Gabriel Zaid
Cronología del progreso
Ciudad de México, Debate, 2016, 208 pp.
Hasta cierto punto, es un escándalo que Gabriel Zaid, ensayista y poeta, además de ingeniero de profesión, no sea más leído en nuestro país. Decimos hasta cierto punto porque, bien mirado, escandalizarse por algo así no deja de revelar un cierto apasionamiento que cualquier vistazo a la lista de los libros más leídos viene a atemperar. Dicho esto, es una excelente noticia que la editorial Debate publique este delicioso volumen, cuya sustanciosa brevedad es una marca de fábrica de su autor: nadie puede dejar de aproximarse a él con la excusa de que no tiene tiempo. En la línea de precedentes como Los demasiados libros o Cómo leer en bicicleta, Zaid aglutina aquí un conjunto de breves ensayos, todos ellos publicados entre 1999 y 2015 en esta revista, organizados en torno a un asunto común: el problema del progreso. Tema que, en una época de creciente aceleración tecnológica y creciente desigualdad económica, viene a renovar su perpetua actualidad.
Zaid se inspira, según confesión propia, en el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794), del filósofo y científico Nicolas de Condorcet, cuyo título, que a duras penas cabría en un tuit, es expresivo del ethos ilustrado de su época. Y es paradójico que, así como Condorcet escribía a contracorriente, afirmando una fe en el progreso gradual de la especie humana que se oponía a las concepciones cíclicas y religiosas de la temporalidad, también hoy Zaid escribe a contracorriente, aunque los obstáculos a los que se enfrenta sean de distinta naturaleza: el descreimiento en el progreso discernible en los practicantes de la Teoría Crítica, algunos pensadores ecologistas y no pocos autores poscoloniales. Y digamos un desempleado de Indiana o un campesino de Sudán. Todos ellos, sin duda, con buenas razones para ensayar una crítica a esta Gran Narrativa Moderna, relato épico sobre el progresivo mejoramiento de la condición humana que ha propendido siempre a ocultar a las víctimas de ese mismo progreso: el indígena que está tumbado junto al cocotero cuando llegan las fragatas que, en nombre del progreso, lo convertirán en esclavo. Sucede, sin embargo, lo que suele suceder: una tesis que empieza siendo juiciosa se convierte en un prejuicio que impide reconocer aquello que su bestia negra, la idea del progreso universal, tiene de verosímil. Por eso, porque reivindica el ideal del progreso a pesar de sus defectos, Zaid escribe a la contra.
Digamos así, por emplear la imagen predilecta de los escépticos, que Zaid entabla un diálogo constructivo con el célebre Ángel de la Historia al que recurre Walter Benjamin para metaforizar la destrucción operada por el progreso moderno. Su apuesta es modesta, pero razonable, al modo de un discurso moderno que ha aceptado las críticas posmodernas en lugar de limitarse a rechazarlas sin siquiera leerlas: “No es verdad que todo tiempo pasado fue mejor. Ni que todo lo más reciente es mejor. Ni que el futuro será siempre mejor. Pero cabe desearlo, y trabajar porque así sea, con optimismo razonable.”
No en vano, como él mismo subraya, si definimos progreso como toda innovación favorable a la vida humana, el progreso es anterior a la mentalidad progresista: las mejoras empiezan mucho antes de que exista siquiera conciencia de que lo son. Es eso que Sloterdijk ha descrito como sucesivas evoluciones del lujo humano, desde la hoguera al agua embotellada. En cuanto al mito del progreso, que da lugar a la creencia en su realidad material y moral, Zaid lo considera audazmente un producto del cristianismo tardío: la transformación del ideal monástico de perfeccionamiento personal en un proyecto para el conjunto de la sociedad. Es una hipótesis plausible, aunque indemostrable: la idea del progreso conoce muchas atribuciones de paternidad. No cabe duda de que el impulso ilustrado es decisivo, pero no del todo original; sus precedentes estaban ya contenidos en la cultura. En todo caso, son los frutos de las revoluciones científica, industrial y política los que generalizan el descontento con el progreso. Aunque la crítica del progreso nace ya con el primer atisbo de progreso, o sea, de cambio: una ambigüedad presente de manera canónica en los mitos de Prometeo y el Jardín del Edén. Se trata de narrativas que no hemos superado, como queda claro cada vez que se habla de la comercialización de los transgénicos. Y, si no las hemos superado, es porque la satisfacción universal solo cabe en la ficción utopista.
Para hablarnos de todo esto, Zaid recurre a una divertida erudición que nunca abruma ni aburre. Sus frases son cortas; sus formulaciones, logradas. Hay ensayos dedicados a la energía, donde se apunta que la fotosíntesis es aún más admirable que la máquina de vapor; al lenguaje, innovación crucial que sirve para entendernos y para pelearnos; al sedentarismo agrícola que nos lleva a producir de manera generalizada; al surgimiento de la confianza en el futuro en el homo faber medieval, fundamental para entender la dimensión psicológica de la creencia en el progreso; a la comprensión de la historia como progreso teleológico; al capitalismo y la necesidad de reprimir el uso de la energía fósil y el despilfarro de capital; a la pobreza y la desigualdad; a las ambigüedades inevitables del progreso moral. También incorpora, a modo de apéndice, una fascinante cronología que arranca literalmente en la nada y llega hasta el viaje de la nave espacial Kepler, sin dejar de incluir el Cancionero de Petrarca y Vértigo de Hitchcock. Por el camino, las aventuras de la especie se nos presentan con pespuntes conmovedores (“Pellegrino Turri inventó en 1808 una máquina de escribir al tacto para su amada, que era ciega”), jocosos (aprendemos que Einstein escribió en una carta de pésame que la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión) o histórico-tecnológicos (Telefunken patentó la fibra óptica en 1965).
En A short history of progress (2004), el ensayista Ronald Wright resume una extendida convicción contemporánea, de acuerdo con la cual el mito del progreso se ha convertido en una amenaza para la humanidad debido a una lógica interna que puede conducirnos, de éxito en éxito, a la catástrofe final. Más cauteloso, Zaid propone en este estupendo librito una forma diferente de contemplar este viejo ideal: “Con todos sus fetichismos, ha resultado ser fecundo. Cabe asumirlo todavía, con sentido crítico y sentido del humor.” Desde luego, los datos son favorables: hay más seres humanos, más longevos, menos pobres. ¿Qué quieren el desempleado de Indiana y el campesino sudanés, si no un progreso que los alcance a ellos? En último término, sin la confianza en el automejoramiento que ha proporcionado la mitología asociada al progreso, no habríamos podido llegar hasta aquí. Que por el camino hayamos perdido algo, e incluso muchos lo hayan perdido todo, es una tragedia inevitable: trágica, justamente, a fuer de inevitable. ~
(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).