El delator, de Liam O’Flaherty

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Ésta es una invitación al lector a un tour por el infierno de la culpa. Liam O’Flaherty (1896-1984) es el guía, un autor que no tiene piedad. Como en una película de vaqueros del viejo oeste norteamericano, pero filmada en Dublín, la puerta del bar se abre a patadas. Un hombre moribundo regresa a su pueblo, un lugar al que no debe regresar porque es un asesino. Durante una huelga de granjeros mató a un miembro del Sindicato Agrario. Es un fugitivo de la justicia que quiere ver a su familia y es traicionado por Gypo Nolan, su ex compañero en los círculos revolucionarios, donde eran conocidos como los “Gemelos del Diablo”. Gypo Nolan es un ex policía dublinés que fue expulsado del cuerpo porque se sospechaba que colaboraba con la Organización Revolucionaria, de la cual también lo expulsarían. Gypo delata al asesino para cobrar una recompensa ofrecida por la policía, momento que determina su descenso al infierno de la culpa. El asesino muere en una persecución policial y los revolucionarios quieren ajusticiar al delator.

O’Flaherty describe con crudeza y precisión cada escena, hasta el mínimo gesto: “Con las manos hundidas en los bolsillos, se quedó mirando al suelo. Parecía estar pensando en algo muy serio, pero no era así. Al menos, no tenía ninguna idea concreta en la mente. Dos nociones le daban vueltas por el cerebro, produciendo ese zumbido primario que da inicio al pensamiento, el mismo que se experimenta cuando el cerebro exhausto ha consumido hasta el último ápice de energía”.

Si un escritor es producto de su experiencia vital y de su experiencia cultural, social y política, O’Flaherty es un gran ejemplo de esta idea hecha realidad. Combatió en la Primera Guerra Mundial, en la Revolución Irlandesa y en la Guerra Civil. Era partidario de una Irlanda independiente, posición política que lo llevó a refugiarse en Francia durante una temporada. El delator es una novela llena de referencias a un momento histórico que el autor vivió en carne viva pero que evita citar por su nombre real, como una estrategia para que la historia fluya por sí sola, en una espiral de violencia que no se limita a los puños y las pistolas. La conciencia de Gypo y de los personajes que lo rodean, prostitutas y revolucionarios en su mayoría, aflora en cada arrebato de arrepentimiento, ternura, solidaridad y justicia con los cuales tratan de calmar sus culpas y esa insatisfacción que contagia a un pueblo en tiempos de crisis.

Dublín es presentado como un mundo de marginales. “Por este motivo, se había dejado llevar por esa extraña exaltación, nacida del odio por la ley tan característico de los barrios obreros: el gran consuelo que les queda a los trabajadores es poder odiar profundamente el tiránico brazo de la ley, que se toma la licencia de intervenir en peleas callejeras, conflictos laborales y sublevaciones nacionalistas”. Gypo y sus perseguidores son el verdadero poder. En una sociedad que enarbola la bandera de la venganza, una institución como la policía significa un obstáculo, representa el papel del malo. O’Flaherty transmite de manera magistral la instauración de un nuevo orden y el sentimiento heroico que guía a los revolucionarios. “Quiero acabar con el concepto de propiedad. Ésa es mi misión. No quiero dejar mis propiedades a mis hijos. No quiero tener hijos. No significan nada para mí. La perpetuidad de mi vida está en mi trabajo, en los pensamientos humanos, en el cumplimiento de mi deber”. La declaración pertenece a Dan Gallagher, el jefe de la Organización que busca al delator del ex compañero de Gypo. Es una declaración de amor hacia la hermana del fallecido, contaminada por esa religión llamada comunismo, a la cual O’Flaherty perteneció.

El delator es una novela que no deja respiro al lector. En vez de caer en esos vacíos con descripciones plagadas de adjetivos y reflexiones inútiles que algunos novelistas creen que sirven para oxigenar el relato, O’Flaherty eligió flagelar a sus personajes. Gypo vive un tormento que él mismo ayuda a perpetuar. El tormento se convierte en su agonía y trata de redimirse permitiendo que afloren sus sentimientos nobles. Durante su peregrinaje llega a un prostíbulo, donde arma una fiesta brutal y se encuentra con una prostituta desfigurada, personaje que me recuerda a aquella otra prostituta de Los imperdonables, la película de Clint Eastwood, discípulo confeso de John Ford, primo de Liam O’Flaherty y director de la versión cinematográfica que ganó tres premios Oscar en 1935. Gypo ayuda a la prostituta con su estilo peculiar. Miembro de esa saga de gigantes y monstruos que la literatura y el cine sigue creando, Gypo es una expresión de brutalidad pero mantiene un resto de humanidad, lo cual no es suficiente para salvarlo de su conciencia.

Para quien no haya visto la versión cinematográfica de John Ford, es aconsejable que primero lea el libro. Y para quien sí la vio, también es aconsejable que lo lea. La experiencia puede resumirse así: “Era esa alegría primitiva que siempre aflora en el alma irlandesa ante el peligro, ese gran espíritu de lucha propio de nuestra raza, nacido entre las nieblas, los montes, los bulliciosos arroyos y el eterno clamor del mar”. El delator es de lo mejor que haya escrito un comunista, y no hay mucho. O’Flaherty era antes que nada un escritor. ~

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