Ricardo Raphael
El otro México
México, Planeta, 2012, 536 pp.
Siempre, como es natural y lógico, en las nuevas generaciones de escritores hay otra mirada. No es lo mismo recorrer la península de Baja California con ojos de setenta años que con ojos de treinta y nueve. Ricardo Raphael nos comparte lo que vio y escribió en un periplo lleno de asombros y emociones que va de Tijuana a Ciudad Juárez pero no en línea recta. La ruta parece caprichosa, pero se la fue dictando el azar de los encuentros, las conversaciones con la gente, la atracción del desierto, los paisajes cambiantes, y fue descendiendo primero a lo largo de la península bajacaliforniana hasta el finibusterre de Cabo San Lucas, para pasar luego a la región de Topolobampo y Los Mochis. Y de ahí hacia el valle de Culiacán, la historia de los inmigrantes griegos que revolucionaron el cultivo del tomate para su exportación masiva desde los años de la Segunda Guerra Mundial, y más adelante Mazatlán y su historia, pasando antes por Guasave, Mocorito y Guamúchil.
Respecto al punto de partida, Tijuana, el autor abunda en referencias legendarias y en fantasías de la memoria colectiva –las invenciones de la historia oral– que componen el imaginario tijuanense. Más inciertas que ciertas, las versiones sobre el origen de Tijuana asociado a una supuesta “tía Juana” no alcanzan a tener un apoyo documental, pero por su connotación simbólica sirven muy bien al espíritu de un libro que no se propone como de historias ni verificadas ni verificables. En el caso de la invasión de Tijuana por parte de revolucionarios magonistas en 1911, Ricardo Raphael reproduce también las creencias de que no solo se trataba de “filibusteros” sino de “mercenarios” al servicio de Washington con el fin de apropiarse de la Baja California. En fin, peccata minuta. Lo que importa es el valor imaginativo y fantasioso de las personas que inventan su pasado.
Al confrontar los lugares de Sinaloa corre por la mente del cronista la historia más o menos inmediata de la criminalidad regional: la que ubica en los años cuarenta los primeros brotes industriales de la amapola, la chúcata o goma de la misma, en las inmediaciones de Badiraguato, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico y la necesidad quirúrgica de morfina. A partir de allí hace un recuento de los personajes sinaloenses, Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, el Mayo Zambada, don Neto Fonseca, que marcaron la pauta en los años ochenta de la actual fragmentación del Estado nacional por parte de las organizaciones criminales.
La reflexión del cronista no solo se anima con lo que va viendo al frente y a los lados de su travesía: también se cruza con la información histórica de las misiones jesuíticas del siglo XVIII y las utópicas idealizaciones de Albert Kimsey Owen en su fallido proyecto de un “edén subvertido” socialista en la bahía de Topolobampo. No se trata del simple reportero que va tomando notas y fotografías sino del lector que dialoga con las historias del pasado en una profusa crónica que ilustra lo que Fernando Benítez solía llamar el ensayo reportaje y que también hubo de practicar el periodista checo avecindado en México en los años cuarenta Egon Erwin Kisch con sus “descubrimientos” y su propensión al reportaje literario.
Como Benítez, que un día se hartó de los corrillos intelectuales de la ciudad de México que le aburrían insufriblemente y se propuso recorrer el país para escribir Los indios de México, Ricardo Raphael hace lo propio y honra la memoria de otro patadeperro con máquina de escribir portátil, Fernando Jordán, que en 1949 se enamoró de la Baja California y la atrapó en su primer libro de viajes: El otro México (ediciones Gandesa, publicado por Juan Grijalbo), una monografía sobre la Baja California, “cuyo título alevosamente tomé prestado”, dice Raphael. El suyo, pues, es el tercer libro que lleva por título El otro México, si recordamos el de Jorge Ruffinelli (Ediciones de la Universidad Veracruzana), un estudio sobre “el otro México” que ven los extranjeros Malcolm Lowry, D. H. Lawrence, Aldus Huxley, Graham Greene.
Se trata del descubrimiento de su propio país por parte de un estudiante mexicano que se forma en los corredores del saber parisinos, en los tiempos finales de Roland Barthes y en los todavía debatidos pensamientos de Michel Foucault, en la Escuela Nacional de Administración y en el Instituto de Estudios Políticos, y que a cierta edad siente el llamado del terruño más fuerte que la fascinación por Europa.
No deja de ser peculiar el método expositivo de Ricardo Raphael. Fluye en su narrativa un estilo que funde en un solo momento el pasado histórico y el presente, como cuando en la visita de algún pueblo alguien nos hace la historia del lugar. Basta pensar en la saga de los ingenios azucareros del valle del Fuerte, en Los Mochis y su dramas familiares. Lo mismo hace el cronista cuando se adentra en Durango y nos cuenta la muerte del “Cincinato de Canutillo”, como le llama al Francisco Villa retirado de la lucha armada en Parral, Chihuahua, como el Cincinato romano retirado del poder. En fin, una historia tan interminable como fascinante.
Lo que resulta conmovedor al final es que para Ricardo Raphael escribir el libro se convirtió en un viaje hacia sí mismo, una experiencia en la que fue descubriendo los territorios desconocidos de su propia persona. Pero hay un hueco en su libro: Sonora. Le falta Sonora, tierra consentida de dicha y placer. ¿Cuál fue el criterio de exclusión? No se sabe. No lo dice. Tal vez se guarde el secreto porque Sonora podría ser el tema y el personaje de su próximo libro. No sabe de lo que se perdió. ~
(Tijuana, 1941) es escritor. Su más reciente libro es Padre y memoria (Ediciones Sin Nombre, 2009).