Siempre me he preguntado si el sentido de un libro de viajes es extraer la esencia de los sitios visitados por quien lo escribe o, al contrario, reflejar el universo que el viajero descubre poco a poco dentro de sí por medio de la travesía. Si se tratara de lo primero, al abrir las páginas de una de estas relaciones deberíamos toparnos con una mirada más que incisiva y la voz de alguien que se ha documentado a fondo acerca de la situación histórica, política, social del territorio a través del cual se lleva a cabo el recorrido, y acerca de la mentalidad de sus habitantes. Si fuera lo segundo, el relato nos tendría que conducir de una revelación a otra, de una epifanía a la siguiente, en una lectura de carácter más humano que geográfico, hasta que al cerrar el libro nuestra concepción del mundo y de los hombres que lo pueblan se hubiera reafirmado o transformado de manera radical. Además, en cualquiera de los dos casos, la profundidad de lo narrado (o la falta de ésta) depende de si la perspectiva del escritor corresponde a la de un verdadero viajero o a la de un simple turista.
Alfonso Armada, corresponsal por más de siete años del diario español ABC en la ciudad de Nueva York, nos entrega en El rumor de la frontera / Viaje por el borde entre Estados Unidos y México, las crónicas resultantes de un viaje de 31 días a través de lo que llama “la frontera más dramática del mundo”, pues “no en vano allí se frotan como placas tectónicas la nación más rica y mejor armada de la tierra y un país que parece aplastado por el peso de su impresionante historia (de la -‘raza cósmica’ de sus antepasados, de sus indios), pero hincado en el Tercer Mundo”. Como promesa de viaje, la definición anterior es atractiva, lo mismo que los nombres de algunos capítulos del libro, ya se deban a la inventiva del autor o a la del editor de la sección periodística donde fueron publicados primero: “La tierra de los hechizos”, “Dostoievski en Texas”, “Chéjov, calcinado”, “La geografía del mal” y “Teoría del cactus”, entre otros. Sin embargo, apenas iniciado el recorrido de las páginas, se torna evidente la estrecha perspectiva del viajante, más preocupado por descubrir los restos de la cultura hispánica pura en el espacio tejano que en comprender la verdad profunda de lo que se percibe a simple vista; atento a los atractivos turísticos, los lugares comunes y las anécdotas propias de la prensa de sucesos, y no al espíritu de esa tercera nación ubicada entre Brownsville y Tijuana.
Llama la atención que, a pesar de tratarse de un viajero español, es decir, de quien posee una cultura emparentada con la nuestra, realice la mayor parte de su travesía por territorio estadounidense, donde se demora describiendo los inmensos desiertos, la flora y fauna, las supervivencias del mundo indio, las costumbres, el mal gusto en cuestiones de decoración, las tragedias que sufren los hispanos, las leyendas del Viejo Oeste, el origen castizo de los nombres de pueblos y ciudades, y que, en contraste, de la frontera mexicana destaque principalmente sus aspectos pintorescos y su leyenda negra: la violencia producto del narcotráfico, la pobreza y la suciedad, el culto a la Santa Muerte, el fenómeno de las maquiladoras y, por supuesto, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
Armada detiene su presuroso periplo en esta urbe para dedicarle los dos capítulos centrales del volumen. Su intención no es sólo resaltar el contraste entre ella y su gemela, El Paso, Texas (“una de las ciudades que año tras año se sitúa a la cabeza de las más seguras de Norteamérica”, mientras que Juárez es “una de las aglomeraciones humanas más peligrosas de toda América Latina, donde imperan los narcos que satisfacen al insaciable mercado del norte y donde hace más de doce años que con total impunidad se viola, tortura y asesina a jóvenes obreras que sirven para satisfacer los más bajos instintos y placeres de jerifaltes y hampones, señores de la droga y caciques políticos”), sino también determinar quiénes son culpables de los asesinatos de mujeres: “las más de cien muchachas de Ciudad Juárez secuestradas por policías para luego ser violadas y asesinadas por figuras de la alta burguesía local vinculadas al narcotráfico”. Una tesis que resulta gratuita al no provenir de ninguna investigación, aunque el autor intente sostenerla citando en varias ocasiones el libro Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez.
Con el fin de darle una pátina cultural a las impresiones de su viaje, Alfonso Armada entresaca innumerables citas de otros libros: la Trilogía de la frontera, de Corman McCarthy, de 2666, de Roberto Bolaño, de La Santa Muerte, de Homero Aridjis, de Ciudad fronteriza, de Barry Gifford, del análisis Viaje al futuro del imperio, de Robert D. Kaplan, de crónicas de Alma Guillermoprieto y Javier Cercas, y hasta de canciones de Bruce Springsteen, Johonny Cash y Los Tigres del Norte. Ante tales referencias, sorprende que el autor no haga ni una mención de En la frontera, del estadounidense Tom Miller, publicado por Alianza Editorial en 1991, libro en que plasma el mismo viaje de 3,200 kilómetros realizado por Alfonso Armada y su compañera fotógrafa Corina Arranz en 2005, con una visión menos turística, exenta de clichés, más meditada, inclinada hacia la comprensión total de ambos lados de la línea.
A pesar de sus limitaciones, El rumor de la frontera es una lectura que puede ser entretenida, sobre todo si no se conoce la zona geográfica que intenta reflejar, ni a la gente que la habita. No captura la esencia de ese espacio extraordinario donde se confunden dos idiosincrasias, dos tiempos históricos, dos estatus socioeconómicos, dos cosmovisiones religiosas, dos lenguas y dos culturas; tampoco deja al descubierto la verdadera concepción del mundo de su autor. Por eso funciona como manual para aquellos turistas que no pretenden ir más allá de lo ya conocido desde antes de iniciar el viaje. Y, para el lector, es una buena muestra, no de cómo son en realidad la frontera entre México y Estados Unidos y sus habitantes, sino de cómo se ven desde lejos, desde la perspectiva de otro continente y a través de una mirada superficial. ~