Espectros de realidad

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Mariana Enriquez

Las cosas que perdimos en el fuego

Barcelona, Anagrama, 2016, 200 pp.

El cadáver sin cabeza de un niño en un descampado obsesiona en un sugestivo juego de espejos y coincidencias a una joven que vive sola en el peligroso barrio porteño de Constitución. Un centro de tortura y detención clandestino rehabilitado como hostería en una localidad turística de La Rioja aloja una frustrada venganza juvenil que desentierra ecos de un pasado político inquietante. La infame década de los noventa contada a través de las anécdotas de tres adolescentes góticas que, atormentadas con el sexo, las drogas y la muerte, firman un pacto sobrecogedor. Una casa abandonada en el gris barrio de Lanús acuna los miedos de la infancia de tres amigos y se convertirá en el escenario siniestro de un suceso inexplicable. Un padre primerizo que trabaja de guía turístico en la ciudad de Buenos Aires es absorbido por el historial policial de un asesino en serie de niños. En medio de un viaje familiar, una serie de desapariciones sin explicación se suceden en el tórrido clima tropical de Asunción del Paraguay. Adolescentes que se autolesionan alarman a sus compañeros de escuela, profesores y padres mientras se comunican con seres que solo ellas ven en la oscuridad. La sugestiva relación de una mujer con una calavera dinamita sus frágiles vínculos con el mundo exterior. Una mujer se muda a un nuevo barrio y mientras evade la depresión y el aburrimiento espiando en el patio de su vecino desvela un secreto terrible. El Riachuelo (el canal urbano más contaminado del mundo) esconde un misterio que engullirá a una fiscal más allá de lo que su sólida experiencia profesional y capacidad racional le admiten reconocer. Los comienzos de internet y el crepúsculo de la comunicación interpersonal detonan la preocupación de una madre y una exnovia ante los hábitos perturbadores de un joven que casi no sale de su habitación. Una serie de casos de violencia de género alientan un curioso ritual que se contagia con extraordinaria velocidad entre la población femenina de un país.

Los ecos del pasado reciente, como la represión durante la dictadura militar, la guerra de las Malvinas, la volátil economía, los tambaleantes regímenes políticos y esa intensa realidad social que caracteriza la vida cotidiana de Argentina de las cuatro últimas décadas aparecen enredados con latigazos de terror gótico que inducen escalofríos en la nuca del lector. Como una imperceptible brisa que mueve la cortina de una ventana en una habitación cerrada, estos fascinantes relatos de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) aparecen engarzados con esa construcción mediática que llamamos “la actualidad” con gran capacidad de sugestión. Y eso provoca que el terror anide en lo cotidiano con gran sutileza y eficacia narrativa.

Así es como, junto con las ejemplificadoras venganzas de los narcos, el flagelo de la drogadicción, la pobreza extrema, la desnutrición, la trata de blancas, la corrupción policiaca, la angustia y la alienación urbanita conviven con lo extraño y lo fantástico en un mundo de ficción no tan diferente al nuestro. Así sucede con el relato que da nombre a este libro, y que elabora una retorcida apropiación de una de las formas más escalofriantes de violencia de género: los ataques con ácido. “Todo era distinto desde las hogueras. Hacía apenas semanas, las primeras mujeres sobrevivientes habían empezado a mostrarse. A tomar taxis y subterráneos, a abrir cuentas de banco y disfrutar de un café en las veredas de los bares con las horribles caras iluminadas por el sol de la tarde, con los dedos, a veces sin falanges, sosteniendo la taza. ¿Les darían trabajo? ¿Cuándo llegaría el mundo ideal de hombres y monstruas?”

Sus historias suelen estar protagonizadas por mujeres jóvenes o chicas adolescentes, en momentos de algún tipo de transición, que suelen ser ligeramente sociópatas, atormentadas por una volátil e imprevisible misantropía. “No podía durar mucho, decían mis padres, no puede ser cierto que un peso argentino tenga el mismo valor que un dólar, pero estábamos tan hartas de lo que decían ellos, mis padres, los otros padres, siempre anunciando el fin, la catástrofe, la vuelta de los cortes de luz, todos los males patéticos. Ahora ya no lloraban por la inflación: lloraban porque no tenían trabajo. Lloraban como si no tuvieran la culpa de nada. Nosotras odiábamos a la gente inocente”, se lee en “Los años intoxicados”. Al igual que Carrie de Stephen King o la inolvidable Merricat Blackwood de Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson, el catálogo de jóvenes sociópatas que anidan en la oscuridad überrealista de Enriquez devela una alianza de las víctimas con lo siniestro como respuesta a la alarmante violencia enquistada contra las mujeres.

Así es como los tópicos de la tradición del gótico clásico (la mansión encantada en “La casa de Adela” o el golem en “El patio del vecino”) aparecen enhebrados con la crónica policiaca y el realismo sucio en un atractivo juego de géneros. Mariana Enriquez cuenta con una amplia experiencia como periodista cultural (es subeditora del suplemento cultural del periódico argentino Página/12) y además de ficción ha escrito las hipnóticas crónicas de Alguien camina sobre tu tumba (Editorial Galerna, 2014) sobre sus visitas a cementerios alrededor del mundo. Quizás en su profesión periodística resida esta capacidad para fusionar, de manera indistinguible, la agenda negra argentina y también latinoamericana, con los arquetipos del terror urbano, esos espectros de la realidad que conviven entre nosotros. ~

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(Córdoba, Argentina, 1980) vive desde 2008 en Barcelona, en donde estudió Teoría Literaria en la Universidad Autónoma. Escribe sobre libros y arte.


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