El Madrid de Pla

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Josep Pla

Madrid, 1921. Un dietario

Traducciรณn de Alfons Sureda i Carriรณn, Madrid,

Libros del KO, 2013, 270 pp.

Hacia el final de su primera estancia en Madrid, donde viviรณ como corresponsal en 1921, Josep Pla se cruza con un condiscรญpulo suyo que acaba de doctorarse y quiere volver a Barcelona a montar un despacho. “¿No hay bastantes despachos todavรญa?”, inquiere el escritor, que le reclama que se quede a Madrid a “observar”. “Tu curiosidad, ¿ya se acabรณ?”, pregunta. Y al escuchar a su compaรฑero decir que las cosas deben seguir su curso, Pla refiere la historia de un matrimonio de campesinos que se encuentra a un hombre ahorcado aรบn con vida, lo salva y se lo lleva para casa. “Pero, al cabo de varios dรญas, la campesina dijo: ‘No me gusta ese hombre.’ El campesino, tal vez para no disgustarla, encontrรณ que su mujer tenรญa razรณn. Al cabo de muy poco rato de discutir, dijeron con naturalidad: ‘Hay que dejar que las cosas sigan su curso…’ Cogieron al exahorcado y lo volvieron a ahorcar.”

Es sabido que Pla escribiรณ mรกs de treinta mil pรกginas, y en la expresiรณn va implรญcita la naturaleza de su obra. De cualquier otro escritor podrรก decirse que escribiรณ tantos libros, pero Pla escribiรณ pรกginas. Si fuese un escritor literario, un autor de golpes sonoros, incluso podrรญa decirse que Pla escribiรณ tantas palabras. “Su obra consta de quince millones de palabras”, por ejemplo. Como ocurre con el tiempo, que hay quien lo divide en segundos y hay quien en siglos, de Pla se significan sus pรกginas porque fue en esencia un escritor de pรกginas, de la primera a la รบltima, y tanto fue asรญ que pese a que todas ellas son meramente periodรญsticas, puramente personales, no dudรณ en su vejez en abalanzarse sobre las de la juventud para arreglar sin afectaciรณn aspectos que acaso entendรญa chirriantes. ¿Puede cambiarse el pasado? Sรญ, si estรก escrito. ¿Nadie soรฑรณ con vivir su juventud con la experiencia de los setenta aรฑos? El resultado en Pla es excitante porque no impacta en la rigurosidad sino en el estilo. Estรก mejor escrito, porque al ser corresponsal de sรญ mismo Pla conoce mejor el tema que trata conforme avanza el tiempo, y la primera mirada al mundo se aprecia mejor en la segunda. Por eso Madrid en este libro se nos aparece exactamente como se le apareciรณ a Pla en 1921 pese a anotarlo entonces, escribirlo en 1928 y abundarlo cuarenta aรฑos despuรฉs. Es el Madrid que era y que no podรญa ser otro; al fin y al cabo es el Madrid de Pla. Un adelantado a su tiempo en la mรกs fenomenal literalidad del tรฉrmino.

Madrid, 1921. Un dietario es el retrato de una divertida irritaciรณn: la del autor con una ciudad que se esfuerza en entender desde el desencanto. Hay por ello un humor tremendo, a menudo clandestino, como si fuese ilegal. Y una observaciรณn instintiva sobre las cosas que produce admiraciรณn sorda. “En general, los catalanes no sentimos ninguna simpatรญa por los empleados ni por los burรณcratas. Consideramos que nos chupan la sangre mientras toman cafรฉ con leche y fuman cigarrillos del estanco. A mรญ, personalmente, todo hombre situado detrรกs de una ventanilla me inspira un miedo instintivo, cerval. Y el hombre que se encuentra detrรกs de la puerta de la habitaciรณn donde estรก la ventanilla me produce algo mรกs que pรกnico: me produce la sensaciรณn del misterio insondable y total. Delante de una ventanilla hago como los peces cuando estรกn hartos: retrocedo instintivamente, no siento ninguna curiosidad. Siempre que veo mi nombre escrito en papel de barba me salen los colores a la cara, como si me hubiesen pisado moralmente. Soy un individualista irreductible y un solitario total.”

