El origen de todos los males

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Macario Schettino

El fin de la confusión. Doscientos años de errores interesados que han impedido el desarrollo de México

México, Paidós, 2014, 366 pp.

¿Por qué no aceptar, de una vez por todas, que un capitalismo empresarial edificado sobre la base de unas instituciones sólidas, un Estado acotado por la ley y una ciudadanía con igualdad de oportunidades, derechos y obligaciones es lo que necesitamos en México para reorientar una larga travesía, plagada de fracasos, hacia mejores puertos? ¿Por qué es tan difícil para nosotros, habitantes de ese conjunto de países históricamente “premodernos”, al que se ha denominado América Latina, aprender de las experiencias exitosas de países que han emprendido la ardua –pero tan benéfica– tarea del desarrollo? Macario Schettino ha escrito El fin de la confusión alrededor de ese par de preguntas. Concebido en una línea argumentativa que prolonga, de algún modo, la de Cien años de confusión en México, su libro anterior, el nuevo volumen es una apuesta por situar en el centro del debate y de las acciones en torno al desarrollo nacional las ideas y los hechos que lo alientan o lo imposibilitan.

Schettino despliega para ello una exposición que, más que a la teoría económica, busca remitirse a la interpretación de hechos, fenómenos y comportamientos. No apela –a diferencia de lo que asegura de Rousseau– a “la primacía de la polémica sobre la realidad”, y sí en cambio a lo que es posible demostrar a fuerza de números, tendencias, evidencia histórica y solidez argumentativa. Y lo que Schettino consigue con la conjunción de tales recursos es una razonable –aunque no imprevisible, a la luz de lo que muchos estudios disponibles sobre el desarrollo y el cambio social han demostrado– interpretación de la actual realidad mexicana. Una síntesis de las ideas contenidas en el libro bien pudiera esbozarse de este modo: la razón de que México –como casi toda América Latina– continúe siendo un país permanentemente subdesarrollado desde su nacimiento como nación independiente, en 1821, es el histórico retraso con que hemos llegado a la adopción de las estructuras –políticas, económicas, institucionales, mentales– que han posibilitado en los países más ricos del mundo el arribo a esos estadios de desarrollo y bienestar.

Lo que sigue, una vez admitida esa tesis central (afín a aquella Teoría de la Modernización, surgida después de la Segunda Guerra Mundial, que se nutrió en principio de las ideas de W. W. Rostow sobre las etapas del crecimiento en países desarrollados y del funcional-estructuralismo de Talcott Parsons), es explorar lo ocurrido a lo largo de centurias en los países ricos. Lo que procede es identificar –con ayuda de los estudios históricos y numéricos correspondientes– los patrones evolutivos que, inequívocamente, no pueden sino corresponder al desarrollo. Schettino concluye, después de examinar la evidencia disponible para tres grupos de países (nórdicos, mediterráneos y asiáticos), luego de detenerse en los “experimentos” fallidos que resultaron ser el comunismo y las estrategias antiliberales de países como Egipto, India, Brasil y México en los años sesenta y setenta, y tras abordar el caso mexicano (en un repaso que abarca desde la crisis de la deuda externa –en 1982– hasta la guerra contra el narcotráfico emprendida por Felipe Calderón), que el fin de la confusión ha llegado para aquellos que estén dispuestos a reconocerlo.

Homenaje manifiesto a El fin de la historia, de Fukuyama, el fin de la confusión al que se refiere Schettino solo puede apuntar a la plena instauración de un liberalismo democrático si lo que se pretende es esa “salida del atraso” de la que han hablado decenas de teóricos y académicos de América Latina. Capitalismo empresarial, Estado responsable y limitado por el imperio de la ley, ciudadanía con igualdad de oportunidades son las grandes cartas de batalla de ese orden político y económico non plus ultra, y es difícil negar que se trata de grandes ideales cuando –vistos con la perspectiva de la historia y las evidencias acumuladas– se convierten en resortes sobre los que se apoya el envidiable edificio del mundo desarrollado. En México, la ausencia de un Estado de derecho pleno, la existencia de un entorno corporativista que privilegia a los agentes extractores –en detrimento de los generadores– de riqueza y la desigualdad de oportunidades entre ciudadanos son lastres que en gran medida se deben, en efecto, a vicios heredados por la vieja consigna revolucionaria. Las conclusiones de Schettino, al hacer suyas las banderas de la más avanzada escuela liberal, cobran por ello un sentido innegable. Pero entre eso y admitir sin más que no hay –ni habrá– más opción que semejante alternativa, hay un riesgo intelectual. Y el autor lo asume.

Su postura equivale (como afirmaron ya en su momento heterodoxos de la talla de W. Arthur Lewis, Albert O. Hirschman y John Kenneth Galbraith alrededor de la teoría de la modernización) a presuponer que el desarrollo es un proceso homogeneizador y convergente, que la opción europeizante –occidental– del crecimiento siempre puede imitarse y que el camino hacia el paraíso que la modernización promete es, de suyo, inevitable e irreversible. América Latina –como Europa del Este, como Oriente, como África– experimenta en casi todos sus países un atraso que hunde sus raíces en la historia. Si la visión modernizadora del desarrollo –señalan sus críticos– pretende erigirse en la piedra de salvación de estas regiones, tendrá que hacerlo a partir de conciliar en ellas el peso específico de esa historia, del conjunto de interpretaciones sobre la realidad al que se suele llamar cultura y de los conflictos subyacentes al cambio.

Macario Schettino ha escrito un libro particularmente sugestivo y provocador. Quiera la realidad que ese fin de la confusión en las ideas que ha declarado como el origen de los males de media humanidad sea, por lo pronto, un comienzo promisorio para México. ~

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