trata de una investigación modélica en muchos aspectos, por dos razones principales: porque nos hace ver la relevancia histórica y estética de un tema preciso en la poesía española de los siglos xvi y xvii y porque realiza un ceñido, coherente recorrido (a ratos comparativo) por la época más brillante de nuestra poesía. Lo hace con una sensatez crítica poco común, una sensatez que contrasta vivamente con una filología cada día más atenta a los métodos que a los objetos de estudio. Alatorre sabe como pocos que la filología es esencialmente una ciencia histórica, como no se cansó de repetir Américo Castro. Nos hacen falta más libros como éste. –

+ posts

(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: