La herencia del olvido, de Reyes Mate

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Para escapar de los insustanciales debates sobre la supuesta contraposición entre historia y memoria –y de todo lo que se deriva de esa errónea idea de que ambas transitan por caminos irreconciliables, el de la “objetividad” y la “subjetividad”–, nada mejor que echar mano de aquella tradición del pensamiento filosófico que se esmeró en constatar que los efectos de la memoria no dejan de percibirse, aunque no por ello se registren instantáneamente, en la constitución y escritura de la historia, y que vislumbró sin ilusiones que ésta, al igual que en general la escritura, sólo se gesta y se hace posible mediante la supresión de algo traumático e inenarrable en su misma constitución. Ni la historia es sólo el patrimonio de los historiadores, ni la memoria es sólo el recuerdo personal y frágil de cada uno.

El pensamiento judío, ya desde sus orígenes talmúdicos, y hasta su culminación en los grandes hitos filosóficos del siglo xx (Cohen, Benjamin, Adorno, Levinas, Rosenzweig, entre otros ilustres nombres) enarboló marginalmente la imbricación y los efectos de la memoria en la inscripción de la historia. Ya Freud subrayó, en sus estudios sobre el origen del monoteísmo, cómo en las brechas históricas, es decir, en los instantes en que se reconfiguran los campos de fuerza sociales del momento, se procura acto seguido establecer un nexo de continuidad y sucesión lineal entre la propia época y los tiempos pasados, como si entre pasado y presente hubiese una orden directa que dirigiese la historia como un “tuvo que ser así y no de otro modo”. Estos efectos no tienen que ver tan sólo con el resultado de la labor investigadora de los historiadores más o menos oficiales (como se suele decir desde los planteamientos más simplistas sobre la memoria), sino que son derivados de la propia existencia y búsqueda de sentido de los herederos –cercanos o lejanos, victoriosos o no– de aquellos acontecimientos, los cuales tienen necesidad de encontrar una explicación causal de lo acontecido, incluso una historia que colme las lagunas y los vacíos, haciéndolos así más vivibles. Pero también proviene de la imperiosa necesidad de seguir adelante con una buena dosis de olvido.

Ahora bien, lo que ningún historiador ni nadie puede evitar por principio es que la otrora estabilizadora y reguladora donación de sentido de una comunidad política quiebre cuando uno menos se lo espera, y que de esta nueva brecha surja y rebrote el sinsentido latente en la historia relatada, y se redescubran sorpresiva y dolorosamente los agujeros taponados por el día a día del olvido. Pues la historia también se hace y escribe abriendo las suturas de la memoria, antaño cerradas. E incluso la más asentada e incontestada historia contiene un trozo de verdad olvidada que ha sido sometida a deformaciones y confusiones en el curso de su evocación. Eso es lo que regresa inopinadamente, haciéndolo no obstante como si nunca se hubiese marchado, porque en su retorno reinstaura y vuelve a traer al presente la quiebra fundante y efectiva, reprimida pero nunca extinguida, de la memoria.

Reyes Mate ha dedicado gran parte de su dilatada obra a analizar esta dialéctica entablando un fructífero diálogo entre los grandes filósofos judíos del siglo xx y la tradición filosófica occidental. Una parte del fruto del trabajo de estos últimos años aparece ahora en este libro, uno de los primeros en publicarse en la recién fundada y prometedora editorial Errata Naturae. En “Tanques judíos. Sobre el antisemitismo en nuestro tiempo”, uno de los artículos que componen La herencia del olvido, asegura Mate que la concepción moderna de la historia tiene una oscura faceta antisemita sobre la que convendría seguir profundizando. Se podría perfectamente argüir que también fueron principalmente los autores de origen judío (desde el Marx de “Sobre la cuestión judía” hasta el Freud en el ya citado “Moisés y el monoteísmo”) los que sugirieron desde distintas vertientes y vocabularios que el estudio de la memoria, como dimensión primera del lenguaje y la historia, ha de venir acompañado, casi como si fuera su inevitable sombra, de una reflexión sobre los orígenes y motivaciones del antisemitismo. Tal y como se argumenta desde las páginas de este libro, éste sería la encarnación de la conclusión máxima de una lógica perversa con desvaríos imposibles, pero no por ello menos destructora y efectiva, incluso interna y consustancial a la modernidad misma, de intentar anular la memoria de la constitución de la historia.

Así, como advierte Mate en referencia a lo que ya escribiera uno sus más queridos filósofos, Benjamin, el prestigio de la noción del progreso se basa en la creencia en un avance sin frenos en bienestar y por encima de las generaciones pasadas, como si el precio que hubiera que pagar para la ansiada felicidad por venir fuera el olvido completo de éstas, la aniquilación total y efectiva de sus rastros. “A nadie se le ocultaba –sostiene recordando las críticas redactadas por Benjamin en el periodo de entreguerras– que el progreso tenía un coste humano y social […] al que, sistemáticamente, se privaba de significación”. Aunque den como resultado el crecimiento y la acumulación de bienes, hoy también llevan las cifras del progreso en su seno lo indecible y el sacrificio de los muchos que se quedan por el camino, y sin poder contarlo.

Sostiene asimismo Mate en otro interesante capítulo “Tierra y huesos. Reflexiones sobre la historia, la memoria y la ‘memoria histórica’”, que el que la memoria de las víctimas tenga en muchas ocasiones un origen privado no significa en absoluto que no pueda ser o hacerse pública o política, ni que tan sólo produzca sentimientos o sensaciones. Se toma aquí de nuevo la idea central del libro, que el lector verá desplegarse desde distintas perspectivas filosóficas y teniendo muy presente los diferentes lugares de análisis (Auschwitz, Guerra Civil española, etc.), de que la memoria no ha de ser en ningún caso concebida como un suplemento al conocimiento histórico, sino como la raíz misma, latente y operante, de la historia. La memoria es la constatación de la imposibilidad de aunar realidad y hechos; también el dar voz a aquello que fue derrotado y abandonado pero no destruido por el progreso de la historia. ~

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Es catedrática de Filosofía en la Universitat Pompeu Fabra y Doctora en Ciencias Políticas por la New School for Social Research de Nueva York.


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