Parece absurdo que se tenga que defender a la literatura, al placer, a la libertad, a la imaginación, a la tradición y al amor. En realidad lo verdaderamente absurdo es pensar que las palabras no cambian, que los valores no se transforman, que los gustos se mantienen fijos.
Todo quiere perseverar en su ser pero el tiempo, corriente tiránica, nos arrastra y modifica. El amor ya no significa lo que significó hace dos siglos. O el siglo pasado. O hace unas décadas. Todos los conceptos, las ideas, los sentimientos cambian y deben de revisarse para ser actuales, para ser precisos. El riesgo de no hacerlo es caer en el anacronismo: salir a pelear batallas vestido de caballero andante.
Y sin embargo, seguimos conmoviéndonos con el ruego de Príamo a Aquiles. Nos sigue fascinando la astucia de Ulises. El temblor de Safo al ver al ser amado lo seguimos reconociendo como nuestro. El amor a la libertad sigue vigente. Rechazamos los valores fijos de la tradición pero Dante y Shakespeare nos siguen entusiasmando. Nos reímos del alma pero no sabemos qué hacer con la tristeza ante el abandono. No todo es política o sociología.
La literatura continúa siendo una fuente que no deja de manar significados. Nos sigue horrorizando Ricardo III sin que nos importe la identidad de Shakespeare. Neruda sigue siendo un gran poeta aunque haya sido un mal padre. Céline es odioso por nazi pero Viaje al fin de la noche continúa siendo una novela extraordinaria. Tachar a Proust por burgués y dejar de leerlo por eso nos empequeñece. Dejar de leer a Octavio Paz por su tormentosa relación con Elena Garro nos empobrece. ¿Solo debemos leer a los virtuosos, a los buenos, a los que luchan en contra de alguna opresión? ¿Por qué permitimos que la moralina woke se adueñara del discurso?
Por todo esto no puedo sino ponerme del lado de Malva Flores cuando afirma que debemos defender lo que amamos: el placer que nos brinda la lectura, la cadencia de una prosa bien cincelada, la explosión de libertad que nos provoca la poesía (cierta poesía).
Debemos defender lo que nos parece correcto. Qué clase de personas seríamos si no lo hiciéramos. Defendernos de las miserables razones de los profesores que todo lo cuadriculan, lo comprimen, lo reducen a fórmulas que adoptan de universidades norteamericanas. Los decolonizadores no aceptan que su postura decolonizante es pensamiento colonizado. Se rechaza con aspavientos la apropiación cultural sin que se den cuenta de que se están apropiando de una teoría nada nativa. Contra eso se defiende Malva Flores, del pensamiento colonizado que no sabe que lo es, de las modas intelectuales pasajeras que se postulan moralmente superiores a los clásicos porque encuentran a estos eurocentristas y heteropatriarcales. ¿Se habrán dado cuenta de que las denuncias de eurocentrismo provienen de una matriz europea? ¿Qué las políticas de identidades nacieron en Alemania? Contra esto lucha Malva Flores y yo no puedo menos que ponerme de su lado.
La lucha principal que desde hace años ha emprendido la autora del Manual para el crítico literario en emergencias se centra en el lenguaje, en el uso de las palabras. “Mi mayor obsesión es con el lenguaje de los colegas” empeñados en pergeñar papers que no son sino una “mera acumulación de palabras horrendas, escritos en una lengua bárbara, que se quiere científica”.
Malva Flores cuenta historias para construir sus ensayos. La historia de una mudanza intempestiva. La historia de una conferencia que debía dar sobre José Gorostiza. La historia de una convalecencia prolongada. La historia central se bifurca en historias secundarias. Sobre esa corriente narrativa Malva Flores va construyendo sus argumentos de defensa y de ataque, va planteando su estrategia literaria para poner de manifiesto lo que quiere decir. Que las palabras importan. Que la belleza importa. Que puede haber belleza en un ensayo porque este no solo está formado de ideas sino de palabras que tienen cadencia, ritmo y elegancia; y también de imágenes, que deben ser perdurables; y de metáforas, que deben aspirar a la universalidad.
El libro de Malva Flores es un libro de crítica literaria, de ensayos sobre la literatura comprometida, la traducción literaria, una defensa del canon, una critica al lenguaje académico contaminado de sociología, una vindicación de la libertad y de la poesía. Sus ensayos son obra de una poeta que defiende ideas que le parecen importantes, de una poeta que se niega a entregar la plaza sin antes haber peleado defendiendo sus razones. Malva Flores es de aquellas que “ven en la poesía una planta imperecedera, un ser vivo, una luz poderosa que nos baña”.
Debemos defender lo que amamos. No resignarnos a la llegada de los bárbaros y de su política de identidades. “No me importa cómo escribe sino que tenga buenos sentimientos y esté del lado correcto”, suelen decir. De buenos sentimientos está empedrado el camino del infierno literario.
“Una tarde de lluvia escuché a Guillermo Sheridan decir de memoria Muerte sin fin”. Una tarde que se transformó en “un instante mágico y quizá, porque yo sí creo en los conjuros, comprendí que la poesía sí era un camino de salvación”. ¿De qué nos salva la poesía? Del tiempo que pasa y todo lo cambia y lo destruye. ¿Para qué sirve la poesía? Para andar por la vida más libres y más sueltos. ¿Qué función cumple la literatura? Construir metáforas tan amplias que nos incluyan a todos.
Malva Flores sabe decir una palabra difícil en estos tiempos oscuros que vivimos: gracias. Agradece a la vida, a los libros, a sus amigos, pero sobre todo agradece a sus maestros por mostrarle el camino de la belleza y de la tradición. Agradece a Alfonso Reyes, a José Gorostiza, a Octavio Paz, a Gabriel Zaid, a Guillermo Sheridan, a Adolfo Castañón. Agradece las traducciones de Sergio Pitol porque ensanchan el mundo y los quince años que José Emilio Pacheco dedicó a su nueva versión de los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot.
No deja de parecerme asombroso que los ataques de los que debe defender Malva Flores a la literatura y a la poesía provengan de una universidad que enseña literatura. El claustro académico se contaminó y pervirtió. Ahí lo que importa es trepar posiciones académicas, no el conocimiento, no el placer de la lectura y la comprensión de un texto. “Fue en mi trabajo donde pude advertir que expresar la verdad, o lo que yo creía que era la verdad, no era conveniente”.
El Manual… de Malva Flores es un libro de crítica, dura, certera, expresada de forma suave y con una sonrisa. Una crítica a la soberbia del saber universitario, al empobrecimiento del lenguaje, a la degradación de la educación, a la mala poesía y al poco oficio de los poetas contemporáneos. Asimismo, el Manual… es un libro que rinde homenaje a sus maestros, que vindica la belleza, la libertad y la verdad. Es el libro de una poeta que no está dispuesta a callarse. Que no solo defiende lo que ama sino que ataca lo que ella considera pernicioso.
En medio de este caótico mundo que no deja de transformarse, hay un refugio, un lugar de la memoria al que acude Malva Flores, un sitio en el que se reencuentra con la adolescente que fue, una joven leyendo bajo un árbol a Zola, a Henry James, a Durrell. “Nunca fui más feliz”. Feliz por la lectura. Feliz por la literatura. Como aquella tarde lluviosa en la que escuchó, conteniendo el aliento, a Guillermo Sheridan decir de memoria Muerte sin fin… La defensa de lo que amamos es la defensa de lo que nos constituye. ~