Días felices de tristeza

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Yasmina Reza

Felices los felices

Traducción de Javier Albiñana

Barcelona, Anagrama, 2014, 189 pp.

El título de la nueva novela de Yasmina Reza, Felices los felices, proviene de una frase de Jorge Luis Borges que se cita al comienzo: “Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices.” Estas palabras parecen advertirnos, como una inscripción antes de traspasar una puerta, de lo que nos vamos a encontrar en la lectura y de lo que va a quedar fuera. Y, efectivamente, el libro desarrolla aquello de que, parafraseando a otro autor, en este caso León Tolstói, “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.”

Yasmina Reza ha escrito obras de teatro –como Arte, que la dio a conocer de forma internacional, o Un dios salvaje, que llevó al cine Roman Polanski–, textos autobiográficos –como los estupendos Hammerklavier o Ningún lugar–, relatos, novelas, guiones cinematográficos e, incluso, el ensayo literario-periodístico El alba la tarde o la noche, en el que acompaña durante un año a Nicolas Sarkozy en su campaña electoral.

Felices los felices parece participar de esta habilidad que tiene Reza para moverse entre distintos géneros literarios. La obra, al igual que el teatro, actúa como espejo de las pasiones humanas. Se compone de veintiún capítulos en forma de monólogo en los que varios personajes nos cuentan un pedazo de su vida. Estos monólogos son en su mayoría excelentes relatos cuyo final queda como suspendido en el aire. Conforme avanza la narración y algunas tramas confluyen el libro parece metamorfosearse, por decirlo así, en una novela. La eficacia de los diálogos, los espacios donde tienen lugar las historias y su carácter visual nos hacen pensar no solo en la Yasmina Reza dramaturga, sino también en la guionista de cine. De hecho, en Francia, una de las obras con que se ha comparado esta novela es en realidad una película (basada en relatos de Raymond Carver): Short Cuts, de Robert Altman. También Felices los felices tiene algo de periodístico, en el sentido de que la autora, gran observadora, parece “dar voz” a una miríada de personajes como la única manera posible de aproximarnos a los deseos, dependencias y frustraciones de cierta clase media acomodada (aunque, en ocasiones, es un tanto forzado el que intente dar cabida a una amplia variedad de actitudes, por decirlo así, ante la vida y el sexo: el sadomasoquista, el homosexual encubierto, la seductora…).

Las relaciones sentimentales y sexuales son el leit motiv del libro. Yasmina Reza, como una virtuosa música que jugase con los ruidos y los silencios, interpreta los distintos registros que se dan en algunas parejas que parecen siempre al borde de la ruptura: desde el enfrentamiento físico y directo a los rencores mudos y soterrados. En medio, toda una gama de tonalidades: como la apacible felicidad de los Hutner, que se ve ensombrecida cuando descubren que su hijo se cree la cantante Céline Dion, o el vaivén emocional que sufre un personaje, Rémi Grobe, que pasa, en un solo capítulo, de creer que “experimenta un sentimiento” hacia alguien a, tras un momento de cierto fastidio y aburrimiento, marcar el número de móvil de otro ligue y, al poco tiempo, el de un amigo para proponerle una partida de cartas.

Entre los personajes del libro hay quienes parecen atados a la vida conyugal, a pesar de las infidelidades y de las desavenencias domésticas, quienes tienen varios amantes, quienes pagan por sexo y quienes aspiran a encontrar alguna forma de amor. Todos los monólogos, dichos a no se sabe muy bien quién y que quedan sin respuesta, nos transmiten su profunda soledad.

En el libro aparecen otros temas que forman parte de las obsesiones de la autora: la enfermedad, el paso del tiempo, la amistad, las relaciones paternofiliales, la doble naturaleza humana, intelectual y violenta a un tiempo…

Yasmina Reza muestra el fino equilibrio que existe entre la comedia y el drama, lo banal y lo trascendente, algo que a veces estalla en una risa incontrolable. Es hábil en contar historias de calado con elementos y situaciones cotidianos (como la espera en una sala de hospital) o, a la inversa, desactiva la solemnidad de algunos momentos con cuestiones mundanas (por ejemplo, en uno de los capítulos, tras arrojar unas cenizas de difunto a un río, se inicia una discusión entre madre e hija acerca de si conviene o no tirar la bolsa de deporte donde se ha transportado la urna funeraria).

El juego que introduce la escritora de ir relacionando a los personajes, a partir de ciertas pistas, alivia la tensión emocional de estas historias (que, además, debido a la forma de monólogo en un solo párrafo se leen, por decirlo así, casi sin respirar). Pero, hacia el final del libro, donde además decae en parte el interés de algunos de los relatos, estos cruces de personajes resultan un tanto fatigantes.

Quizás queda demasiado patente el control sobre lo narrado, cuando la autora ha logrado en otros de sus libros el milagro de que parezca que las palabras fluyen tan libres como directas hacia el lector. No obstante, no cabe duda de que esta novela es una muestra de su buen oficio y de su compromiso como escritora (por encima de soluciones cómodas). Yasmina Reza no teme descender hasta el corazón del malestar, allá donde se ha vuelto insoportable, ni presentar personajes poco amables ni plantear el conflicto entre sexos de una manera que no tiene por qué ser políticamente correcta. Del mismo modo que es capaz de tratar acerca del deseo sexual, también lo es de desvelar la fragilidad íntima de cada uno, y en medio de las constantes fricciones deja espacio para algunas breves reconciliaciones.

Al terminar la lectura nos sentimos más próximos de esos seres imperfectos, que no forman parte ni de los amados ni de los amantes ni de los que pueden prescindir del amor, que de aquellos “felices” a los que hace referencia el título. Hay una aspiración que se resume bien en un momento del libro. Un personaje cita un fragmento de Los días felices de Beckett: “La tristeza tras mantener relaciones íntimas nos resulta familiar. Sí, esa sabemos afrontarla.” Y a continuación se lamenta: “Oh los días felices de tristeza que no conozco.” ~

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