La guerra de un solo hombre

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Ricardo Piglia

El camino de Ida

Barcelona, Anagrama, 2013, 296 pp.

El camino de Ida no es una novela de campus, sino de frontera. El hecho de que su protagonista viva en las inmediaciones de la universidad norteamericana donde trabaja no implica la inmersiĆ³n en el subgĆ©nero del campus. Emilio Renzi se resiste a Ć©l, de hecho, escapĆ”ndose periĆ³dicamente a Nueva York, donde encuentra la aventura. No es el Ćŗnico modo en que la novela evita el encasillamiento: acaba con un largo viaje y con un encuentro conradiano. Porque la frontera es siempre simbĆ³lica y, aunque se invoque explĆ­citamente a El agente secreto, el suyo es un viaje al corazĆ³n de la tiniebla. Como Marlow, Renzi podrĆ” conversar con Kurtz e imaginar quĆ© habrĆ­a pasado si su vida no hubiera optado por la teorĆ­a en vez de por la prĆ”ctica, por la lectura en vez de por la acciĆ³n. El Ć”lter ego de Piglia es un ser siempre entre dos mundos: entre el argentino y el estadounidense, entre la escritura y la docencia, entre el matrimonio y el divorcio, entre la literatura y la polĆ­tica. Y, sobre todo, en el marco de la narraciĆ³n que nos ocupa, entre dos lenguas: el espaƱol y el inglĆ©s. De modo que la figura central de la novela es la traducciĆ³n, que se manifiesta a menudo entre parĆ©ntesis, recordĆ”ndonos la distancia entre lo que leemos y lo que los personajes dicen, hacen, escriben o piensan.

Aunque en el artefacto predomine la trama detectivesca, en un tono que recuerda al Philip Roth de la TrilogĆ­a americana, Piglia es un escritor absolutamente borgeano, pero no sabe narrar sin pensar. Renzi imparte un seminario sobre W. H. Hudson, escritor fronterizo por excelencia, dividido entre Argentina e Inglaterra. Eso permite introducir el ensayo desde mĆŗltiples plataformas: la reflexiĆ³n del personaje y su lectura personal, la discusiĆ³n en clase con los alumnos, los temas que estos escogen para sus trabajos, la conversaciĆ³n con colegas y personajes secundarios. De vez en cuando encontramos pĆ­ldoras como esta: “La decisiĆ³n de cambiar de vida: ese es el gran tema de Conrad.” Pero muchas de las mejores reflexiones ensayĆ­sticas estĆ”n delegadas: en boca de sus alumnos, de su vecina rusa, del detective Parker, de colegas como el melvilleano Don D’Amato o Ida Brown (la brillante profesora que lo ha invitado y cuya guerra de una sola mujer protagoniza la novela). O de su amiga Elizabeth, quien al enumerar los defectos de algunos cuentos considerados obras maestras resume una forma breve. Con esa delegaciĆ³n se construye una polifonĆ­a de la inteligencia, en la que la voz del narrador es una mĆ”s en una conversaciĆ³n fascinante. En la novelĆ­stica pigliana la gran mayorĆ­a de los personajes estĆ”n muy solos y son muy inteligentes, pero en el caso que nos ocupa el equilibrio en la enunciaciĆ³n de teorĆ­as e ideas es particularmente armĆ³nico. Y el divorcio de Renzi y su loco amor por Ida permiten contrapesar su brillantez intelectual con su torpeza emocional.

En la poĆ©tica de Piglia no encontramos nunca la exhaustividad. Su modo de encarar el ensayo es siempre parcial, en clave de tesis o de apunte o de pasaje de diario. En El camino de Ida, a mi juicio su mejor novela desde RespiraciĆ³n artificial, ha sabido entretejer con maestrĆ­a la dimensiĆ³n ensayĆ­stica en la materia novelesca. Si Blanco nocturno podĆ­a ser leĆ­da como la suma de toda su obra anterior, este nuevo tĆ­tulo –en cambio– no posee un aura epilogal, sino cierta carga de futuro. Aunque cierra las intuiciones esbozadas sin la suficiente complejidad en El Ćŗltimo lector, a partir de la figura del terrorista como “una suerte de Quijote que primero lee furiosa e hipnĆ³ticamente las novelas y luego sale a vivirlas”, la ficciĆ³n se lee autĆ³nomamente, en la suspensiĆ³n y la hipnosis que son propias de los grandes relatos. En cierto momento el narrador habla de Hudson como de un “hombre escindido, con la dosis justa de extraƱeza para ser un buen escritor”. La ausencia de familiaridad que recorre la novela –mĆ”s difĆ­cil de conseguir en el hogar que en el destierro– nos mantiene siempre en un lugar inquietante, en un observatorio de lector en que los hechos y las ideas fluyen a cierta distancia. En cuanto llega a los Estados Unidos, Renzi recibe una llamada en mitad de la noche en la que alguien le ofrece cocaĆ­na. Tras una cena con otro profesor, este le muestra el sĆ³tano de su casa, donde hay un gran acuario y en Ć©l, nadando, un tiburĆ³n blanco. El terrorista tiene una lora que repite: “Vamos al hotel, vamos al hotel, Tom.” El narrador sufre una enfermedad indefinida y sale a vagabundear en sus noches de insomnio. En esos momentos nuestra lectura, que de tan prĆ³xima habĆ­a entelado el cristal que nos separa de la ficciĆ³n o del ensayo, da un paso atrĆ”s y gana perspectiva. Gracias a ese movimiento constante de zigzag, de ir y venir de la cercanĆ­a absorbente a la distancia crĆ­tica, del encanto de las historias a la profundidad de las ideas, El camino de Ida seduce y convence. Y su “continuarĆ”” final nos hace esperar con expectaciĆ³n la prĆ³xima novela de Ricardo Piglia. ~

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(Tarragona, 1976) es escritor. Sus libros mƔs recientes son la novela 'Los muertos' (Mondadori, 2010) y el ensayo 'Teleshakespeare' (Errata Naturae, 2011).


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