Afortunadamente la importancia del libro de David Recondo, La política del gatopardo / Multiculturalismo y democracia en Oaxaca, no radica en su contribución al debate sobre la conveniencia de implantar elecciones mediante usos y costumbres en las regiones indígenas del país; de lo contrario sólo cabría lamentar su tardía aparición. En efecto, dicho debate parece haber perdido toda vigencia. No parece que ningún estado de la república tenga la intención de seguir el camino –o más bien el callejón sin salida– en que se adentró Oaxaca en 1995. Entre otras cosas porque sólo ese estado tiene tantos municipios con una población tan reducida, y lo que puede no causar excesivos problemas en pequeños municipios de mil electores –es decir, el llevar a cabo elecciones municipales sin reglas del juego claras y sin un árbitro con poderes bien definidos– puede resultar catastrófico en uno de diez mil o más votantes. Por otra parte, parece muy difícil que los partidos políticos acepten dejar de participar en las contiendas locales después de haberlo hecho con éxito en los últimos diez años. Casi todos ellos –incluido el PAN, del que se supone que no tiene ningún arraigo en las regiones indígenas– han alcanzado la presidencia municipal en varios municipios poblados en su mayoría por hablantes de alguna lengua mesoamericana.
Por si esto fuera poco, el autor del libro intenta defender una posición moderada con respecto a la polémica sobre las virtudes y los defectos de las elecciones por usos y costumbres, posición que no será del gusto ni de tirios ni de troyanos. Distingue dos tipos de municipios: unos en donde las elecciones por usos y costumbres han permitido a los caciques consolidar su poder, y otros en los que este tipo de comicios han abierto nuevos espacios políticos y han contribuido a arraigar el pluralismo. El punto débil de esta posición es que, según los ejemplos que maneja Recondo, los municipios en los que las elecciones por usos y costumbres han dado mejores frutos son aquellos en los que la costumbre se ha inspirado en las reglas de la democracia electoral: voto universal, padrón de electores, competencia entre planillas distintas, boletas y urnas para garantizar el secreto del voto, etc. Con lo cual, el lector termina por preguntarse qué ventajas tienen las elecciones por usos y costumbres cuando hacen posible que surjan problemas y debates que en el resto del país han quedado totalmente superados: ¿tienen las mujeres derecho a votar y a ser votadas?, ¿pueden participar en los comicios los habitantes de las agencias municipales o sólo pueden hacerlo los que tienen su domicilio en la cabecera?, ¿qué autoridad puede zanjar una disputa electoral?, por mencionar tan sólo los más usuales.
El gran mérito de La política del gatopardo no es, pues, regresar a ese viejo debate sino ofrecernos una rica y precisa etnografía del poder político en Oaxaca en dos niveles muy distintos, aunque estrechamente ligados entre sí: las altas esferas en las que se mueven el gobernador, los diputados y los intelectuales indianistas; y el mundo de los pequeños intereses locales.
La narración de cómo se gestó la primera reforma que autorizó la realización de elecciones por usos y costumbres –los intereses políticos del gobernador; el papel de sus asesores indianistas; las dudas y contradicciones del PRD que ve cómo el PRI usa una de sus banderas políticas para intentar frenar su avance en el campo– no tiene desperdicio. El libro ayuda también a comprender cómo lo que en un principio era una buena idea que ampliaba los derechos de los electores –permitir que, además de las planillas de los partidos políticos, pudiera competir también una comunitaria– terminó, con la segunda reforma a la ley electoral en 1997, restringiendo dichos derechos al prohibir la participación de los partidos políticos en los municipios que optaran –por cierto, de manera nada transparente– por el régimen de usos y costumbres. Además, esta segunda reforma dejó sin reglas electorales mínimamente definidas a estos municipios.
La última parte del libro está dedicada al análisis de la vida política y de sus inevitables conflictos en siete municipios de tres regiones del estado: la Región Mixe, los Valles Centrales y la Costa del Pacífico. Los claroscuros de la política local en el México contemporáneo aparecen retratados con precisión. Por el lado de las sombras: el poder económico y político casi ilimitado de los caciques; la permanencia del clientelismo; la exclusión política de las mujeres; la intolerancia hacia los disidentes de todo tipo (oposición política, iglesias evangélicas, etc.); y la manipulación de las asambleas comunitarias. Por el lado de las luces: la movilización de los ciudadanos para frenar los abusos de sus autoridades; el arraigo del ideal de la soberanía popular, expresada a través del voto mayoritario; y la negociación de nuevas reglas políticas entre adversarios.
Finalmente, La política del gatopardo permite entrever los nuevos problemas a los que se enfrentan los municipios hoy en día. Durante siglos una de las funciones más importantes de las autoridades de los pueblos de indios –y luego de los municipios– fue la de recaudar los tributos y las contribuciones que estos debían dar al Estado. Desde hace unas dos décadas, por el contrario, los ayuntamientos deben administrar los fondos que reciben para construir caminos, escuelas y edificios públicos; dotar de servicios –agua, luz, drenaje– a la población y apoyar proyectos productivos. Ninguna tradición los había preparado para esto. En cambio, las altas esferas de la política nacional les han enseñado que esos fondos pueden ser desviados para provecho personal. El problema de la corrupción en la administración municipal no es materia de interés para los medios de comunicación nacionales –salvo que se trate de alguna gran ciudad–, pero está haciendo estragos en el campo, sin que nadie acierte a frenarla. El poder excesivo del presidente municipal ante su cabildo, la insuficiente representación de las minorías en este y unas formas de control estatal totalmente formales y burocratizadas –que dificultan en alto grado el manejo del presupuesto por parte de los no especialistas, pero que no evitan su desvío a través del cobro de comisiones a los contratistas– no ayudan obviamente a solucionar este gravísimo problema.
Hay que agradecer al autor, pues, este acercamiento a los problemas actuales de los municipios rurales del país, aunque sea a través de un debate político que ha caído en el olvido. ~
(ciudad de México, 1954), historiador, es autor, entre otras obras, de Encrucijadas chiapanecas. Economía, religión e identidades (Tusquets/El Colegio de México, 2002).