La complejidad del amor

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John Donne

Sonetos y canciones. Poesรญa erรณtica

Traducciรณn de Josรฉ Luis Rivas

Madrid, Vaso Roto, 2015, 192 pp.

El amor fue uno de los asuntos fundamentales de John Donne (Londres, 1572-1631), el mรกs conocido –y, probablemente, el mejor– de los poetas metafรญsicos ingleses, y este Sonetos y canciones. Poesรญa erรณtica –exhaustiva antologรญa preparada y traducida por el poeta mexicano Josรฉ Luis Rivas– asรญ lo demuestra. Castizamente, puede decirse que Donne toca todos los palos del amor: el deseo, la ausencia, el desengaรฑo, la consumaciรณn, el olvido. Los poemas que integran esta recolecciรณn configuran, de hecho, un complejo tratado amoroso en cuya decantaciรณn probablemente tuvieron que ver las propias circunstancias de la vida del poeta: se enamorรณ y casรณ con Anne More, nieta de un destacado miembro de la corte de Isabel I, pero lo hizo contra la voluntad del padre de la novia; al fin y al cabo, Donne solo era un escritor, magro partido, entonces y ahora, para una hija. Aquella uniรณn no sancionada le procurรณ a Donne doce hijos, pero tambiรฉn la inquina del suegro, que, no contento con hacer que perdiera su trabajo, intrigรณ tambiรฉn para que lo encarcelaran. Aunque luego se reconciliarรญa con su suegro, las penurias y estrecheces no abandonaron a Donne y su mujer, hasta el punto de que, con reticencias, hubo de ordenarse sacerdote anglicano para poder subvenir a las necesidades de su familia.

El amor es, para Donne, en primer lugar, un adhesivo existencial: propicia la uniรณn de los cuerpos, pero, sobre todo, la de las almas, lo que conduce a la alianza salvรญfica de los seres. El acto de la uniรณn nos redime de la bajeza y la soledad, y culmina nuestro destino espiritual. Conforme al platonismo dualista que subyace en la metafรญsica cristiana, Donne cree en el divorcio de la materia y el espรญritu: el alma se libera de la cรกrcel corporal y regresa a su origen etรฉreo, primigenio, en el que se reconcilia con la divinidad. El amor, sin embargo, se inmiscuye en esa escisiรณn redentora y se convierte en la argamasa que devuelve el alma a su principio. El espรญritu del amante no regresa, pues, a un espacio deรญfico, sino que se adentra en otra alma, con la que se funde y en la que renace: “Son, pues, nuestras dos almas una sola / y, aunque deba marcharme, no conocen fractura.” Como alegorรญa de esta uniรณn casi mรญstica, Donne recurre a motivos chirriantes, como la pulga que pica a ambos amantes y vuelve una la sangre de los dos: “Me picรณ a mรญ primero y ahora a ti te chupa / y ya en ella se mezclan nuestras sangres / […] ¡Y tal excede, ay, cuanto harรญamos nosotros!”; y, llevando la identificaciรณn al extremo, remacha: “esa pulga es tรบ y yo”. El tema de la pulga, no obstante, estaba presente en la poesรญa amorosa desde Ovidio, y cabe recordar el soneto “La pulga falsamente atribuida a Lope [de Vega]”, donde “picรณ atrevido un รกtomo viviente / los blancos pechos de Leonor hermosa”, tras lo cual el amante, envidioso de la suerte del sifonรกptero, a pesar de que, aplastado, agoniza, le insta a detener el alma y advertir a Leonor de “que me deje picar donde estuviste, / y trocarรฉ mi vida con tu muerte”.

El tratamiento del erotismo de Donne, como sugiere la metรกfora de la pulga, es asimismo singular. Se mezclan en este terreno, en el que culminan naturalmente las efusiones del amor, una castidad eclesiรกstica (“no mรกs que nuestro รกngel de la guarda / el sexo conocimos”, dice en “La reliquia”) y la constancia del placer carnal, como en la albada contenida en “El amanecer” o en pasajes de una plebeya explicitud, como cuando afirma que ha arado las entraรฑas de la amada, o en este exรณtico alejandrino de “La canonizaciรณn”: “nuestros sexos, fundidos, lo neutro machihembran”. Donne poetiza hasta el viejo axioma post coitum omne animal triste est y, en “Adiรณs al amor”, llega a sugerir un remedio brutal para atemperar las urgencias del rijo: “untarse hormiguera en el rabo”.

