Según se explica en el Timeo de Platón, la causa errante es el principio formal que tiende al caos y que es reconducido por la inteligencia, que lo guía. Es el principio de necesidad común a todo lo que existe, que por ello existe y se desvía. Ese es el título que ha elegido Sebastián Taberna para su primer libro de poemas, publicado hace unos meses en Pre-Textos. Además de su sentido filosófico tiene una sonoridad cinematográfica, casi antiheroica. Promete sentido y movimiento, es decir, búsqueda. Y transmite la imagen de un pilar que no ha tenido más remedio que echarse al mundo, a recorrerlo.
El libro está dividido en dos partes con una veintena de poemas en cada una. La primera es Causa y la segunda Errante, como si quedase a un lado el origen y el sustantivo –lo fijo– y al otro el destino vagaroso del adjetivo que se lanza a la intemperie. Se trata de poemas muy breves, casi esquemáticos, y lo primero que llama la atención en todos ellos es la constante y palmaria presencia de dos personas, de un nosotros compuesto sin duda por dos personas. Muchas veces funciona como sujeto, pero se trata de una instancia que lo ocupa todo. Copio tres versos de “Plegaria”, el primer poema, que tiene nueve: “quédate con nosotros”, “Entra en nuestro sueño”, “ruega por nosotros”. Aquí algunos sintagmas que aparecen en “Verbena”: “te saqué”, “juntos”, “los demás” (esos demás que existen con respecto a nosotros). En “La luz”, un poema de veinte palabras: “tu piel”, “la mía”, “con nosotros”. Y sigo encontrando a esas dos personas en los siguientes poemas: “tú y yo”, “nada ni nadie puede seguirnos”, “antes de que hubiéramos nacido”, “llegar a ti”, “nuestros cuerpos”, “el vacío que nos rodea”, “nos deslumbra”… En todos los poemas el autor incluye a la otra persona, no como si se hiciesen compañía sino como si formasen un conjunto indivisible que permite relacionarse con el mundo de una manera particular, propia. En esa relación es crucial un sensualismo un poco visionario, o al menos extático: gracias a la luz y a su manera de incidir sobre las superficies, por ejemplo, se advierten dimensiones como el tiempo. Resulta asombroso que quepa todo eso (el nosotros, que va más allá de ser una pareja o de tener conciencia de ser una pareja; la percepción a través de los sentidos de realidades de otra índole) en unos poemas que son tan sintéticos y que parecen haber sido repasados una y otra vez hasta dejarlos en lo esencial.
Se puede advertir una sutil narración: a partir de cierta página el nosotros se desintegra. No solo aparece la segunda persona más a menudo, sino también la tercera persona –ella–, lo que sugiere una recolocación de los elementos. La voz no ha cambiado, pero se ha movido. Los poemas recogidos en la segunda parte del libro son más largos y lo que mencionan parece más circunstancial. La esencialidad del principio se ha disuelto en el transcurrir de los días que traen sus imprevistos y accidentes. Si en la primera parte a veces parecíamos habitar un tiempo tan continuo, redondo e inmutable que parecía haber ocurrido ya, ahora nos vemos expuestos a lo provisional, a lo que aún tiene que definir su sentido, a los extraños con los que hay que brindar otra vez, como en la ranchera de José Alfredo Jiménez.
Leo el libro como el relato de un destierro, y en realidad no es chocante si pensamos que vivimos en un mundo de sombras que no es el genuino. El primero de los poemas de la segunda parte se titula “Mudanza”. Algunos versos de esa mitad del libro: “todo lo que el aire conquista y se pierde en un instante”, “Y en sus ojos veo el mismo miedo que siento yo / a ser vencida / a ser olvidada”, “barrer la arena del desierto”, “Pero la vida es un inalcanzable murmullo” o “donde la eternidad es un rumor mágico de coches / que desaparecen en el fulgor de la oscuridad”. Aquí se consigna el desarraigo. Aquel principio que nos hacía vivir nos ha enredado.
Y ahora que acabo de escribir eso por fin me vienen a la mente, convocados, el verso de Dylan Thomas “The force that through the green fuse drives the flower” y todo el poema que viene detrás, y comprendo que esa imagen ambivalente y fatal es la que me rondaba durante toda la lectura del libro de Sebastián Taberna. Aquello que nos hace vivir es también nuestra perdición, y generación tras generación estamos sujetos a ello y no hay quien se libre. ¿Será esa fuerza la causa errante? No hay estrategia para burlar los tropiezos que nos esperan, porque esos tropiezos son la vida misma y quizá son lo que nos hace humanos. Lo que sí hay es un impulso existencialista que anima a vivir después de todo, a cada cual cumplir sus tropiezos en el revoltijo de la vida.
En la precisión y la transparencia de su escritura, da la sensación de que el método que usa Taberna para echarle el guante a lo que quiere expresar es dar vueltas a su alrededor, como cercándolo en radios cada vez más cortos, y de esa manera se familiariza con sus dimensiones y acota el tema. A veces escribimos para alejarnos de las cosas, para que nos sean extrañas, y a veces para acercarnos a ellas, probando una y otra vez, y así asegurarnos de que ellas son lo que buscábamos. De esa segunda manera me parece que está compuesto este libro, que transmite a la vez el desamparo y la calidez inconfundibles que nos harían reconocer a otro ser humano si nos encontrásemos los dos perdidos en un rincón del cosmos. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).