En la red de cristal, edición y estudio de Muerte sin fin de José Forostiza, de Arturo Cantú

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Cómo leer a Gorostiza
Arturo Cantú, En la red de cristal, edición y estudio de Muerte sin fin de José Gorostiza, Colección Mascarón número 1, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1999, 323 pp.A estas alturas, ya no sabemos con exactitud quién o quiénes leen poesía en México. Si yo formulara esa inquietud en forma de pregunta, tendría que poner, en la respuesta, en lugar destacado y primerísimo, el nombre de Arturo Cantú, de manera que debería decir esto, rotundamente: en México, Arturo Cantú y apenas dos o tres personas más leen poesía. El resto hace como que lee y hace como que entiende y hace, además, como que se ocupa críticamente, en contadas ocasiones, de poemas y de poéticas.
     Arturo Cantú no pertenece a esa tribu de los "como-que-esto-y-lo-otro" ante la poesía, los poemas y las poéticas. Él lee efectivamente, entiende con su propia cabeza y con su propio corazón. Ahora, por fin, podemos leer, entre las dos pastas de un libro, sus brillantes ideas —brillantes hasta el deslumbramiento— y enterarnos de una exploración minuciosa —la suya; prácticamente sin antecedentes, por sus características y sus alcances— de ese soberbio edificio poético, Muerte sin fin, el poema de 1939 debido al tabasqueño José Gorostiza. Pocas, muy pocas cosas podemos celebrar, en el ámbito del trabajo intelectual, entre nosotros. El libro En la red de cristal —frase titular, parte de los versos 29 y 496 del poema de Gorostiza— es una de ellas. Los renglones que siguen son un intento de explicar someramente esos motivos de celebración. Motivos que se entrelazan estrechamente con la gratitud que inspira un trabajo tan espléndidamente concebido y ejecutado.
     Editado con sobriedad y con infrecuente pulcritud tipográfica por la Universidad Autónoma Metropolitana en su nueva colección Mascarón —aquí debe mencionarse la labor admirable y devota de Eduardo Clavé en el diseño de las páginas—, colección de la cual es el libro inaugural, el ensayo de Arturo Cantú fija, de un solo golpe, una alta cota de exigencia, de la que en México carecíamos, para valorar los estudios pormenorizados del fenómeno poético. Con esto quiero decir que su libro crea, con su sola aparición, una medida de rigor y de profundidad analítica que muchos deseábamos para aquello —la gran poesía, por supuesto— que no ha tenido en México la atención que, sin duda, solicita en todo momento. La sola existencia de poemas como Muerte sin fin constituye un reto para la inteligencia de los lectores, y más todavía: para la responsabilidad de esos supuestos lectores especializados que son, o deberían ser, los críticos. En mi opinión, el libro de Arturo Cantú establece nítidamente un antes y un después para la crítica literaria —estrictamente hablando, la crítica literario-filosófica— entre nosotros. Podrá disentirse de sus planteamientos, de su andadura intelectual, de sus métodos de abordaje al texto (aun cuando no veo cómo habría de articularse el disentimiento); pero es imposible, ya desde ahora, negar la enorme importancia de la obra que ha escrito.
     La seriedad de Cantú para emprender el análisis filosófico de las ideas en Muerte sin fin —en medida considerable, un análisis que abre el poema a lecturas críticas posibles que hasta ahora no se han hecho— sólo es comparable a su entusiasmo de largas décadas, décadas de amoroso estudio suscitado por esa pieza poética magistral. En este sentido, la pasión literaria e intelectual de Arturo Cantú únicamente es parecida, entre nosotros, a la dedicación que Alfonso Méndez Plancarte y Antonio Alatorre le han consagrado a Sor Juana Inés de la Cruz, la única figura de las letras mexicanas parangonable a José Gorostiza, a una considerable distancia de las demás. Sus dos grandes poemas, Muerte sin fin y Primero sueño, son verdaderos monumentos, y sus desvelos poéticos han convocado a estudiosos tan ejemplares como Méndez Plancarte, Alatorre y Cantú. Sospecho cuánto valora este último ese elogio comparativo, que aquí asiento con toda sinceridad. Lo cierto es que Gorostiza y Sor Juana no se merecían menos.