Pla, ya lo sabemos, trabaja el adjetivo hasta el punto de que al sustantivo no se le imagina otro. Lo hace con una claridad sorprendente. Su dietario de Madrid no tiene mรกs valor que el advenimiento de la Repรบblica al que asistiรณ una dรฉcada despuรฉs, pero de su costumbrismo terrible y desapasionado, que recrea su vida y por tanto la vida de todo lo que le rodea, incluido el paรญs y sus regรญmenes, se va desprendiendo la Historia. Son especialmente lรบcidas sus descripciones de Unamuno y Gรณmez de la Serna, pensamiento y estilo de aquella Espaรฑa. “Unamuno no fuma, no bebe mรกs que sorbos de agua, come sin interรฉs visible, no parece que le afecten los llamados placeres terrenales. Lo que parece apasionarle es la conversaciรณn, la indagaciรณn, la curiosidad. No para de preguntar o de exponer tal y cual cosa. Da la sensaciรณn de vivir en una nerviosidad permanente –y disimulada–. A la hora del almuerzo hace una bola de miga de pan que ya no suelta en todo el dรญa haciรฉndola rodar entre los dedos de las manos. Una bola que parece de masilla para rellenar grietas y agujeros. Hay en Grecia gente que tiene siempre en las manos un rosario de cuentas gruesas. El rosario de Unamuno es la bolita de pan”, dice del rector en su visita a Salamanca. “Ramรณn Gรณmez de la Serna […] produce mรกs efecto sentado que de pie. De pie, con el sombrerito, la patilla, la capa, sus carnes y sus gorduras, el ancho cuello, la cabeza y el rostro muy grandes y dibujados hacen que parezca un hombre bajo, un hombre que no ha podido crecer porque su familia, por diversiรณn, le hacรญa llevar, cuando era niรฑo, un peso sobre la cabeza. De pie, Gรณmez de la Serna parece un defensa de team de fรบtbol afeminado, o el hijo inteligente de algรบn carnicero enriquecido. Se le nota demasiado la piel, un poco aceitosa, con una punta de morbidezza de hombre de interior. En esa posiciรณn, Gรณmez de la Serna no dice nada interesante, habla como todo el mundo, es un personaje completamente gris y anodino […] Sentado es otra cosa. Cuando se sienta, en su rostro se produce un fenรณmeno extraรฑo. Parece que la cara se le alarga y coge la forma de una almendra. Entonces su aspecto saludable, su frente amplia y noble, sus ojos negros y salientes dentro de unas รณrbitas muy recias, sus blancos dientes sobre el fondo de sus corbatones, hacen un gran efecto. Su voz adquiere un tono metรกlico, pero aterciopelado, y con esta voz tiene una manera de decir las cosas cargada de la impertinencia imperceptible de una marquesa experimentada –y lo que dice tiene, a veces, mucha gracia–. El gesto es amplio, desenvuelto, lleno de sociabilidad […] Es tan sensible la diferencia que existe entre el Ramรณn sentado y el Ramรณn de pie, que es probable que si no hubiese en este mundo sillas y mesas no habrรญa llegado a ninguna parte, no serรญa absolutamente nada, no se habrรญa hecho el nombre que tiene, un nombre que estรก destinado a producir un impacto en el extranjero y a impresionar al intelectual provinciano.”

Acaso mejor que los de Unamuno y Gรณmez de la Serna sea el retrato de Ortega y Gasset, al que dedica frases casi fotogrรกficas que discurren rรญo abajo hasta llegar a la apreciaciรณn justa: “La voz del profesor alcanza la mรกxima belleza cuando se piensa que todo lo que dice –sea lo que sea– se pierde en el desierto.”

Estas pรกginas de Pla, que no libro, discurren con el tiempo. Al ser pรกginas transitan con los meses. Las frases van parejas al minuto, lo cual tiene mรฉrito porque hay quien pretende zanjar su รฉpoca en una oraciรณn. Y el dietario de Madrid no es mรกs que eso, que con serlo es bastante: un aรฑo de Madrid visto por el que probablemente fue entonces su mejor observador, su paseante inasequible y su pluma mรกs รญntima. Un hombre que recrea primero sus inicios en el periodismo catalรกn con una perspicacia divertidรญsima y unas semblanzas magistrales (ese Romรก Jori, el director antiperiodรญstico que “no sentรญa la actualidad” y al que cada vez que tenรญa que leer un original o un recorte “los ojos pequeรฑos y redondos se le llenaban de espanto”) y luego el trรกnsito del tiempo con la voluntad de testimoniarlo y no cambiarlo, al contrario de lo que tantos seres de Madrid pretendรญan entonces, y asรญ acabรณ el paรญs mรกs tarde. Que eran tan ruidosos que todo lo que se escuchaba era el silencio. Y cogieron al ahorcado, y lo volvieron a ahorcar. ~

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(Sanxenxo, Pontevedra, 1978) es escritor y periodista. Escribe en el Diario de Pontevedra, El Mundo y Jotdown. En 2011 publicรณ Irse a Madrid y otras columnas.


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