Pero el amor, en Donne, estรก siempre atravesado por el dolor: “traigo conmigo / la araรฑa del amor, que todo transustancia, / y puede hacer del manรก amarga hiel”. El que ama estรก triste; y se es necio por amar. Por eso escribe poemas de amor, porque, diciendo su aflicciรณn, mengua su duelo: “pensรฉ / que podรญa sacar a luz mis penas / si les ponรญa la rima por rienda. / Puesto en verso, el dolor no es tan violento”, aclara. El resultado de la pasiรณn es, a menudo, el corazรณn roto, una imagen empleada desde Safo, pero que Donne actualiza con ingenio: “¿quรฉ pudo / pasarle al corazรณn mรญo con solo verte? / Cuando a la habitaciรณn entrรฉ, llevaba uno, / pero al salir no iba ya conmigo”, pregunta en “El corazรณn partido”. En este poema califica Donne al amor de “lucio tirรกnico”. Es meritoria su originalidad: muchos, millares, han denigrado el amor, pero pocas metรกforas han resultado tan abruptas.

La mujer es presentada, como casi todo en estos poemas, de forma contradictoria. Como el sentimiento mismo, en el que se entrecruzan el goce y el dolor, tambiรฉn ella aparece como una mezcla: de compasiรณn y crueldad, de indiferencia y tiranรญa, de bien y mal. La misoginia abunda en Sonetos y canciones, prolongando una tradiciรณn que, en Occidente, encuentra sus raรญces en los clรกsicos latinos, de los que Donne era un buen conocedor, y se expande con la Biblia y el pensamiento cristiano: la mujer es falsa, promiscua, infiel y mentirosa; unos rasgos que ya encontramos en la sรกtira vi de Juvenal. El antifeminismo de Donne es, a veces, feroz: “En la mujer no busques espรญritu”, escribe en “Alquimia del amor”: “la mรกs / viva y encantadora, una vez poseรญda, es una momia”. En otras ocasiones, en cambio, le sirve para propugnar una feliz desinhibiciรณn, sin rehuir un no menos feliz cinismo: como la naturaleza hizo a las mujeres “de tal modo / que amarlas no podemos, tampoco detestarlas, / solo nos queda esto: tomar todos a todas”. Pero el juego de antรญtesis que es casi siempre la poesรญa de Donne le lleva a adoptar en algรบn poema la voz femenina, aunque sea la de una que examina los diferentes tipos de varones y los descarta, por inaprovechables, a todos: “¿No existe, pues, ninguna clase de hombre / al que pueda poner a prueba libremente? / Desfogarรฉ mi fantasรญa entonces / en el amor que siento por mรญ misma.”

El amor es tambiรฉn la contraparte de la muerte. La nada sobrevuela la existencia, y la permea. No sabemos quiรฉnes somos, y esa ignorancia define nuestro estar en el mundo. La muerte, siempre cerca –o siempre dentro–, nos alimenta y nos destruye. En los poemas de Sonetos y canciones se percibe el aliento incansable de la muerte, que en algunos, como “El legado” o “La paradoja”, cuaja en una explosiรณn de poliptotos: “me di muerte. Y, sintiendo que morรญa, dispuse / que, una vez muerto, mi corazรณn te enviaran; / […] Me dio muerte de nuevo…”, leemos en el segundo. Pero lo mรกs certero de esta angustia es el hermanamiento del amor y la muerte: el amor, insatisfecho o insatisfactorio, mata, y, por deslizamiento semรกntico, es muerte: “Yo, obra del alambique del amor, soy la tumba / de todo cuanto es nada.” Este perecimiento le sirve al poeta para recurrir, en varias ocasiones, al motivo del legado o la herencia, esto es, a la perduraciรณn del sentimiento. Un poema, “El testamento”, recrea irรณnicamente, con ecos villonianos, esta afirmaciรณn de la voluntad frente al fin inevitable.

Donne, metafรญsico y barroco, es un maestro del conceit, “el concepto”, el equivalente inglรฉs de nuestro conceptismo. Sus versos progresan en una radiante espesura de tropos y metรกforas, que avienta perturbadoras asociaciones e imรกgenes audaces. El enrevesamiento sintรกctico, que entrelaza los elementos mรกs dispares del lenguaje, se asienta en paralelismos, poliptotos y quiasmos. Las hipรฉrboles abundan, a menudo referidas al sol: la luz de los ojos de la amada alumbran mรกs que รฉl; o, si estรก con el amado, el sol no es la mitad de feliz que ellos. Tambiรฉn las paradojas, tan propias de la poesรญa barroca y la inclinaciรณn existencial por su zarpazo de sorpresa y su carรกcter unitivo: “Enigmas del amor: aunque tu corazรณn parta, / en su casa se queda y, al perderlo, lo salvas.” Sin embargo, como ha escrito Jordi Doce en la presentaciรณn del volumen, el aparente desorden de Donne “esconde un equilibrio secreto, un nรบcleo candente que irradia sentido a travรฉs de la pantalla seductora de sus contrastes y paradojas violentas.”

La traducciรณn de Josรฉ Luis Rivas es admirable: rica, flexible, precisa y, sobre todo, literaria: los poemas de Donne no son versiones de unos textos precedentes, sino verdaderos poemas. Rivas traslada con rigor el metro del inglรฉs al correspondiente en castellano, por lo general endecasรญlabo y alejandrino, y solo es de lamentar algรบn pequeรฑo descuido. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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