     Un poco de historia y de biografía literarias no están, creo, de más en este momento. He releído los textos juveniles de Cantú en la revista Kátharsis, de Monterrey, editada a mediados de los años cincuenta por un grupo de amigos, casi todos ellos adolescentes, en la capital de Nuevo León. En los poemas (en prosa y en verso) lo mismo que en los ensayos de Cantú sobre poesía, encuentro la misma avasalladora pasión de 1999 y de 2000, ahora templada, concentrada y perfeccionada en su libro de la UAM sobre Muerte sin fin. Al final de un poema de octubre de 1957, titulado "Los ríos circuncisos", leo estos dos endecasílabos perfectos de Cantú: "Ojos más providentes y más tristes/ izaron desde el polvo nuestros huesos." Esa palabra, "providentes", ¿no proviene acaso del "vaso providente" de Muerte sin fin? No lo sé con exactitud, pero creo que sí (el "izaron" del segundo verso, ¿no está emparentado también con el "Iza" de una de las canciones del poema de Gorostiza?). Hugo Padilla, en el texto preliminar de la edición facsimilar de Kátharsis, refiere cómo ese grupo de amigos de Monterrey leyeron de corrido, en voz alta, en aquellos años cincuenta, en una sola tarde, la Muerte sin fin. Ahora podemos saber que por lo menos uno de ellos, Arturo Cantú, conservó intacta una admiración apasionada por el gran poema y la refrenda de la mejor manera posible, gracias a su libro, casi medio siglo después de aquellas literarias aventuras juveniles o adolescentes.
     Por sus rasgos singulares —la dedicación pormenorizada y el rechazo implícito de la vaguedad—, el libro de Cantú despertará suspicacias y aun desdenes. Me adelanto a comentar este punto (y ojalá me equivoque en cuanto a las posibles reacciones negativas). He escuchado en mala hora el comentario desdeñoso de quienes opinan que este tipo de estudios es "ocioso": ¿para qué ocuparse con todo detalle de los pormenores de una obra si con un solo plumazo generalizador podemos despachar las exigencias de un público distraído y complaciente? Con ello se olvidan de algunos de los libros fundamentales del pensamiento literario moderno, como los de Dámaso Alonso en la España de la primera mitad del siglo XX o los de Roland Barthes —en especial su formidable S/Z— en Francia. El estudio de Arturo Cantú merece ponerse al lado de ellos y junto a las investigaciones meritísimas de Robert Jammes, Raimundo Lida, María Rosa Lida de Malkiel, Amado Alonso, Rafael Lapesa, entre otros, sin olvidar —en otro ámbito, en otro idioma— los textos de Roman Jakobson, en alguna ocasión ayudado por Claude Lévi-Strauss.
     El apego al detalle estudiado no significa que el crítico, el analista literario —Cantú ante el poema de Gorostiza, en nuestro caso—, se agarra, por así decirlo, a un objeto seguro y firme; se trata más bien de todo lo contrario: ese apego pormenorizado al texto sirve para los más altos vuelos interpretativos, muy arriesgados algunos de ellos, sin la menor duda. Hasta donde puedo vislumbrarlo, en casi dos lecturas completas y atentas de En la red de cristal, su autor no sufrirá ningún destino "icárico", precipitándose en las aguas procelosas de la rechifla ante el fracaso de su vuelo. Es y será, en cambio, admirado justamente por todos aquellos que pueden leer, página tras página de En la red de cristal, abundantes muestras de lucidez y de arrojo, verdaderos festines para el lector y admirador de su objeto de indagación: Muerte sin fin de Gorostiza. Es posible, y aun deseable, que haya, a cambio de la rechifla —que no veo francamente cómo pueda producirse—, una reacción crítica de buena ley: las ideas de Cantú sobre Muerte sin fin no cierran, sino que, precisamente, abren, como ya dije, la discusión acerca del gran poema. Eso sí, es un hecho objetivo, fácilmente constatable, que tiene por lo pronto un mérito notorio que nadie en su sano juicio podrá discutir: los versos de Gorostiza están aquí, entre las tapas de En la red de cristal, mejor editados que nunca. Si había, como dicen los especialistas en estas cosas, un "estado de la cuestión", Cantú —con la colaboración inapreciable de Eduardo Clavé— la ha cerrado, al menos por un larguísimo tiempo. Estoy persuadido de que durante décadas, en el porvenir cercano o más o menos lejano, esta edición de Muerte sin fin será la de consulta indispensable para lectores de veras interesados y para investigadores de toda índole.
