Pablo Mijangos y González
The lawyer of the Church. Bishop Clemente de Jesús Munguía and the clerical response to the Mexican liberal Reforma
Lincoln y Londres, University of Nebraska Press, 2015, 372 pp.
En los últimos años varios historiadores mexicanos (Brian Connaughton, Erika Pani, Pablo Mijangos, David Carbajal, entre otros) se han propuesto releer la experiencia de la Iglesia católica y de la corriente conservadora en el México republicano y liberal de mediados del siglo XIX. El efecto más perceptible de esa relectura ha sido una mejor comprensión de los deslindes y contactos entre los bandos enfrentados en la guerra civil y espiritual que dividió a México, como a la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas, en las décadas posteriores a 1848. Un año que en Europa se asocia con las revoluciones francesa y alemana y en América con la guerra entre Estados Unidos y México.
Los dos libros más recientes de Pablo Mijangos, Por una Iglesia libre en un mundo liberal (Universidad Pontificia de México/El Colegio de Michoacán, 2014), coordinado con Juan Carlos Casas García, y The lawyer of the Church (2015), se colocan en el centro de esa nueva corriente historiográfica, reforzando una visión en la que catolicismo, conservadurismo, clericalismo y liberalismo adquieren nuevos sentidos. Libros inteligentes y útiles, que ofrecen distinciones conceptuales que ayudan a pensar sin el maniqueísmo al uso el choque doctrinal en torno a los derechos naturales del hombre, la Reforma y la guerra civil que le sucedió y los dilemas a que se enfrentó la Iglesia en aquel México polarizado.
La figura del abogado, gramático y sacerdote Clemente de Jesús Munguía (1810-1868), consagrado obispo de Michoacán en 1852, le sirve a Mijangos para replantearse la pregunta de “qué hacer con Dios en la república”, formulada por la historiadora chilena Sol Serrano. Pregunta que se hizo el propio clero hispanoamericano luego de las independencias que fracturaron la monarquía católica española y que, en México como en casi toda la región, fue respondida por medio de la aceptación de la premisa constitucional de que, a cambio de no tolerar otra religión, la Iglesia limitaba su autonomía bajo la protección del Estado.
Así como Brian Connaughton ha llamado la atención sobre el trasfondo católico de muchos liberales mexicanos (Vallarta, Otero, Prieto, Lafragua, Zarco, Altamirano), Pablo Mijangos rastrea el peso del liberalismo en Munguía. Antes de asumir el obispado de Michoacán, Munguía había escrito sus dos obras fundamentales: Del culto considerado en sí mismo y en sus relaciones con el individuo, la sociedad y el gobierno (1847) y Del derecho natural en sus principios comunes y en sus diversas ramificaciones (1849). En ellas citaba a autores conservadores o tradicionalistas europeos como Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Jean Baptiste Thorel y Juan Donoso Cortés, pero su argumento central estaba muy lejos de cualquier posición ultramontana. La Iglesia mexicana aceptaba la doctrina de los derechos naturales del hombre, acataba la soberanía nacional y apostaba por el diálogo o, al menos, la traducibilidad entre el derecho canónico y el derecho constitucional moderno.
Munguía heredaba esa posición de su antecesor en la mitra de Michoacán, Juan Cayetano Gómez de Portugal y Solís (1783-1850), y otros prelados de la generación que vivió la Independencia y los primeros gobiernos republicanos. Pero a Munguía tocó enfrentarse a la fractura entre liberales y conservadores durante los años cincuenta y sesenta, una circunstancia nueva que demandaba de la Iglesia una respuesta más ahormada. En este punto, el estudio alcanza su mayor sofisticación al describir cómo el principal intelectual de la Iglesia católica mexicana a mediados del siglo XIX no actuó como mero portavoz del bando conservador sino como un defensor de los intereses católicos en un momento en que la exclusividad confesional, derivada del proyecto originario de Patronato de la Constitución de 1824, se veía cuestionada por las Leyes de Reforma y por la Constitución de 1857.
Cuenta Mijangos que cuando Munguía fue nombrado obispo de Michoacán en 1850, tras la muerte de Gómez de Portugal, se negó a jurar la Constitución federal de 1824, restablecida durante la guerra con Estados Unidos. La negativa del obispo fue interpretada por muchos como un acto de desacato a la autoridad civil y de profesión de fe antiliberal, pero en realidad era una reafirmación del constitucionalismo católico del prelado. El juramento, según Munguía, era inconstitucional ya que de acuerdo con el artículo 50 de la misma Constitución, la autoridad civil sobre la Iglesia debía ser refrendada por un concordato con la Santa Sede que el gobierno mexicano no había firmado. Paradójicamente, el gesto del obispo trasmitía una doble y conflictiva lealtad, al orden constitucional republicano y a la Roma de Pío IX, que Munguía intentó sobrellevar boicoteando varios intentos de negociación del patronato regio.
Entre 1855 y 1858, Clemente de Jesús Munguía se opuso tenazmente a las reformas liberales. Sin embargo, ese posicionamiento no derivó, como decíamos, en una alianza incondicional con el bando conservador. La mayor prueba de lo anterior fue que cuando se instaura el Imperio de Maximiliano Munguía sigue cuestionando los términos en que se quiere negociar el concordato. No solo por la suscripción de las leyes de Reforma por parte del Segundo Imperio sino por una visión sumamente crítica de la legitimidad nacional del nuevo orden monárquico. Según el principal jurista y teólogo de la Iglesia mexicana, el trono de Maximiliano “estaba en el aire” y su “carácter antinacional” y la tenacidad y la intransigencia de su adversario republicano y liberal lo llevarían al fracaso.
La conclusión de Mijangos es elegante y aleccionadora, por las paradojas que entraña y por el aliento que ofrece al abandono del burdo partidismo en la investigación histórica. Sugiere el historiador que en sus últimos años de vida, cuando comprobó en la práctica que sus peores temores se materializaban, Munguía llegó a pensar que el proyecto de una “Iglesia libre bajo un Estado confesional”, plasmado desde la Constitución de 1824, era imposible de realizar en el México posterior a las leyes de Reforma, la Constitución de 1857, la guerra civil y el Imperio de Maximiliano. Como los propios liberales, Munguía pensaba que un México nuevo había surgido de aquella encarnizada fractura.
La idea de la nación católica, elocuentemente defendida por Lucas Alamán, debía ser revisada no tanto porque avanzara la tolerancia religiosa sino porque el Estado había impuesto su soberanía a la Iglesia, limitando severamente su autonomía y, a la vez, privándola de su protección. En esas condiciones, cuando el Estado ha dejado de ser confesional en la práctica, el ideal de una Iglesia libre no debía abandonarse sino asumirse a mayor profundidad. En inusitada convergencia con Benito Juárez, Clemente de Jesús Munguía habría terminado sus días, a principios de la República restaurada, valorando las ventajas de la separación entre Estado e Iglesia en México para defender la libertad de los católicos bajo un orden constitucional laico. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.