Mestizos y barrocos

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Elizabeth Hernández Alvídrez y Samuel Arriarán

Nueva narrativa mexicana

México, Universidad Pedagógica Nacional, 2014, 152 pp.

No deja de llamar la atención que la mayor parte de los autores que se estudian en este volumen tengan más de 55 años, que dos de ellos (Sada, Montemayor) hayan muerto y que varios (Lara Zavala, Solares, Manjarrez) estén por cumplir los setenta. ¿Nueva narrativa mexicana? También sobresale que en el libro se proponga estudiar la narrativa mexicana y sus autores solo se concentren en novelistas y novelas excluyendo a quienes escriben cuento. A esas extrañezas hay que añadir las obras seleccionadas para su estudio:¿por qué se analizan a detalle ocho novelas de Carmen Boullosa y apenas se dedican unas líneas a Juan Villoro y Jorge Aguilar Mora?

Los géneros abordados y las obras excluidas son un misterio, no así el enfoque teórico empleado. Se escudan en uno de los libros clásicos de Paul Ricœur, Del texto a la acción (FCE, 2001), al que consideran su Biblia. Con él en mano creen abrir todas las puertas y arrojar luz sobre las obras que analizan. Parafraseando a Ricœur afirman que “no hay una sola tradición, una identidad, sino varias”. Afirmación que parece interesante hasta el momento de verla más de cerca. “Ya no se pueden seguir sosteniendo enfoques basados en el canon occidental”, expresan rotundamente Elizabeth Hernández y Samuel Arriarán. “Observamos –dicen– el estallamiento de las categorías.” Pero, ¿cuál es el nuevo orden si el trillado canon occidental (Dante, Shakespeare, Cervantes) ya no da para más? De nuevo, con Ricœur proponen un nuevo orden basado en la alteridad y la diferencia. Es decir, según ellos, la tradición era una sola, homogénea y vertical; ahora es múltiple, mestiza y barroca. Así, los novelistas incluidos en este arco temporal (los nacidos entre 1945 y 1969) se estarían rebelando contra los representantes de la generación anterior (los nacidos entre 1920 y 1945), que “privilegian solo la identidad nacional”. Esto sin duda es absurdo. Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Inés Arredondo, José Agustín, ¿privilegian “solo la identidad nacional”? El método empleado por Hernández y Arriarán (reducir hasta la caricatura la propuesta literaria de la “literatura pasada”, como gustan llamarle, para contraponerla al surgimiento de nuevas identidades) no parece apoyarse en este caso en el eminente Paul Ricœur sino en sus propias insuficiencias.

Para los redactores de este estudio la nueva generación de escritores rechaza toda norma, todo canon. Ya no solo les importa el país sino el mundo. La suya “se trata más bien de una mirada posmodernista” y mestiza. Lo que se advierte en el conjunto de autores analizados “es un rechazo fuerte contra el proyecto de homogeneización mundial”. Sus características: son cosmopolitas, anticanónicos, posmodernos, mestizos, neobarrocos y de identidades diversas. Veamos algunas de ellas con más detalle. Por ejemplo, la del mestizaje. Dicen Hernández y Arriarán: “La identidad mestiza se puede interpretar entonces como una visión literaria donde el sujeto se construye de múltiples formas a través del mestizaje.” Esta tautología revela su estolidez. En cuanto a su carácter cosmopolita: ¿Son los “nuevos autores” más cosmopolitas que Elizondo y Fuentes? ¿Es En busca de Klingsor de Volpi más cosmopolita que Farabeuf de Elizondo o Morirás lejos de Pacheco? Más bien, los nuevos narradores continúan la tradición cosmopolita que practicó la Generación del Medio Siglo y antes que ellos autores como Reyes y Paz. Si el mestizaje y la visión cosmopolita de esta generación son identidades dudosas, lo es más la etiqueta de neobarrocos que Hernández y Arriarán le tratan de endilgar. Lo neobarroco, nos dicen, “es una nueva forma de estar en la vida” (sic). Respecto a la condición posmoderna, utilizan este rótulo para crear una mezcolanza que no designa nada. Afirman: el posmodernismo “sueña con resolver conflictos con la democracia formal”, “su mirada desacredita el ámbito familiar y político”; en el posmodernismo “ya no hay credibilidad en el progreso, la razón o la ciencia”, además de ser “una cultura de la desesperanza”. Al parecer, aunque no es claro, asocian posmodernismo con nihilismo. ¿Son nihilistas los nuevos narradores mexicanos? Según Hernández y Arriarán lo son porque ya no creen en los grandes proyectos utópicos. Es decir, anulado el ideal socialista para esta generación queda solo el vacío. Afirmación mendaz. Para ellos el que Volpi en El fin de la locura “invalide todo el proceso de la Revolución cubana” lo hace dueño de “una filosofía claramente conservadora”. Esto lo desacredita ya que “según Ricœur la vida humana no tiene sentido” sin la utopía. Aquí la lógica parece ser, parafraseando a Quevedo: Dictadura será, mas dictadura cargada de utopía…

Abundan en este libro, por lo demás, perlas de sabiduría: “El hombre y la mujer son diversos porque contienen modos distintos de ser”, o “los enfermos son como los peces, totalmente encerrados”. De un personaje de Sada se afirma que “no aspira a nada más que a hacer negocios y corromperse como todo el mundo”. Tampoco encuentro mucha coherencia en sus singulares interpretaciones históricas. Según Hernández y Arriarán, los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España en 1767 “por los capitalistas”. Para los autores, Miguel Alemán inició el proceso de “modernización que pretende urbanizar la provincia, asimilándola a la cultura estadounidense”. Y, en tiempos de López Portillo, “Germán [un personaje de Serna], al igual que mucho jóvenes de esa época, era un poco bisexual aunque no lo supiera”.

Si las interpretaciones históricas de los redactores de este libro parecen deleznables, más lo son sus interpretaciones literarias. Dejando de lado a Ricœur, Bajtín, Cavarero e Eagleton, en los que dicen respaldarse teóricamente, el libro abunda en análisis de este tipo: “Se puede decir que el modo en que Volpi construye la trama resulta afortunada ya que hay un planteamiento, un desarrollo y un desenlace interrelacionados y lógicamente coherentes.” De una obra de Enrique Serna dicen: “Esta novela no puede decirse que esté mal construida, aunque resulta un poco forzado su apego a una estructura hollywoodense.” De Eduardo Antonio Parra: “La estructura final de la novela es como la obra de alguien que escribe un guion de película.”

Editado por la Universidad Pedagógica Nacional, este libro me hace temer que será empleado por esa casa de estudios como guía para que los jóvenes puedan acercarse a la nueva narrativa mexicana. No se me ocurre un destino peor. ~

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