     El esquema explicativo del poema que puede verse y leerse en las páginas 69 a 71 del libro de Arturo Cantú es muestra de una capacidad de síntesis que sólo puede ser luminoso resultado de una labor intelectual, estética y filosófica de muchos años. Me consta que ha sido así y ahora los lectores de esta obra podrán saberlo con amplitud y pormenor. Arturo Cantú se ha inclinado reflexivamente sobre el poema de Gorostiza —para muchos de sus lectores, el poema por antonomasia de nuestro país, al lado del Primero sueño— y durante varias décadas ha pensado con intensidad en sus bellezas recónditas y manifiestas y, también, en el poder intelectual que lo anima. Ese esquema es la mejor preparación para su labor exegética y contiene, como en una almendra, los engranes maestros de la investigación de Cantú. Menciono un ejemplo de los múltiples valores de esta obra, mencionado como podría mencionar decenas o centenares más: las explicaciones de Arturo Cantú acerca de las relaciones del poema con los tres epígrafes de los Proverbios bíblicos son sencillamente formidables. Nada ni remotamente parecido hay sobre este punto nodal de la presentación del poema de su significado, de su aliento intelectual.
     En la red de cristal practica, como en una excavación geológica, cortes transversales y longitudinales en el poema de Gorostiza. Los primeros muestran el andamiaje formal del texto: las diez partes divididas en ocho cantos y dos canciones, que se corresponden unas con otras y resuenan, dialogan, extienden, resumen toda clase de figuras y desarrollos metafóricos y conceptuales. Los cortes longitudinales dan a leer el subsuelo y el cielo de la exquisita, atormentada, sublime y lógica serie de ideas que conforman el sentido de ese edificio, su significado y su espesor intelectual. En cuanto a lo primero, En la red de cristal ofrece a los lectores de poesía en México la primera edición, luego sólo de la de 1939, verdaderamente confiable. Cantú ha fijado el texto y podemos ahora leer Muerte sin fin con toda la limpieza tipográfica, ortográfica y de diseño de la que han carecido diversas ediciones posteriores a la primera de Loera y Chávez, aun las que el propio José Gorostiza vigiló; el "estado de la cuestión" en este terreno queda cerrado, como he afirmado líneas arriba. Dicho de manera sucinta: gracias a este libro, contamos ahora con una edición canónica de Muerte sin fin. Sin esta labor de desbrozamiento y fijación editorial, la segunda parte del libro, la interpretación de Cantú, se nos presentaría necesariamente debilitada. Por fortuna, hay que decirlo claramente, no es así: cada una de las tesis de Cantú tiene un sólido sustento textual, en especial la numeración de los versos y uno de sus resultados más gratos: la serie preciosa (auténtica "red de cristal" para atrapar la atención de los lectores interesados) de las correlaciones y las concordancias.
     El dios-niño y su sueño atroz y magnífico imaginados en y por el poema de José Gorostiza adquieren, gracias a la inteligencia generosa de Arturo Cantú, todo su brillo espectral, majestuoso, lleno de sonoridades y de lujos intelectuales. Por el momento, no puedo concebir un elogio mejor de este libro magnífico. –

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(Ciudad de México, 1949-2022) fue poeta, editor, ensayista y traductor.


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